jueves, 2 de octubre de 2025

“…si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza..."

 


(Domingo XXVII - TO - Ciclo C - 2025)

         “…si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y le dijeran a esa morera: “¡Plántate en el mar!”, ella les obedecería” (cfr. Lc 17, 5-10). Jesús nos plantea en este Evangelio el tema de la fe, pero antes de adentrarnos en el tema, tenemos que aclarar que hay dos tipos de fe, la fe natural y la fe sobrenatural. La fe natural es la fe que usamos todos los días, como por ejemplo, cuando alguien nos dice su nombre y nosotros le creemos sin necesidad de ver su documento de identidad y así con la práctica totalidad de las situaciones cotidianas, exceptuando en casos en los que se presuma un delito, en donde sí se necesitan pruebas más explícitas. Ahora bien, la fe de la que habla Jesús, la fe que “mueve montañas”, no es esta fe “natural”, sino otra fe, una fe que no es humana, sino “sobrenatural, es una fe concedida por la gracia, es la fe concedida por Dios. Es la fe a la que se refiere San Pablo cuando la define como “creer en lo que no se ve” en Heb 11, 1-7. Por esta fe sobrenatural, entonces, creo “sobrenaturalmente” en lo que no veo “sobrenaturalmente”. El caso más patente de esta fe “sobrenatural”, aplica a los sacramentos, porque los sacramentos, todos los sacramentos de la Iglesia Católica, tienen dos partes unidas indisolublemente entre sí, una visible, sensible, y otra invisible, insensible, y es esta constitución de estas dos partes lo que hace que los sacramentos sean un misterio sagrado y para poder creer esto, es que se necesita la fe sobrenatural, la fe que “mueve montañas”, la fe que concede la gracia, la fe que se nos infunde en el bautismo, la fe que no es natural, que no depende de nosotros, sino que es un don del cielo, que se nos dona en el momento en el que recibimos en el bautismo sacramental, pero que es responsabilidad nuestra hacerla crecer día a día, precisamente, con actos de fe sobrenatural.

         Cuando se trata de esta fe sobrenatural, se trata de una fe relacionada con realidades a las cuales no podemos acceder con nuestra razón natural y algunas de estas realidades son, por ejemplo, que Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas, también la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María, o la prolongación de esa Encarnación en el seno de la Iglesia, el altar Eucarístico. Nada de esto podríamos creer sin la luz de la fe sobrenatural, porque nuestra razón natural, nuestra inteligencia, es absolutamente insuficiente para iluminar estos misterios: es como pretender iluminar el cielo estrellado con la luz de un fósforo encendido, el fósforo es nuestra inteligencia y el universo es el misterio de Dios. Solo la luz de la fe sobrenatural, que ilumina con la luz misma de Dios, es una luz potente que permite escrutar el abismo insondable del misterio de Dios Trinidad.

         Gracias a esta luz sobrenatural, gracias a esta fe sobrenatural, es que podemos vivir la vida de la gracia, porque la fe sobrenatural nos muestra, como una potente luz divina en medio de una densa noche, qué es lo que implica vivir la vida de la gracia, qué es lo que implica vivir como hijos de Dios, es decir, la luz de la fe sobrenatural que nos da la gracia nos muestra la pureza de la fe católica: qué es lo que debemos creer, qué es lo que debemos amar, qué es lo que debemos esperar, qué es lo que debemos obrar, para agradar a Jesús y a la Virgen y así entrar en el Reino de los cielos. Un ejemplo de esto es la oración que el Ángel de Portugal les enseñó en las apariciones de Fátima; en esa oración, llena de fe sobrenatural, se muestra con claridad qué es lo que como católicos debemos creer, qué es lo que debemos esperar, qué es lo que debemos amar: “Dios mío, yo creo -creo en Ti, Dios Uno y Trino-, espero -espero en la salvación del Cordero de Dios, Jesucristo-, Te adoro -adoro la Presencia real, verdadera y substancial del Hijo Eterno del Padre, el Verbo de Dios, Jesús de Nazareth- y Te amo -amo al Hijo de la Madre de Dios, Jesús, el Salvador-, Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman -imploro de rodillas y con la frente en tierra por todos mis hermanos que no creen en Ti, que no esperan tu Segunda Venida, que no solo no Te adoran, sino que blasfeman contra Ti, que no solo no Te aman, sino que lastimosamente Te odian”. Esta oración del Ángel de Portugal, oración de adoración, y la oración de reparación, solo la podemos hacer si tenemos encendida en el alma la luz de la fe sobrenatural, la luz que nos concede la gracia santificante, donada por el bautismo sacramental.

         Esto quiere decir también que si no tenemos fe sobrenatural, fe concedida por la gracia santificante, no sabemos en qué creer, no sabemos en qué esperar, no sabemos qué amar y por lo tanto, creemos, esperamos y amamos en forma errónea, equivocada, que es lo que sucede con las religiones monoteístas no católicas y con todas las sectas. Quien no tiene fe católica, no tiene forma de saber que el fin de su vida terrena es la comunión íntima de vida y amor eternos con las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad y si no sabe eso, no podrá nunca obrar de modo de poder dirigirse en esa dirección y por lo tanto vivirá esta vida terrena como si esta vida fuera el comienzo y el fin de todo, es decir, vivirá esta vida terrena de forma errónea, equivocada.

