“Dame cuenta de tu administración” (Lc 16, 1-8). Con la parábola
de un administrador infiel que, ante la pérdida de su trabajo utiliza los
bienes de su amo para luego recibir favores, Jesús no pretende, ni siquiera
mínimamente, animarnos a lo mismo, es decir, a ser administradores infieles:
por el contrario, el objetivo de la parábola es hacernos ver que también
nosotros antes sus ojos somos administradores, pero no de bienes materiales,
sino de invalorables bienes espirituales que nos han sido concedidos
gratuitamente, comenzando por el don de la filiación divina en el Bautismo,
siguiendo por el don del Espíritu Santo y sus dones en la Confirmación, y
continuando por las innumerables Eucaristías en cada Santa Misa, sin contar con
las Confesiones sacramentales y los cientos de miles de dones y gracias que
recibimos a cada instante, aunque la mayoría de ellos pasen desapercibidos de
nuestra parte y no reciban el agradecimiento merecido.
Jesús
nos quiere hacer reflexionar acerca de este hecho –somos administradores y no
dueños de bienes infinitamente más valiosos que los más valiosos bienes
materiales, porque se trata de la gracia santificante recibida en los
sacramentos- y del hecho de que, además de desagradecidos –nunca o casi nunca
nos acordamos de agradecer por estos dones-, no somos buenos administradores,
advirtiéndonos que los “hijos de este mundo”, que administran bienes de escaso
valor, como los materiales, son “más astutos” que nosotros, que al menos en la
teoría, somos “hijos de la luz”, por el solo hecho de haber sido engendrados
como hijos adoptivos de Dios en el bautismo sacramental.
Es
importante considerar esta parábola en lo que se refiere a nosotros –debemos vernos
reflejados en el administrador, porque somos administradores de bienes
celestiales-, porque se nos pedirá cuenta estricta del uso que hicimos de estos
bienes. Por ejemplo, se nos pedirá cuentas sobre si, habiendo recibido el don
de la filiación divina, nos comportamos verdaderamente como “hijos de la luz”,
o como “hijos de las tinieblas”; se nos pedirá cuenta de cada invitación
recibida para participar en el Banquete del Reino, la Santa Misa dominical, y
si aceptamos las invitaciones, o las rechazamos, porque decidimos dejarla de
lado por ocuparnos de asuntos mundanos; se nos pedirá cuenta de los dones del
Espíritu Santo recibidos, como la conversión del cuerpo en “templo del Espíritu
Santo” y si verdaderamente tratamos nuestro cuerpo como templo suyo, o si le
dimos un trato indigno del Amor de Dios.
Finalmente,
la pregunta que el dueño de la parábola hace al administrador; “Dame cuenta de
tu administración”, nos la dirigirá Jesús a todos y cada uno de nosotros, el
día de nuestra muerte, el día de nuestro Juicio Particular, y para poder rendir
bien en esta cuenta, es que debemos ser astutos, no como los hijos de las
tinieblas, sino como los hijos de la luz: “Sed mansos como palomas y astutos
como serpientes” (Mt 10, 16).
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