“El
que crea se salvará, el que no crea se condenará” (Mc 16, 1-20). Frente a Jesucristo y su Evangelio, no hay disyuntiva
ni tintes intermedios: o se está con Él o contra Él; o se cree en Él, o no se
cree en Él; o se salva quien cree en Él, o se condena quien no cree en Él. La razón
de esta drástica separación y distinción es que Él ha sido enviado por Dios
como el Único Salvador del mundo; fuera de Él, “no hay otro nombre en el que se
encuentre la salvación” (cfr. Hch 4,
12).
Ahora
bien, el problema está en que muchos sectarios toman este versículo y dicen creer
en Cristo, pero en la práctica resulta un cristo falso, adaptado a la
mentalidad, a los gustos e incluso a los caprichos personales de los fundadores
de sectas. Incluso dentro de la Iglesia Católica puede suceder que se piensa
que se “cree en Cristo”, pero en realidad se está creyendo en un Cristo
imaginario, un Cristo construido a la medida de mi entendimiento y de mi gusto
personal. Muchos católicos hacen lo mismo que Lutero: toman de Cristo Jesús lo
que les conviene, y dejan de lado lo que no les conviene.
Así,
creen en un Cristo que es pura misericordia, incapaz de juzgar y condenar el
mal, sin justicia, con lo cual es en realidad un Cristo injusto, porque si no
castiga y corrige el mal, es injusto; muchos creen en un Cristo moldeable y
maleable, que puede adaptarse a cuanta corriente ideológica aparezca, y así es
que muchos creen en un Cristo pobre que manda odiar a los ricos, como la
Teología de la Liberación, o en un Cristo rico que manda enriquecerse
materialmente a toda costa, como la falsa teología de la prosperidad, lo cual
es radicalmente falso, porque Cristo nos manda a ser pobres y ricos a la vez:
nos manda ser pobres con la pobreza de la Cruz, que es despojarnos de los
bienes materiales que no nos conduzcan al cielo, y nos manda ser ricos con la
riqueza de la Cruz, que es poseer el tesoro más grande de todos los tesoros del
mundo, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. Otro Cristo radicalmente
falso es el de la Nueva Era o Conspiración de Acuario: un Cristo que es la
encarnación de Maitreya, o un Cristo que habita en un lejano planeta y se
desplaza en naves espaciales. Así como estos, hay muchísimos otros ejemplos de
falsos cristos que han sido inventados a lo largo de la historia por la
imaginación y fantasía de los hombres, dentro y fuera de la Iglesia.
“El
que crea se salvará, el que no crea se condenará”. “Creer en Cristo” implica
creer no en cualquier Cristo, no en el Cristo revolucionario, en el Cristo de
los pobres sin Dios que odian a los ricos, no en el Cristo de los ricos que
odian a los pobres, no en el Cristo reformador y protestante, no en el Cristo
cósmico y pagano de la Nueva Era; creer en Cristo implica creer en el Cristo
del Credo de la Santa Iglesia Católica, que es el Cristo por quien dieron la
vida los santos a lo largo de los siglos; es el Cristo que por el bautismo nos incorpora a su Cruz y muerte y a su gloria y resurrección, es el Cristo que nos manda negarnos a
nosotros mismos todos los días y cargar la Cruz para seguirlo a Él camino del
Calvario, único modo de llegar al Reino de los cielos; es el Cristo que
conmovió el corazón de Zaqueo, por quien Zaqueo prometió devolver cuatro veces
más a los que hubiera perjudicado: “Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de
mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces
más” (Lc 19, 1-10); es el Cristo Cordero a quien
adoran los ángeles y los santos en el cielo; es el Cristo Dios que está
Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía. Es en este
Cristo y no otro, en el cual creemos y al cual amamos y adoramos en el tiempo,
en su Presencia Eucarística, y al cual, por gracia y misericordia suya,
amaremos y adoraremos en la eternidad en los cielos.
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