         Poseer fe es sumamente importante en esta vida, ya que determina su orientación, su esperanza y su felicidad: quien no tiene fe sobrenatural en Jesucristo, no tiene esperanza en la vida eterna en el Reino de los cielos; por lo tanto, no sabe en qué esperar, no sabe que le espera una vida de eterna felicidad, absolutamente feliz y dichosa en la eternidad, una vida de contemplación y adoración, de comunión de vida y de amor y de adoración del Acto de Ser divino de Dios Uno y Trino, en la compañía alegre y festiva de la Madre de Dios, de los Santos y de los Ángeles de Dios y por lo tanto, al no tener esta fe sobrenatural, al no saber que le espera esta vida de eterna felicidad, puede ser que sea incluso una persona buena humanamente hablando, pero vivirá con una fe puramente humana, sin tener más .esperanza ,que la de vivir una vida meramente humana, esto es, en el mejor de los casos, estudiar, trabajar, formar una familia, ejercer una profesión, aspirar a poseer una casa, un auto, una vida sin sobresaltos económicos y una vejez tranquila y un seguro que cubra su sepultura y nada más. Quien no tiene fe sobrenatural, solo tiene fe para una esperanza de una vida horizontal, puramente humana, jamás para una fe vertical, sobrenatural, que llegue al Reino de los cielos.

         Quien no tiene fe sobrenatural, no sabe que debe dirigir su amor a la Santísima Trinidad -según el dicho que dice: “nadie ama lo que no conoce”-; no sabe que Dios Uno y Trino es un Océano infinito de Amor eterno, que en la Cruz y en la Eucaristía se nos dona, por misericordia, todo entero, sin reservas; no sabe que en este amor a la Trinidad, que se nos revela en Jesucristo, se encuentra la felicidad plena que busca desde que es concebido el corazón humano, todo corazón humano y así, sin saber estas verdades, sin saber que en la Trinidad, manifestada en Cristo, radica su felicidad, sin saber que en el amor de Jesucristo se encuentra la plenitud de la vida y de la dicha sin fin, quien no tiene fe se dedica, tristemente, a buscar vanamente el amor en cosas que ni son Dios ni llevan a Dios y así ama al mundo, a las cosas del mundo, a las creaturas, que por ser creaturas no solo no sacian la sed de amor que posee el alma, sino que la llenan de angustia, de vacío, de hartazgo y de soledad.

         La falta de fe sobrenatural no solo afecta la visión para la eternidad, sino que ya aquí en esta vida también compromete su cosmovisión y provoca una desorientación radical: al no tener fe, al no saber que en la Eucaristía se encuentra el Hombre-Dios Jesucristo en Persona, Quien es la felicidad total para todo ser humano y que un instante de adoración eucarística proporciona más felicidad que miles de años vividos en el mayor de los lujos y de la abundancia material, esa persona vivirá en la ignorancia de esa verdad toda su vida.

         La fe sobrenatural se compara a una luz que viene desde el cielo, que nos hace ver algo que no podemos ver con los ojos del cuerpo: los misterios santos de nuestra religión católica, de nuestra fe católica, como por ejemplo, que Dios no solo es Uno, sino Uno y Trino; nos hace ver que la Segunda Persona de la Trinidad, Dios Hijo, se encarnó en el seno virgen de María por el poder del Espíritu Santo; nos hace ver que Jesús no es un simple hombre, sino el Hombre-Dios, Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, que prolonga su Encarnación en el seno de la Iglesia, el altar eucarístico, para donarse como Pan de vida eterna, la Sagrada Eucaristía. La fe sobrenatural nos hace ver a la Eucaristía como lo que es, no como un pan bendecido, sino como la Presencia Personal del Hijo de Dios que se dona a sí mismo con su Acto de Ser divino trinitario y con su Amor divino trinitario, el Espíritu Santo, para encender nuestros corazones en el fuego del Divino Amor en la Comunión Sacramental; la fe sobrenatural nos hace ver la Santa Misa como lo que es, la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz de Jesús, que en el altar eucarístico hace lo mismo que en el Calvario: entrega su Cuerpo en la Hostia así como lo entregó en la Cruz y derrama su Sangre en el Cáliz, así como la derramó en la Cruz; la fe nos hace ver, en el Costado abierto de Jesús crucificado, al Corazón abierto de Dios Encarnado, de donde brota su Sangre, la cual contiene al Espíritu Santo, el Amor Divino, que se derrama sobre la humanidad entera para perdonar los pecados de los hombres; la fe sobrenatural nos hace ver que Jesús crucificado no es un maestro hebreo traicionado, que fracasó con sus ideas, que fue abandonado por sus discípulos, sino al Cordero de Dios inmolado en el ara santa de la Cruz que por su Sangre derramada sella la Alianza Nueva y Eterna por la cual Dios nos entrega su Ser divino y su Divina Misericordia, para que a cambio nosotros le entreguemos nuestra nada y nuestro pecado y así seamos renovados por la gracia y convertidos en hijos adoptivos de Dios.

         “…si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y le dijeran a esa morera: “¡Plántate en el mar!”, ella les obedecería”. No tenemos fe natural suficiente como para mover una morera y plantarla en el mar, pero sí tenemos la fe sobrenatural que nos donó la nuestra Santa Madre Iglesia Católica en el momento en el que fuimos bautizados y es que por esta por esta fe de la Iglesia, la Esposa de Cristo, a la que nosotros nos unimos, en el momento de la consagración eucarística, Dios Hijo en Persona baja del cielo hasta la Hostia, y eso es infinitamente más grande que mover una morera y plantarla en el mar.