“Si no ven signos y prodigios, no creen” (cfr. Jn 4, 43-54). Ante la petición de un padre de familia, que implora por la salud de su hijo que está a punto de morir, Jesús hace este reproche: “Si no ven signos y prodigios, no creen”.
Sin embargo, a pesar del reproche, Jesús le concede el milagro, y el niño se cura: cuando el padre se encuentra con los criados que le salen al encuentro, “cae en la cuenta” que su hijo había mejorado en el mismo momento en el que Jesús le decía que su hijo estaba curado.
El padre de familia, al ver el signo de la curación de su hijo, cree, y con él, toda su familia. Necesitaba del signo para creer, aunque no le hacía falta, y Jesús, a pesar de que no le hacía falta, le concede el signo, y cree. Es decir, el padre atribulado pone como condición un signo para ver, y cuando lo recibe, cree.
Hoy, la situación es peor, porque si antes, si no veían signos y prodigios, no creían -pero al final terminaban creyendo luego de verlos-, hoy, aún cuando ven signos y prodigios, no creen.
Hoy en la Iglesia de Cristo, la Iglesia Católica, se dan signos y prodigios infinitamente más grandes y asombrosos que la curación de un niño agonizante, pero aún así, los mismos bautizados, los mismos católicos, no creen.
Ven los signos y prodigios más grandes y asombrosos que jamás puedan se concebidos, y aún así no creen: ven a un alma ser convertida en hija adoptiva de Dios, naciendo del seno mismo de Dios, al recibir al Espíritu Santo en el Bautismo sacramental de
Ven al Espíritu Santo sobrevolar en el altar, por las palabras de la consagración, convirtiendo al pan en el Cuerpo de Cristo y al vino en su sangre, y no creen.
Ven a un Dios prolongar su Encarnación en el seno virgen de
Ven al Espíritu Santo derramarse a sí mismo y a sus dones en el alma que recibe
Ven signos y prodigios, en
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