miércoles, 29 de diciembre de 2010

En cada misa, la Iglesia no sólo nos anuncia una gran alegría: nos da a la Alegría en sí misma, Jesús Eucaristía


“Os anuncio una gran alegría: os ha nacido un Salvador” (cfr. Lc 2, 1-14). La nota característica del anuncio del Nacimiento del Mesías por parte del ángel es la alegría: "os anuncio una gran alegría".

¿De qué alegría se trata? Podría ser la alegría que se experimenta en la familia humana cuando nace una nueva criatura: el niño es sinónimo de supervivencia de la raza y de la especie; es sinónimo de continuidad vital, de trascendencia del propio yo y del propio ser, más allá de los límites temporales de la propia existencia. Podría ser a esta alegría a la cual hace referencia el ángel cuando hace el anuncio a los pastores.

Sin embargo, no es esta la alegría anunciada por el ángel: la alegría que anuncia el ángel es una alegría no humana, venida de lo alto, desconocida para el hombre. La alegría de la Navidad, es la alegría del mismo Dios, es Su alegría, la que Él experimenta en la comunión de vida y amor en sus Tres Personas; es una alegría que se contagia a los hombres, que se comunica desde Él a sus criaturas, por desbordamiento sobreabundante: Dios es Alegría infinita, y es de esa alegría infinita, celestial, sobrenatural, la que Él viene a comunicar a los hombres. Es la alegría del encuentro, de un Dios que viene al encuentro de su criatura, sin medir los abismos que la separan en dignidad y majestad: la criatura es nada en comparación al Ser divino, y sin embargo, es Dios quien, en su infinita majestad, decide abajarse, humillarse, para comunicar al hombre su propio Ser, y con su Ser, su Vida, su Amor y su Alegría. Navidad es el gozo de Dios que viene al encuentro del hombre, sumido en la tristeza y en la oscuridad.

Pero hay algo más que la alegría: “Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor” (Lc 2, 9). Otros elementos que acompañan a la alegría de Navidad son la luz, que es la gloria, y el temor, que no es miedo, sino el temor filial, que nace del amor: es el temor del hijo que, descubriendo la bondad de su padre, no sólo desea morir antes que ofenderlo, sino que busca, con todo el ardor y la fuerza de su ser, agradarlo cada vez más, a cada instante. La luz que acompaña al anuncio es la gloria de Dios, y esto es el indicio de que la alegría de Navidad no es humana, ni por motivos humanos, sino que procede toda del cielo: Dios es intrínsecamente alegre, porque es infinitamente feliz en la comunión de Tres Personas, y por eso, a la manifestación de su gloria, que es la luz, le acompaña, de modo indisoluble, la alegría.

“Os anuncio una gran alegría: os ha nacido un Salvador”. La alegría angélica no se limita a Navidad: se renueva, misa a misa, por el santo sacrificio del altar, porque en el altar la Iglesia, reflejándose en la Virgen Madre, su modelo, la imita, y así como la Virgen concibió y dio a luz virginalmente, por el poder del Espíritu, a Dios Hijo en Belén, Casa de Pan, y lo presentó al mundo revestido de Niño humano, así la Iglesia, por el poder del mismo Espíritu, concibe y da a luz en su seno virgen, a Dios Hijo, en el Nuevo Belén, el altar eucarístico, y lo presenta a la asamblea revestido de apariencia de pan.

En cada misa, la Iglesia no sólo nos anuncia una gran alegría: nos da a la Alegría en sí misma, Jesús Eucaristía.

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