(Ciclo C -
2013)
“A los pobres los tendrán siempre con vosotros, pero a Mí no
me tendrán siempre” (Jn 12, 1-11). María
Magdalena rompe un frasco de “perfume de nardo puro, de mucho precio”, y con él
unge los pies de Jesús. Ante el gesto de María Magdalena, Judas Iscariote
protesta ante Jesús, quejándose por el aparente derroche que significa usar el
perfume de es manera, en vez de venderlo y dar el dinero a los pobres. Jesús
responde aprobando el gesto de María Magdalena: “Déjala. Ella tenía reservado
este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tendrán siempre con vosotros,
pero a Mí no me tendréis siempre”.
Con su respuesta, Jesús desenmascara las verdaderas
intenciones de Judas Iscariote: no le interesan los pobres, como él
fingidamente lo declama, sino que desea que se venda el perfume porque,
sabiendo que es muy costoso, obtendrá dinero en cantidad, al que luego robará,
porque “era ladrón” y “robaba lo que se ponía en la bolsa”. Fingiendo interesarse
por los pobres y por las enseñanzas de Jesús, que predicaba la pobreza, Judas codicia
en realidad el dinero, y el dinero mal habido, porque roba lo que estaba
destinado precisamente a los pobres. Judas finge vivir la pobreza, pero en
realidad ama el dinero. Con su respuesta, Jesús también saca a la luz las piadosas
intenciones de María Magdalena: al usar un perfume caro y costoso para ungir
los pies de Jesús, María Magdalena no está faltando a la pobreza, sino que está
cumpliendo con el deber de piedad debido a Dios, ya que unge los pies de Jesús
anticipándose y profetizando su próxima muerte en Cruz. Lejos de reprochar a
María Magdalena, Jesús entonces aprueba que se use un costoso perfume, al ser
utilizado en la unción de sus pies como anticipo profético de su Muerte
redentora, y desaprueba la falsa solicitud de Judas Iscariote por los pobres.
Con
este episodio, Jesús nos enseña la verdadera pobreza de la Iglesia y nos
previene contra las ideologías que utilizan al pobre y a la pobreza para
instrumentar a la Iglesia a sus fines ideológicos anti-cristianos: lo que se
destina al culto litúrgico, no puede ser de mala calidad, y no es falta de
pobreza utilizar lo mejor que el hombre pueda obtener con su industria, porque
se trata del culto debido a Dios, que es
Creador, Redentor y Santificador. La liturgia, sobre todo la liturgia
eucarística, debe brillar por su esplendor y por su riqueza, porque se trata de
acciones dirigidas en honor a Dios Uno y Trino. Así, no es falta de pobreza
usar, por ejemplo, cálices o elementos litúrgicos de material costoso, ni
tampoco es faltar a la pobreza tener en el templo imágenes, esculturas,
columnas, del mejor material. Por el contrario, usar elementos de mala calidad,
so pretexto de la pobreza, es faltar a la virtud de la piedad y al culto debido
a Dios, a quien debemos lo mejor, sea en el campo material o espiritual.
Con
respecto a nosotros, sin embargo, sí cabe la pobreza, pero la verdadera
pobreza, la pobreza santa de la Cruz, que consiste no en no tener nada –aunque a
algunos, como a San Francisco de Asís, Dios les pida despojarse de todo lo
material-, sino en no tener el corazón apegado a los bienes terrenos. Hay casos
de santos, como Pier Giorgio Frassatti, que no renunciaron a sus bienes, pero
con ellos ayudaron a los pobres, dando todo lo que tenían.
La
pobreza santa, la pobreza de la Cruz, la que estamos llamados a vivir, se
aprende contemplando a Cristo crucificado: no desear más bienes terrenos que
los que nos lleven al Cielo –una Cruz de madera, una corona de espinas, tres
clavos de hierro-, y acumular tesoros, pero tesoros espirituales, que se
acumulan en el cielo, los tesoros con los que pagaremos nuestra entrada en el
cielo: las obras de misericordia, corporales y espirituales, un corazón
contrito y humillado, y la Comuniones Eucarísticas hechas con fe, amor y
piedad, y almacenadas y custodiadas en el corazón, con avidez mayor a la del avaro
que atesora monedas de oro en su caja fuerte.
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