“¡Ay de ti Corozaim! ¡Ay de
ti, Betsaida! ¡Si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que en se
hicieron en ustedes, hace rato se habrían convertido!” (Mt 11, 20-24). Jesús se lamenta
por la frialdad, indiferencia y dureza de corazón de las ciudades hebreas de
Corozaím y de Betsaida, ciudades pertenecientes al Pueblo Elegido, y las
compara con las ciudades paganas de Tiro y Sidón: si se hubieran hecho los
milagros que se hicieron en ellas, las ciudades paganas se habrían convertido
ya hace tiempo, al contrario de las ciudades en donde Jesús obró milagros. En
el Día del Juicio, esas ciudades, paganas, serán juzgadas con menos rigurosidad
que aquellas en las que se obraron milagros.
Sin embargo, no son solo las
ciudades hebreas las que, a pesar de ser testigos y beneficiarios de los
milagros de Cristo –resurrección de muertos, curación de enfermos, expulsión de
demonios-, no se convierten: lo mismo se puede decir de un gran número de
cristianos, en quienes Dios Trino ha obrado milagros de una grandeza
infinitamente mayor, y aún así no se convierten, prefiriendo la vida pagana
antes que la vida de la gracia.
Millones de cristianos han
recibido milagros asombrosos, inimaginables para el hombre y para el ángel,
como por ejemplo el bautismo, en donde al alma no solo se le borra el pecado
original y se lo sustrae del poder del demonio, sino que se le concede la
filiación divina, algo que no han recibido ni los más poderosos ángeles del
cielo, y aún así prefieren ser llamados hijos de las tinieblas, por sus malas
obras.
Muchísimos cristianos han
recibido el perdón divino en cada confesión, al precio de la Sangre del Hombre-Dios,
algo que no han recibido ni recibirán nunca los ángeles apóstatas, y sin
embargo, en vez de perdonar a su vez a su prójimo, planean noche y día planes
de venganza, o bien continúan impenitentes, sin propósito firme de enmienda.
Muchísimos cristianos
reciben día a día la mayor muestra de amor que puede dar Dios a la criatura, y
es el don de sí mismo en la
Eucaristía, y sin embargo la gran mayoría continúa con su
corazón apegado a los placeres del mundo.
Con toda seguridad, si en
los paganos se hicieran estos milagros, sus corazones se encenderían
inmediatamente en el fuego del Amor divino, que es lo contrario a lo que sucede
con los católicos tibios.
Por eso Jesús puede decir a estos cristianos: "¡Ay de ti, cristiano tibio, porque no supiste aprovechar el don de mi Amor! ¡Si a los paganos hubiera adoptado como hijos de Dios, les hubiera perdonado sus pecados al precio de mi Sangre, y les hubiera alimentado con mi Cuerpo resucitado, hace rato arderían de amor por Mí! ¡Tú, en cambio, en vez de convertir tu corazón, pisoteas mis dones y te vuelcas a las creaturas! ¡Arrepiéntete antes de que sea demasiado tarde!".
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