viernes, 8 de noviembre de 2013

“Dame cuenta de tu administración”


“Dame cuenta de tu administración” (Lc 16, 1-8). Con la parábola de un administrador infiel que, ante la pérdida de su trabajo utiliza los bienes de su amo para luego recibir favores, Jesús no pretende, ni siquiera mínimamente, animarnos a lo mismo, es decir, a ser administradores infieles: por el contrario, el objetivo de la parábola es hacernos ver que también nosotros antes sus ojos somos administradores, pero no de bienes materiales, sino de invalorables bienes espirituales que nos han sido concedidos gratuitamente, comenzando por el don de la filiación divina en el Bautismo, siguiendo por el don del Espíritu Santo y sus dones en la Confirmación, y continuando por las innumerables Eucaristías en cada Santa Misa, sin contar con las Confesiones sacramentales y los cientos de miles de dones y gracias que recibimos a cada instante, aunque la mayoría de ellos pasen desapercibidos de nuestra parte y no reciban el agradecimiento merecido.
Jesús nos quiere hacer reflexionar acerca de este hecho –somos administradores y no dueños de bienes infinitamente más valiosos que los más valiosos bienes materiales, porque se trata de la gracia santificante recibida en los sacramentos- y del hecho de que, además de desagradecidos –nunca o casi nunca nos acordamos de agradecer por estos dones-, no somos buenos administradores, advirtiéndonos que los “hijos de este mundo”, que administran bienes de escaso valor, como los materiales, son “más astutos” que nosotros, que al menos en la teoría, somos “hijos de la luz”, por el solo hecho de haber sido engendrados como hijos adoptivos de Dios en el bautismo sacramental.
Es importante considerar esta parábola en lo que se refiere a nosotros –debemos vernos reflejados en el administrador, porque somos administradores de bienes celestiales-, porque se nos pedirá cuenta estricta del uso que hicimos de estos bienes. Por ejemplo, se nos pedirá cuentas sobre si, habiendo recibido el don de la filiación divina, nos comportamos verdaderamente como “hijos de la luz”, o como “hijos de las tinieblas”; se nos pedirá cuenta de cada invitación recibida para participar en el Banquete del Reino, la Santa Misa dominical, y si aceptamos las invitaciones, o las rechazamos, porque decidimos dejarla de lado por ocuparnos de asuntos mundanos; se nos pedirá cuenta de los dones del Espíritu Santo recibidos, como la conversión del cuerpo en “templo del Espíritu Santo” y si verdaderamente tratamos nuestro cuerpo como templo suyo, o si le dimos un trato indigno del Amor de Dios.

Finalmente, la pregunta que el dueño de la parábola hace al administrador; “Dame cuenta de tu administración”, nos la dirigirá Jesús a todos y cada uno de nosotros, el día de nuestra muerte, el día de nuestro Juicio Particular, y para poder rendir bien en esta cuenta, es que debemos ser astutos, no como los hijos de las tinieblas, sino como los hijos de la luz: “Sed mansos como palomas y astutos como serpientes” (Mt 10, 16).

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