“Teman
al que tiene poder de arrojar en la Gehena” (Lc 12, 1-7). Jesús aconseja a sus discípulos el temor de Dios
quien, a diferencia de los hombres, quienes luego de quitar la vida no pueden
hacer nada más, tiene poder para arrojar al alma al infierno. Muchos,
interpretando superficial o tendenciosamente este consejo, acusarán a Jesús –y luego,
a la Iglesia-, de presentar la imagen de un Dios vengativo, cruel, despiadado para
con su creatura, el hombre, el cual, para sobrevivir en su presencia, debe
temerle, con el temor de un siervo ante su amo iracundo.
Sin embargo, el temor que aconseja Jesús no es el temor
servil, y nada tiene que ver con el temor del esclavo que más que temor tiene
miedo o terror a su patrón; el temor que aconseja Jesús es el que enseña la
Sagrada Escritura: “Principio de la sabiduría es el temor del Señor” (Prov 1, 7). Es el temor filial, que nace de un
corazón contrito, dolido por la malicia de sus actos; es el temor, que más que
temor es amor de compunción, que nace en aquel que dimensiona, por un lado, el
inmenso Amor trinitario, donado en Cristo Jesús, Dios Hijo encarnado, y por
otro, se da cuenta de la malicia que encierra el pecado, que lleva a golpear,
insultar, humillar, flagelar, y por último dar muerte de Cruz, al Hijo de Dios.
El temor que recomienda Jesús es el que nace no ante la
amenaza del puño de hierro divino, que se descarga sobre el hombre inerme, sino
que es el que nace al pie de la cruz, cuando el hombre, arrodillado ante el Hombre-Dios
crucificado, recibe la iluminación divina que le permite abismarse en la
inmensidad del Amor del Padre que ha donado a su Hijo, al tiempo que le hace
abismarse en la hondura sin fin de la malicia del corazón humano, que ante el
don del Padre, sólo atina a abofetearlo, humillarlo y darle muerte de cruz.
El temor que aconseja Jesús es el temor del hijo que,
comprobando el amor del padre o de la madre, prefiere una y mil veces morir
antes que ofender su bondad. Quien posee esta clase de temor, posee ya la sabiduría que lo conducirá a la salvación eterna: “Principio de la sabiduría es el temor del Señor”.
Pero también es el temo a Aquel que, cuando se cansa de la malicia del corazón humano, cuando en el colmo del hartazgo de la maldad humana que rechaza una y otra vez los auxilios celestiales que lo llaman a la conversión, lo abandona a su propia voluntad, dejándolo que haga lo que quiera -el mal-, arrojándolo al lugar donde podrá, por la eternidad, dar rienda suelta a su voluntad, obrando el mal para siempre, y ese lugar es la Gehena o Infierno.
Pero también es el temo a Aquel que, cuando se cansa de la malicia del corazón humano, cuando en el colmo del hartazgo de la maldad humana que rechaza una y otra vez los auxilios celestiales que lo llaman a la conversión, lo abandona a su propia voluntad, dejándolo que haga lo que quiera -el mal-, arrojándolo al lugar donde podrá, por la eternidad, dar rienda suelta a su voluntad, obrando el mal para siempre, y ese lugar es la Gehena o Infierno.
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