jueves, 29 de noviembre de 2012

“Síganme y los haré pescadores de hombres”




“Síganme y los haré pescadores de hombres” (Mt 4, 18-22). Mientras camina a orillas del mar de Galilea, Jesús ve a dos pescadores, Andrés y Simón, y los invita a seguirlo: “Síganme y los haré pescadores de hombres”. El Evangelista Mateo destaca la prontitud de la respuesta de los dos hermanos: “Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron”. Lo mismo sucede más adelante, con la llamada a otros dos hermanos, Santiago y Juan: la respuesta es inmediata. Visto con ojos humanos, la escena no tiene explicación alguna; en efecto, ¿qué podría justificar, humanamente hablando, que dos experimentados pescadores, Andrés y Simón Pedro, y luego también Santiago y Juan, dejaran un oficio de sobras conocido por ellos, y sobre todo vital, ya que de ese oficio dependía el sustento propio y de sus familias, por el llamado de un extraño que los invita a un nuevo oficio, todavía más extraño, ser “pescadores de hombres”?
Lo que no tiene explicación humana, tiene explicación divina: Jesús es Dios, y por eso su llamada no es la de un mero hombre, sino la del Hombre-Dios; al llamar, Jesús infunde su Espíritu, y es este Espíritu quien, en una iluminación celestial, fugaz pero profundísima, porque ilumina la raíz del ser, hace vislumbrar a San Andrés, a Pedro, a Santiago y a Juan, en centésimas de segundos, que parecen cientos de años, la magnitud de la empresa a la que Jesús los llama: ser “pescadores de hombres” quiere decir que ahora pescarán almas en el mar de la historia y de la vida humana, para salvarlas de la perdición, incorporándolas a la Barca que es la Iglesia; ser “pescadores de hombres” quiere decir que aprenderán un nuevo oficio, no el antiguo de pescadores de peces, en el que utilizaban una red de hilo para atrapar peces, sino que ahora pescarán almas humanas, y para ello utilizarán una Red Nueva, Cristo Jesús; ser “pescadores de hombres” quiere decir que los llama a ser sacerdotes de su Iglesia, que transubstanciarán el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, en la Santa Misa, y perdonarán los pecados con el sacramento de la Penitencia, y santificarán toda la vida humana del Nuevo Pueblo de Dios, por medio de la administración de los sacramentos, manantiales de gracia divina; ser “pescadores de hombres”, significa que los llama a dar testimonio de Él, Hombre-Dios, con la ofrenda de su vida, para que por ese testimonio, muchos hombres se salven y entren en la Iglesia, “fuera de la cual no hay salvación”.
“Síganme y los haré pescadores de hombres (…) Inmediatamente (…) lo siguieron”. También a nosotros, como a Andrés y a los Apóstoles, nos llamó Jesús, no caminando a orillas del mar de Galilea, sino en el momento de nuestro bautismo, y renueva esa llamada en cada comunión eucarística. También nosotros, como Andrés y los Apóstoles, debemos dejar “inmediatamente” nuestro hombre viejo, y seguir a Jesús según nuestro estado de vida, para ayudarlo en su tarea de salvar almas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario