(Domingo XXVII - TO - Ciclo C - 2025)
“…si
tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y le dijeran a esa morera:
“¡Plántate en el mar!”, ella les obedecería” (cfr. Lc 17, 5-10). Jesús nos plantea en este Evangelio el tema de la fe,
pero antes de adentrarnos en el tema, tenemos que aclarar que hay dos tipos de
fe, la fe natural y la fe sobrenatural. La fe natural es la fe que usamos todos
los días, como por ejemplo, cuando alguien nos dice su nombre y nosotros le
creemos sin necesidad de ver su documento de identidad y así con la práctica
totalidad de las situaciones cotidianas, exceptuando en casos en los que se
presuma un delito, en donde sí se necesitan pruebas más explícitas. Ahora bien,
la fe de la que habla Jesús, la fe que “mueve montañas”, no es esta fe “natural”,
sino otra fe, una fe que no es humana, sino “sobrenatural, es una fe concedida
por la gracia, es la fe concedida por Dios. Es la fe a la que se refiere San
Pablo cuando la define como “creer en lo que no se ve” en Heb 11, 1-7. Por esta fe sobrenatural, entonces, creo “sobrenaturalmente”
en lo que no veo “sobrenaturalmente”. El caso más patente de esta fe “sobrenatural”,
aplica a los sacramentos, porque los sacramentos, todos los sacramentos de la
Iglesia Católica, tienen dos partes unidas indisolublemente entre sí, una
visible, sensible, y otra invisible, insensible, y es esta constitución de
estas dos partes lo que hace que los sacramentos sean un misterio sagrado y para
poder creer esto, es que se necesita la fe sobrenatural, la fe que “mueve
montañas”, la fe que concede la gracia, la fe que se nos infunde en el
bautismo, la fe que no es natural, que no depende de nosotros, sino que es un don
del cielo, que se nos dona en el momento en el que recibimos en el bautismo
sacramental, pero que es responsabilidad nuestra hacerla crecer día a día,
precisamente, con actos de fe sobrenatural.
Cuando
se trata de esta fe sobrenatural, se trata de una fe relacionada con realidades
a las cuales no podemos acceder con nuestra razón natural y algunas de estas
realidades son, por ejemplo, que Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas,
también la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María, o la prolongación
de esa Encarnación en el seno de la Iglesia, el altar Eucarístico. Nada de esto
podríamos creer sin la luz de la fe sobrenatural, porque nuestra razón natural,
nuestra inteligencia, es absolutamente insuficiente para iluminar estos misterios:
es como pretender iluminar el cielo estrellado con la luz de un fósforo
encendido, el fósforo es nuestra inteligencia y el universo es el misterio de
Dios. Solo la luz de la fe sobrenatural, que ilumina con la luz misma de Dios,
es una luz potente que permite escrutar el abismo insondable del misterio de
Dios Trinidad.
Gracias
a esta luz sobrenatural, gracias a esta fe sobrenatural, es que podemos vivir
la vida de la gracia, porque la fe sobrenatural nos muestra, como una potente
luz divina en medio de una densa noche, qué es lo que implica vivir la vida de
la gracia, qué es lo que implica vivir como hijos de Dios, es decir, la luz de
la fe sobrenatural que nos da la gracia nos muestra la pureza de la fe
católica: qué es lo que debemos creer, qué es lo que debemos amar, qué es lo
que debemos esperar, qué es lo que debemos obrar, para agradar a Jesús y a la
Virgen y así entrar en el Reino de los cielos. Un ejemplo de esto es la oración
que el Ángel de Portugal les enseñó en las apariciones de Fátima; en esa
oración, llena de fe sobrenatural, se muestra con claridad qué es lo que como católicos
debemos creer, qué es lo que debemos esperar, qué es lo que debemos amar: “Dios
mío, yo creo -creo en Ti, Dios Uno y Trino-, espero -espero en la salvación del
Cordero de Dios, Jesucristo-, Te adoro -adoro la Presencia real, verdadera y
substancial del Hijo Eterno del Padre, el Verbo de Dios, Jesús de Nazareth- y
Te amo -amo al Hijo de la Madre de Dios, Jesús, el Salvador-, Te pido perdón
por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman -imploro de rodillas
y con la frente en tierra por todos mis hermanos que no creen en Ti, que no esperan
tu Segunda Venida, que no solo no Te adoran, sino que blasfeman contra Ti, que no
solo no Te aman, sino que lastimosamente Te odian”. Esta oración del Ángel de
Portugal, oración de adoración, y la oración de reparación, solo la podemos
hacer si tenemos encendida en el alma la luz de la fe sobrenatural, la luz que
nos concede la gracia santificante, donada por el bautismo sacramental.
