jueves, 18 de octubre de 2012

“Teman al que tiene poder de arrojar en la Gehena”



“Teman al que tiene poder de arrojar en la Gehena” (Lc 12, 1-7). Jesús aconseja a sus discípulos el temor de Dios quien, a diferencia de los hombres, quienes luego de quitar la vida no pueden hacer nada más, tiene poder para arrojar al alma al infierno. Muchos, interpretando superficial o tendenciosamente este consejo, acusarán a Jesús –y luego, a la Iglesia-, de presentar la imagen de un Dios vengativo, cruel, despiadado para con su creatura, el hombre, el cual, para sobrevivir en su presencia, debe temerle, con el temor de un siervo ante su amo iracundo.
         Sin embargo, el temor que aconseja Jesús no es el temor servil, y nada tiene que ver con el temor del esclavo que más que temor tiene miedo o terror a su patrón; el temor que aconseja Jesús es el que enseña la Sagrada Escritura: “Principio de la sabiduría es el temor del Señor” (Prov 1, 7). Es el temor filial, que nace de un corazón contrito, dolido por la malicia de sus actos; es el temor, que más que temor es amor de compunción, que nace en aquel que dimensiona, por un lado, el inmenso Amor trinitario, donado en Cristo Jesús, Dios Hijo encarnado, y por otro, se da cuenta de la malicia que encierra el pecado, que lleva a golpear, insultar, humillar, flagelar, y por último dar muerte de Cruz, al Hijo de Dios.
         El temor que recomienda Jesús es el que nace no ante la amenaza del puño de hierro divino, que se descarga sobre el hombre inerme, sino que es el que nace al pie de la cruz, cuando el hombre, arrodillado ante el Hombre-Dios crucificado, recibe la iluminación divina que le permite abismarse en la inmensidad del Amor del Padre que ha donado a su Hijo, al tiempo que le hace abismarse en la hondura sin fin de la malicia del corazón humano, que ante el don del Padre, sólo atina a abofetearlo, humillarlo y darle muerte de cruz.
         El temor que aconseja Jesús es el temor del hijo que, comprobando el amor del padre o de la madre, prefiere una y mil veces morir antes que ofender su bondad. Quien posee esta clase de temor, posee ya la sabiduría que lo conducirá a la salvación eterna: “Principio de la sabiduría es el temor del Señor”.
       Pero también es el temo a Aquel que, cuando se cansa de la malicia del corazón humano, cuando en el colmo del hartazgo de la maldad humana que rechaza una y otra vez los auxilios celestiales que lo llaman a la conversión, lo abandona a su propia voluntad, dejándolo que haga lo que quiera -el mal-, arrojándolo al lugar donde podrá, por la eternidad, dar rienda suelta a su voluntad, obrando el mal para siempre, y ese lugar es la Gehena o Infierno. 

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