(Domingo
XXXIII - TO - Ciclo C - 2013)
“(Antes del fin) los perseguirán y encarcelarán (…) esto les
sucederá para que puedan dar testimonio de Mí” (Lc 21, 5-19). Jesús nos advierte que, antes de su Segunda Venida,
aquellos que en su Iglesia lo amen y crean en Él, en su misterio pascual de
muerte y resurrección y en su Presencia eucarística, deberán sufrir una gran prueba
y una gran tribulación: quienes lo amen y tengan fe en Él –la fe de la Santa
Madre Iglesia, no la fe “humanizada” del progresismo-, serán perseguidos,
encarcelados y llevados ante las autoridades, momento en el cual darán
testimonio de Cristo, testimonio para el cual serán asistidos en Persona por el
mismo Cristo y por el Espíritu Santo.
Los tiempos previos a la Segunda Venida de Cristo serán
tiempos de una gran oscuridad espiritual, puesto que la humanidad entera se
encontrará inmersa en las tinieblas del error, del pecado y de la ignorancia
como consecuencia de la apostasía de los cristianos que, habiendo rechazado la
luz de Cristo, se habrán volcado al neo-paganismo, desorientando y desviando a
los mismos paganos con su obrar errático y alejado de Dios y sus Mandamientos.
El Catecismo advierte acerca del estado de las dos
características centrales de los tiempos previos a la Segunda Venida de
Jesucristo, esto es, la oscuridad espiritual y la persecución a quienes se
mantengan fieles en la verdadera fe: “Antes del advenimiento de Cristo, la
Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos
creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará
el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que
proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el
precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del
Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica
a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”[1].
La “prueba final” hará que muchos fieles abandonen la fe
verdadera en Cristo como Hombre-Dios, para comenzar a creer en un falso Cristo,
un Cristo humanizado, que defiende los derechos del hombre y no los derechos de
Dios o, mejor dicho, que presenta a la anti-naturaleza como un derecho humano,
a la par que silencia el derecho de Dios Trino de ser conocido, amado y adorado
por todos los hombres debido a su inmensa majestad y debido a sus obras: la
Creación de Dios Padre, la Redención de Dios Hijo, la Santificación obrada por Dios
Espíritu Santo.
Los seguidores del Anticristo –es decir, los seguidores del
falso Cristo, del Cristo humanista y “humanizante”, que en pos de un falso
humanismo propiciará la anulación de los Mandamientos de Dios para sustituirlos
por los Mandamientos del Hombre, en donde todas las perversiones anti-naturales
estarán justificadas, aprobadas y “bendecidas”- perseguirán a los que conserven
la fe en el verdadero Cristo, el Hombre-Dios, y sus Mandamientos, los
Mandamientos que con sus prohibiciones advierte al hombre acerca de aquello que
le provoca desgracia y muerte –no tomarás el nombre de Dios en vano, no matarás,
no cometerás actos impuros, no desearás la mujer de tu prójimo, no robarás, no
levantarás falso testimonio ni mentirás-, al tiempo que con sus preceptos
positivos, le indica el camino directo a su felicidad –amarás a Dios y al
prójimo, santificarás las fiestas-. El Anticristo, levantando en alto las
banderas de un falso humanismo y de una religión “alivianada” de tal manera en
sus preceptos que permitirá toda clase de excesos y transgresiones morales, se
convertirá a través de esta “impostura religiosa”, como lo dice el Catecismo,
en un “pseudo mesías” que conducirá a los hombres a adorar al hombre en vez de
adorar a Dios Trino y al verdadero Mesías, la Segunda Persona de la Trinidad
encarnada.
El clima espiritual reinante antes de la Venida de Cristo a
juzgar el mundo será el de la oscuridad más absoluta, porque la gran mayoría de
los bautizados habrá defeccionado en la fe, mientras el mundo no-cristiano, al
no ver en los católicos la “luz del mundo” que lo guíe en la oscuridad, estará sumido también en
las tinieblas. En esta densa oscuridad brillarán como estrellas en la noche,
como antorchas en la oscuridad, los católicos que, fieles a la gracia
bautismal, perseveren en la fe de la Iglesia y confiesen que Jesucristo es
Verdadero Dios y verdadero Hombre, y que es el Cordero de Dios que, inmolado de
una vez y para siempre en el Santo Sacrificio de la Cruz en el Calvario,
renueva de modo incruento ese mismo sacrificio en el Nuevo Monte Calvario, el
altar eucarístico.
“(Antes
del fin) los perseguirán y encarcelarán (…) esto les sucederá para que puedan
dar testimonio de Mí”. No sabemos “ni el día ni la hora” de cuándo sucederán
todas estas cosas y, aunque lo supiéramos, no tendría mayor importancia, puesto
que lo realmente importante es vivir en estado de gracia, ya que es la gracia
la que permite la participación en la vida trinitaria y por lo tanto el ser
iluminados por el Espíritu Santo, condición absolutamente necesaria para
perseverara hasta el fin en la fe verdadera de la Santa Madre Iglesia y en las
buenas obras. Esta gracia hay que pedirla todos los días, hasta el día de la
muerte.
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