(Domingo XXVI - TO - Ciclo B -
2024)
“Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala,
porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la
Gehena, al fuego inextinguible” (Mc 9, 38-43.45.47-48). Para
esta enseñanza, Nuestro Señor Jesucristo hace uso de una imagen que, si es leída
de forma material y literal, suena, de buenas a primera, de forma impactante: Jesús
nombra partes específicas del cuerpo -el ojo, la mano, el pie- y afirma que, si
estas son ocasión de caída en el pecado, debemos “extirparlos”, “cortarlos”, es
decir, extraerlos físicamente, separarlos físicamente, del resto del cuerpo.
Ahora bien, es una obviedad aclarar que Nuestro Señor no está hablando
literalmente, si no, metafóricamente; es decir, solo está utilizando una
imagen, bastante fuerte, pero que de ninguna manera es de aplicación literal;
Jesús de ninguna manera nos está diciendo que debemos hacer eso literalmente.
Una vez aclarado esto, debemos preguntarnos por el sentido espiritual,
sobrenatural, de la imagen física utilizada por Jesús, porque como enseña Santo
Tomás, las realidades sensibles nos sirven para elevarnos a las realidades
invisibles y en este caso, la intención de Jesús es que, a través del uso de
una imagen sensible, lleguemos a la comprensión de una enseñanza espiritual, de
una realidad espiritual que, por sí misma, es invisible. Cuando nos preguntamos
la razón por la cual Jesús utiliza una imagen tan fuerte, la respuesta es que
lo hace para que tomemos conciencia acerca de la gravedad espiritual del pecado,
porque el pecado -que es ruptura de la relación personal con Dios, Trinidad de
Personas-, al ser insensible, hace creer a quien lo comete, que no tiene
consecuencias espirituales y precisamente, para que nos demos cuenta de las
consecuencias espirituales que el pecado ejerce realmente en el alma, es que
Jesús utiliza esta imagen física. El uso de esta imagen es para graficar la
realidad del pecado en el alma: si bien el alma no puede ser troceada en partes,
como sí lo puede ser el cuerpo, debido al pecado, que corta la relación vital
con Dios, el alma sufre un daño análogo al que sufre el cuerpo al ser amputada
una de sus partes o uno de sus miembros. Por el pecado, el alma pierde la
participación en la vida divina que le otorgaba la gracia, siendo esta pérdida
de vitalidad de menor o de mayor importancia, si el pecado es venial o mortal:
si es venial, es como si el cuerpo perdiera solo un miembro; si es mortal, es
como si el cuerpo perdiera la vida. La situación en la cual el alma pierde
totalmente la vida de la gracia se llama “pecado mortal” y significa que el
alma está en estado de condenación eterna y esto es lo que explica que Jesús
utilice una imagen tan fuerte, como la de extirpar un ojo, una mano o un pie,
si estos son ocasión de pecado, porque si hay algo que conduzca al alma a la
pérdida de la gracia, es preferible que el alma se aparte de esa tal situación,
de una forma tan tajante y decisiva, equivalente a como si alguien se amputara
una mano o un pie o se extirpara un ojo, porque como Él mismo dice, es mejor
salvar el alma con el cuerpo tullido, antes que condenarse con el cuerpo
entero.
Pero aún así, no debemos creer que las palabras de
Jesús son una exageración: son tan reales y ciertas, que la Iglesia las toma y
las aplica en la fórmula de arrepentimiento que el penitente pronuncia antes de
recibir la absolución. En efecto, el penitente dice: “Antes querría haber
muerto que haberos ofendido”, lo cual significa que el alma reconoce que, mucho
más que amputarse un miembro de su cuerpo, desearía haber recibido la muerte
corpórea, terrena, antes de haber cometido un pecado mortal o venial deliberado.
Es decir, la Iglesia, con la sabiduría divina que le proporciona el Espíritu
Santo, comprende el sentido eminentemente espiritual de las palabras de Jesús y
las aplica para el Sacramento de la Penitencia.
“Si tu mano es ocasión de pecado, córtala (…) si tu pie
es ocasión de pecado, córtalo (…) si tu ojo es ocasión de pecado, arráncalo”. Con
estas imágenes tan fuertes, Jesús nos hace ver la absoluta necesidad de la
gracia para la vida espiritual, a lo cual hay que agregar la mortificación de
los sentidos y de la imaginación, la penitencia, el sacrificio, la oración y el
ayuno. Esto no quiere decir que se deba únicamente luchar contra los
pensamientos o imágenes negativos o pecaminosos, sino que, ayudados por la
gracia, debemos utilizar la mente y la voluntad para centrar nuestros
pensamientos, nuestra imaginación, nuestros recuerdos, nuestro corazón, en la
Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Solo de esta manera
entraremos con el alma y el cuerpo restaurados por la gloria divina al Reino de
los cielos.
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