“Salía
de Él una fuerza que sanaba a todos” (Lc
6, 12-19). Toda la multitud quiere acercarse a Jesús porque se dan cuenta de
que de Él sale “una fuerza que sana a todos”. Es decir, la multitud se da
cuenta que, todo aquel que se acerca a Jesús, se cura inmediatamente de sus
dolencias y por eso todos quieren estar cerca de Él. ¿De qué fuerza se trata?
Se trata de algo más que una simple “fuerza” o “energía”: es la potencia
infinita de su poder divino; es su omnipotencia divina la que cura
inmediatamente, en el acto, toda enfermedad, toda tristeza, todo llanto, todo
dolor. Pero hay aún más: Jesús no solo cura las enfermedades del cuerpo y de la
mente, sino ante todo, Jesús cura la enfermedad más grave de todas, la
enfermedad del alma, el pecado y lo hace por medio de su Sangre, derramada en
el Santo Sacrificio del Calvario y del Altar. Jesús no solo cura las
enfermedades del cuerpo, sino que cura la enfermedad más grave del alma, el
pecado y si esto todavía no fuera suficiente para demostrarnos su amor, además
de curarnos en el cuerpo y el alma, Jesús nos concede la gracia santificante,
que nos hace participar de la vida misma del Ser divino trinitario, nos hace
participar de la vida eterna de la Trinidad, aun viviendo en la tierra, antes
de ingresar en la otra vida.
“Salía
de Él una fuerza que sanaba a todos”. Jesús sólo quiere hacernos bien; Jesús
sólo quiere darnos la sanación completa y total del cuerpo y del alma; Jesús
sólo quiere darnos su Amor, el Amor infinito y eterno que arde en su Sagrado
Corazón y nos quiere dar su Amor ya desde esta vida, como un anticipo del gozo
eterno del Reino de los cielos. Jesús sólo quiere darnos su Amor, pero
extrañamente, y al revés de lo que hacía la multitud del Evangelio, que buscaba
acercarse a Jesús para ser curada por Él, los hombres de hoy se alejan de
Jesús, como si Jesús fuera a hacerles daño o como si Jesús no hubiera nunca
demostrado su Amor por la humanidad. Desde los más pequeños, hasta los más
grandes, enormes multitudes de cristianos, en vez de acercarse a Jesús, se
alejan de Él, lo rechazan, a Él y a su Santa Cruz; manifiestan no querer saber
nada de Él y prefieren las diversiones y los placeres mundanos, antes que recibir
la gracia y el Amor de Jesús. ¡Cuánto dolor experimentarán en la otra vida,
aquellos que aquí no quisieron recibir el Amor de Jesús! ¡Cuánto dolor y
cuántas lágrimas derramarán, pero para muchos, será muy tarde!
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