“Tengan cuidado de los falsos profetas, que son lobos con
pieles de ovejas” (cfr. Mt 7, 15-20).
Jesús nos advierte acerca de los “falsos profetas” -sacerdotes o fieles laicos- presentes en la Iglesia,
puesto que son, en un primer momento, difíciles de distinguir de los
verdaderos: unos y otros, en apariencia, son como “ovejas”, es decir, mansos y,
al menos en apariencia, tanto unos como otros, son humildes. El modo de
distinguirlos, es por los frutos que dan, unos y otros: “Por sus frutos los
reconocerán”.
Los
verdaderos profetas, es decir, los verdaderos amantes de Dios Uno y Trino, al
estar imbuidos del Espíritu Santo e inhabitados por lo tanto por la Santísima
Trinidad, darán frutos de santidad, amor, misericordia, paz, alegría, caridad
cristiana, justicia, serenidad, y quienes se acerquen a ellos podrán
experimentar verdaderamente que el Dios del Amor y de la Paz vive en sus
corazones, porque “de la abundancia del corazón habla la boca” y también los
actos, y si un corazón está inhabitado por la Santísima Trinidad, los actos de
esa persona, reflejarán el Amor de Dios Uno y Trino.
Los
falsos profetas, por el contrario, aunque aparenten por fuera mansedumbre y
humildad, al no tener en sus corazones la gracia santificante, no darán jamás
frutos de santidad, porque de sus corazones, convertidos en cuevas oscuras en
donde moran los demonios, brotan oscuros, siniestros y tenebrosos deseos, que luego
se convierten en pensamientos y en obras aún más siniestras y oscuras, que
reflejan su condición de hijos de las tinieblas. Los falsos profetas se reconocen
fácilmente por la lengua, filosa, bífida y serpentina, que asesina a sus
hermanos con la calumnia y la difamación, sin tener piedad de ellos, faltando
gravemente a la caridad, y es esto lo que Jesús quiere decir cuando dice: “Por
sus frutos los reconocerán”. Los falsos profetas se reconocen por su lengua
bífida, como de serpientes, y por sus colmillos, como de lobos, que esconden
debajo de su disfraz de ovejas.
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