martes, 21 de febrero de 2017

“El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”


“El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 30-37). Mientras Jesús, yendo de camino con los discípulos, les anuncia y profetiza acerca de su Pasión –deberá ser traicionado, insultado, golpeado y crucificado hasta la muerte-, los discípulos comienzan a pelear entre sí. Una vez que llegan a destino, Jesús les pregunta la causa por la que habían estado discutiendo, y ellos, avergonzados, se callan, porque “habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”. Es decir, mientras Jesús les habla acerca de su misterio pascual, misterio por el cual habría de morir en sacrificio en cruz, para luego resucitar y así poder dar a los hombres la vida nueva de la gracia, que los hará partícipes y herederos del Reino de los cielos, los discípulos, sin hacer caso de lo que Jesús les dice, continúan mirando a las cosas de la tierra, discutiendo por el poder temporal, por los honores y por las grandezas del mundo: “habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”. Para hacerles ver que la grandeza de este mundo no importa y que lo que importa es la otra vida, la vida eterna, Jesús les dice: “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”. Si entre los hombres aparenta ser “el más grande” aquel al que todos alaban y ensalzan, a los ojos de Dios, por el contrario, “el más grande” es “el último de todos y el servidor de todos” y la razón es que Jesús, siendo “el más grande”, porque era el Hijo de Dios encarnado, se hizo “el último de todos” en la cruz, al ser humillado en la Pasión, y con su muerte en cruz, “se hizo el servidor de todos”, porque alcanzó para todos la salvación y la vida eterna. El más grande, a los ojos de Dios, no es aquel al que todos los hombres aplauden, sino aquel al que, por hacer la voluntad de Dios, los hombres desprecian y crucifican, porque así hicieron con el mismo Hijo de Dios. Los criterios de grandeza, entonces, son distintos para los hombres y para Dios: para los hombres, es más grande el que más aplausos mundanos recibe; para Dios, es más grande el que, imitando a su Hijo Jesús, abraza la cruz con amor y, en la imitación de Jesús, da su vida en la cruz por la salvación de sus hermanos.

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