martes, 6 de abril de 2021

Domingo de la Divina Misericordia


 


(Ciclo B – 2021)

         El origen de la Fiesta de la Divina Misericordia se encuentra en un decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicado el 23 de mayo del 2000 en el que se establece, por indicación de Juan Pablo II, la fiesta de la Divina Misericordia, la cual habría de tener lugar el segundo domingo de Pascua[1]. Puesto que no se trata de una devoción más, sino de “la última devoción para el hombre de los últimos tiempos”–como lo dice el mismo Jesús-, pues ya no habrán más devociones nuevas hasta el Día del Juicio Final, para la celebración óptima de esta festividad, se recomienda no solo rezar la Coronilla y la Novena a la Divina Misericordia, sino además de hacer el propósito de realizar una verdadera conversión, para vivir y morir en estado de gracia –indicativos del deseo sincero de adorar a la Divina Misericordia en el tiempo y luego en la eternidad-, para lo cual es indispensable un buen examen de conciencia y acudir al Sacramento de la Penitencia. 

         Tratándose de la última devoción para los últimos tiempos de la humanidad, debemos preguntarnos: ¿cuál es la esencia de la devoción a la Divina Misericordia? Es importante tener en cuenta la esencia de esta devoción para no caer en falsos sentimentalismos y confundir la Misericordia de Dios con un buenismo divino –un Dios que es sólo Misericordia pero no Justicia-, porque si esto hacemos, corremos el serio peligro de dejar pasar la Misericordia, con lo cual deberemos enfrentar a la Justicia Divina y a la Ira Divina. Podemos entonces decir que la esencia de la devoción se resume en algunos puntos fundamentales:

El primer elemento es la confianza en la Divina Misericordia, según nos dice el mismo Jesús, por medio de Sor Faustina: “Deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en mi misericordia. Que se acerquen a ese mar de misericordia con gran confianza. Los pecadores obtendrán la justificación y los justos serán fortalecidos en el bien. Al que haya depositado su confianza en mi misericordia, en la hora de la muerte le colmaré el alma con mi paz divina”. El alma debe confiar en la Divina Misericordia, en el sentido de que no debe nunca creer que su pecado es tan grande que Dios no lo pueda perdonar: es imposible que Dios no perdone un pecado, porque su Misericordia es infinitamente más grande que cualquier pecado que pueda cometer el ser humano.

La confianza a su vez es la puerta que abre al alma para recibir otras gracias de parte de Dios: “Las gracias de mi misericordia se toman con un solo recipiente y este es la confianza. Cuanto más confíe un alma, tanto más recibirá. Las almas que confían sin límites son mi gran consuelo y sobre ellas derramo todos los tesoros de mis gracias. Me alegro de que pidan mucho porque mi deseo es dar mucho, muchísimo. El alma que confía en mi misericordia es la más feliz, porque yo mismo tengo cuidado de ella. Ningún alma que ha invocado mi misericordia ha quedado decepcionada ni ha sentido confusión. Me complazco particularmente en el alma que confía en mi bondad”. Quien confía en la Misericordia y confiesa todos sus pecados, sin dejar ninguno sin confesar, será inundado por el Divino Amor del Sagrado Corazón de Jesús, Fuente inagotable de Misericordia Divina.

Otro elemento que caracteriza a esta devoción es la reciprocidad: quien recibe misericordia de parte de Dios, debe a su vez dar misericordia a su prójimo. Dice así Jesús: “Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia mí. Debes mostrar misericordia siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte. Te doy tres formar de ejercer misericordia: la primera es la acción; la segunda, la palabra; y la tercera, la oración. En estas tres formas se encierra la plenitud de la misericordia y es un testimonio indefectible del amor hacia mí. De este modo el alma alaba y adora mi misericordia”. Quien recibe misericordia de parte de Dios, no puede no ser misericordioso –con palabras, con obras, con oración- para con su prójimo.

El obrar la misericordia es tan importante, que si alguien recibe misericordia de parte de Dios, pero a su vez no es misericordioso para con su prójimo, no encontrará misericordia en el Día del Juicio Final, según las mismas palabras de Jesús: “Si el alma no practica la misericordia de alguna manera no conseguirá mi misericordia en el Día del Juicio. Oh, si las almas supieran acumular los tesoros eternos, no serían juzgadas, porque la misericordia anticiparía mi juicio”.

