(Domingo
III - TP - Ciclo C – 2022)
“Tiren las redes y encontrarán” (Jn 21, 1-14). En este Evangelio se relata lo que podemos llamar “la
segunda pesca milagrosa”. En la escena evangélica, que transcurre luego de la
muerte y resurrección de Jesús, Pedro, Juan y los demás discípulos están
pescando durante toda la noche, pero sin obtener ningún resultado, al punto que
regresan con las barcas y las redes vacías.
Al regresar, ven a Jesús a la orilla del mar; Jesús les
pregunta si tienen algo para comer, algo que hayan obtenido de la pesca y ellos
le dicen que no. Entonces Jesús, al igual que en la primera pesca milagrosa,
les ordena que regresen al mar y que echen las redes. Ellos obedecen y esta
vez, a diferencia de toda la pesca de la noche, obtienen tantos peces que casi “podían
arrastrarla”, dice el Evangelio.
En esta escena, debemos trasladar los elementos naturales a
los sobrenaturales, para entender su sentido último sobrenatural. Así, la Barca
de Pedro, es la Iglesia Católica; el mar es el mundo y la historia de los
hombres; los peces son los hombres sin Dios; la noche es la historia de la
humanidad sin la luz y la Presencia de Cristo resucitado; la pesca infructuosa
es la acción apostólica de la Iglesia que resulta infructuosa cuando la Iglesia
deja de lado el misterio salvífico de Cristo, se olvida de su condición de Hombre-Dios,
de sus milagros, el principal de todos, la conversión del pan y del vino en su
Cuerpo y Sangre en la Última Cena y en cada Santa Misa y en vez de eso, adopta
ideologías humanas que desplazan a Cristo Dios del centro y lo reemplazan por
un Cristo vacío de poder divino, un Cristo que no es Dios, un Cristo que es
puramente humano, un Cristo que es hombre y no Hombre-Dios; la pesca es la
acción apostólica de la Iglesia que sin la guía de Cristo y su Espíritu Santo,
intenta adaptarse al mundo, es una Iglesia que se mundaniza con el mundo, que
adopta criterios y pensamientos mundanos y deja de lado los Mandamientos de
Cristo, los Sacramentos de la Iglesia, la oración, la Adoración Eucarística y
se confía en el psicologismo y adopta como suyos los criterios mundanos y
anticristianos de organismos anticristianos. Cuando la Iglesia hace esto, se
mundaniza y se queda sin frutos, con las redes vacías, porque eso significan
las redes vacías: la ausencia de fieles en el seno de la Iglesia.
Por el contrario, la pesca milagrosa, realizada a la luz del
día, a la luz del sol, simboliza la actividad apostólica de la Iglesia que es
realizada bajo la guía del Sol de justicia, Cristo Jesús, el Hombre-Dios, quien
guía a la Barca de Pedro con su Espíritu, el Espíritu Santo, el Espíritu del
Padre y del Hijo. La pesca milagrosa simboliza la actividad apostólica de la
Iglesia que da frutos de santidad porque se basa en la Palabra de Cristo, que
es la Palabra eternamente pronunciada por el Padre, Palabra que está contenida
en las Sagradas Escrituras, pero también en la Tradición y en el Magisterio. La
pesca milagrosa significa la acción de la gracia santificante en las almas de
los hombres que viven en la oscuridad de este mundo en tinieblas, que al ser
iluminados por Cristo, ingresan en la Iglesia, atraídas por las “palabras de
vida eterna” que tiene Cristo, palabras que iluminan al alma con la luz divina
y le conceden la luz de la Trinidad, abriendo para el alma un horizonte nuevo,
un horizonte que trasciende la simple humanidad, el tiempo y el espacio y la
predestina a la eternidad en el Reino de los cielos.
“Tiren las redes y encontrarán”. Nunca debemos reemplazar la
Palabra de Dios, Cristo en las Escrituras y en la Eucaristía, por ideologías
humanas, extrañas al Evangelio –ideología de género, materialismo,
neo-paganismo, etc.-, porque estas ideologías son propias de la oscuridad y no
pertenecen en absoluto a la Trinidad. Por el contrario, debemos ser siempre
fieles a la Palabra de Dios, que se nos ofrece en las Escrituras y, encarnada,
en la Eucaristía; debemos aferrarnos a los Mandamientos de Dios, a los
preceptos de la Iglesia, a las enseñanzas del Magisterio y de la Tradición, que
son inmutables porque son eternos, ya que proceden de Dios Uno y Trino que es
la eternidad en Sí misma y que por eso mismo son válidos para todos los tiempos
de la humanidad. Sólo así, siendo fieles a la Palabra Eternamente pronunciada
por el Padre, Cristo Dios, la Barca de Pedro, la Iglesia Católica, obtendrá el
mejor de los frutos de su acción apostólica, que es la salvación eterna de los
hombres.
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