Esto
quiere decir también que si no tenemos fe sobrenatural, fe concedida por la
gracia santificante, no sabemos en qué creer, no sabemos en qué esperar, no
sabemos qué amar y por lo tanto, creemos, esperamos y amamos en forma errónea,
equivocada, que es lo que sucede con las religiones monoteístas no católicas y
con todas las sectas. Quien no tiene fe católica, no tiene forma de saber que
el fin de su vida terrena es la comunión íntima de vida y amor eternos con las
Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad y si no sabe eso, no podrá nunca
obrar de modo de poder dirigirse en esa dirección y por lo tanto vivirá esta
vida terrena como si esta vida fuera el comienzo y el fin de todo, es decir,
vivirá esta vida terrena de forma errónea, equivocada.
Poseer
fe es sumamente importante en esta vida, ya que determina su orientación, su
esperanza y su felicidad: quien no tiene fe sobrenatural en Jesucristo, no
tiene esperanza en la vida eterna en el Reino de los cielos; por lo tanto, no
sabe en qué esperar, no sabe que le espera una vida de eterna felicidad,
absolutamente feliz y dichosa en la eternidad, una vida de contemplación y
adoración, de comunión de vida y de amor y de adoración del Acto de Ser divino
de Dios Uno y Trino, en la compañía alegre y festiva de la Madre de Dios, de
los Santos y de los Ángeles de Dios y por lo tanto, al no tener esta fe
sobrenatural, al no saber que le espera esta vida de eterna felicidad, puede
ser que sea incluso una persona buena humanamente hablando, pero vivirá con una
fe puramente humana, sin tener más .esperanza ,que la de vivir una vida
meramente humana, esto es, en el mejor de los casos, estudiar, trabajar, formar
una familia, ejercer una profesión, aspirar a poseer una casa, un auto, una
vida sin sobresaltos económicos y una vejez tranquila y un seguro que cubra su
sepultura y nada más. Quien no tiene fe sobrenatural, solo tiene fe para una
esperanza de una vida horizontal, puramente humana, jamás para una fe vertical,
sobrenatural, que llegue al Reino de los cielos.
Quien
no tiene fe sobrenatural, no sabe que debe dirigir su amor a la Santísima
Trinidad -según el dicho que dice: “nadie ama lo que no conoce”-; no sabe que Dios
Uno y Trino es un Océano infinito de Amor eterno, que en la Cruz y en la
Eucaristía se nos dona, por misericordia, todo entero, sin reservas; no sabe que
en este amor a la Trinidad, que se nos revela en Jesucristo, se encuentra la
felicidad plena que busca desde que es concebido el corazón humano, todo
corazón humano y así, sin saber estas verdades, sin saber que en la Trinidad,
manifestada en Cristo, radica su felicidad, sin saber que en el amor de Jesucristo
se encuentra la plenitud de la vida y de la dicha sin fin, quien no tiene fe se
dedica, tristemente, a buscar vanamente el amor en cosas que ni son Dios ni
llevan a Dios y así ama al mundo, a las cosas del mundo, a las creaturas, que
por ser creaturas no solo no sacian la sed de amor que posee el alma, sino que
la llenan de angustia, de vacío, de hartazgo y de soledad.
La
falta de fe sobrenatural no solo afecta la visión para la eternidad, sino que
ya aquí en esta vida también compromete su cosmovisión y provoca una desorientación
radical: al no tener fe, al no saber que en la Eucaristía se encuentra el
Hombre-Dios Jesucristo en Persona, Quien es la felicidad total para todo ser
humano y que un instante de adoración eucarística proporciona más felicidad que
miles de años vividos en el mayor de los lujos y de la abundancia material, esa
persona vivirá en la ignorancia de esa verdad toda su vida.
La
fe sobrenatural se compara a una luz que viene desde el cielo, que nos hace ver
algo que no podemos ver con los ojos del cuerpo: los misterios santos de
nuestra religión católica, de nuestra fe católica, como por ejemplo, que Dios
no solo es Uno, sino Uno y Trino; nos hace ver que la Segunda Persona de la
Trinidad, Dios Hijo, se encarnó en el seno virgen de María por el poder del
Espíritu Santo; nos hace ver que Jesús no es un simple hombre, sino el
Hombre-Dios, Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, que prolonga su
Encarnación en el seno de la Iglesia, el altar eucarístico, para donarse como
Pan de vida eterna, la Sagrada Eucaristía. La fe sobrenatural nos hace ver a la
Eucaristía como lo que es, no como un pan bendecido, sino como la Presencia
Personal del Hijo de Dios que se dona a sí mismo con su Acto de Ser divino
trinitario y con su Amor divino trinitario, el Espíritu Santo, para encender
nuestros corazones en el fuego del Divino Amor en la Comunión Sacramental; la
fe sobrenatural nos hace ver
“…si
tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y le dijeran a esa morera:
“¡Plántate en el mar!”, ella les obedecería”. No tenemos fe natural suficiente como
para mover una morera y plantarla en el mar, pero sí tenemos la fe sobrenatural
que nos donó la nuestra Santa Madre Iglesia Católica en el momento en el que
fuimos bautizados y es que por esta por esta fe de