Las obras de misericordia son catorce, corporales y espirituales y esto quiere decir que nadie puede excusarse de obrar la misericordia. Por ejemplo, aun si alguien estuviera postrado en cama, cuadripléjico, este tal puede obrar la misericordia, orando por los demás y ofreciendo sus sufrimientos por la conversión y salvación de los pecadores. Dice así Jesús: “Debes saber, hija mía que mi Corazón es la misericordia misma. De este mar de misericordia las gracias se derraman sobre todo el mundo. Deseo que tu corazón sea la sede de mi misericordia. Deseo que esta misericordia se derrame sobre todo el mundo a través de tu corazón. Cualquiera que se acerque a ti, no puede marcharse sin confiar en esta misericordia mía que tanto deseo para las almas”[2]. En otras palabras, quien se acerque a un cristiano, a un devoto de la Divina Misericordia, ese tal no puede alejarse sin haber recibido una obra de misericordia, corporal o espiritual, de la misma manera a como nadie que se acerca a Jesús, se aleja de Él sin haber recibido infinitas gracias de misericordia. En esta devoción, que Nuestro Señor nos hizo conocer por medio de Santa Faustina, se nos pide entonces que tengamos plena confianza en la Misericordia de Dios y que al mismo tiempo seamos siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones: “Porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil”[3].

Ahora bien, otro elemento importante es que la Fiesta de la Divina Misericordia está destinada a ser celebrada por toda la humanidad, no solo por la Iglesia Católica. En lo que constituye una muestra de lo que es el verdadero ecumenismo –el verdadero ecumenismo es aquel en el que todos los hombres de distintas razas y religiones conozcan al Hombre-Dios Jesucristo y se bauticen en la Iglesia Católica-, Jesús le dice a Sor Faustina: “La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia”[4]. Esto quiere decir que la paz para los hombres –la paz verdadera, la paz espiritual, la paz que sobreviene al alma cuando el alma recibe la gracia del perdón de sus pecados y de la filiación divina- no vendrá de acuerdos meramente humanos, sean políticos o religiosos; la paz no la dará una vacuna; la paz no la darán los tratados económicos globales de líderes religiosos y políticos: la paz de Dios Uno y Trino para los hombres la dará la Divina Misericordia, que es Jesús en la Eucaristía y en el Sacramento de la Penitencia. Es por esta razón que la Fiesta de la Divina Misericordia está destinada a todos los hombres de todos los tiempos, razas, religiones y lugares y tiene como fin principal hacer llegar a los corazones de cada persona el siguiente mensaje: Dios –el Dios católico, el Dios que es Uno y Trino-, es Misericordioso y nos ama a todos, sin importar cuán grandes sean nuestros pecados y quiere derramar la gracia de su Sagrado Corazón sobre los hombres de todos los tiempos y de todo lugar, sin importar cuán grande sea el pecador: “Y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia”[5]. Pero para recibir la Misericordia de Dios es necesario reconocer que esa Misericordia está encarnada y Es Jesús Misericordioso, Presente en la Eucaristía, que derrama su gracia misericordiosa a través del Sacramento de la Confesión. Por eso, el mensaje de la Divina Misericordia es profundamente eucarístico, pero para recibir la Eucaristía se debe recibir el Sacramento de la Penitencia y para recibir el Sacramento de la Penitencia, se debe estar bautizado.

Por último, la Divina Misericordia es una señal de la pronta Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo, día en el que no vendrá como Dios misericordioso, sino como Justo Juez; día en el que hasta los ángeles de Dios temblarán ante la ira divina: “Tú debes hablar al mundo de su gran misericordia y preparar al mundo para su Segunda Venida. Él vendrá, no como un Salvador misericordioso, sino como un Juez justo. Establecido está ya el día de la justicia, el Día de la Ira Divina. Los ángeles tiemblan ante ese día. Habla a las almas  de esa gran misericordia, mientras sea aún el tiempo para conceder la misericordia”[6]. Ahora, mientras vivimos en la tierra, es el tiempo de la Misericordia; luego, cuando pasemos de este mundo al otro, se terminará el tiempo de la Misericordia, para dar lugar a la Justicia Divina. Por esta razón, acudamos a la Fuente de la Misericordia, el Sagrado Corazón de Jesús que late en la Eucaristía, antes de que se acabe el tiempo de la Misericordia Divina y llegue el Día de la Ira Divina.



[1] La denominación oficial de este día litúrgico será “Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia”. Ya el Papa lo había anunciado durante la canonización de Sor Faustina Kowalska, el 30 de abril: “En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros”. Cfr. https://www.aciprensa.com/recursos/fiesta-de-la-divina-misericordia-segundo-domingo-de-pascua-2120

[3] Diario, 742

[4] Diario, 300

[5] Diario, 723

[6] La Santísima Virgen, Diario Nº 635.

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