(Ciclo
B – 2021)
El origen de la Fiesta de la Divina Misericordia se
encuentra en un decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina
de los Sacramentos publicado el 23 de mayo del 2000 en el que se establece, por
indicación de Juan Pablo II, la fiesta de la Divina Misericordia, la cual habría
de tener lugar el segundo domingo de Pascua[1]. Puesto
que no se trata de una devoción más, sino de “la última devoción para el hombre
de los últimos tiempos”–como lo dice el mismo Jesús-, pues ya no habrán más
devociones nuevas hasta el Día del Juicio Final, para la celebración óptima de esta
festividad, se recomienda no solo rezar la Coronilla y la Novena a la Divina
Misericordia, sino además de hacer el propósito de realizar una verdadera
conversión, para vivir y morir en estado de gracia –indicativos del deseo
sincero de adorar a la Divina Misericordia en el tiempo y luego en la
eternidad-, para lo cual es indispensable un buen examen de conciencia y acudir
al Sacramento de la Penitencia.
Tratándose de la última devoción para los últimos tiempos de
la humanidad, debemos preguntarnos: ¿cuál es la esencia de la devoción a la
Divina Misericordia? Es importante tener en cuenta la esencia de esta devoción
para no caer en falsos sentimentalismos y confundir la Misericordia de Dios con
un buenismo divino –un Dios que es sólo Misericordia pero no Justicia-, porque
si esto hacemos, corremos el serio peligro de dejar pasar la Misericordia, con
lo cual deberemos enfrentar a la Justicia Divina y a la Ira Divina. Podemos entonces
decir que la esencia de la devoción se resume en algunos puntos fundamentales:
El
primer elemento es la confianza en la Divina Misericordia, según nos dice el
mismo Jesús, por medio de Sor Faustina: “Deseo conceder gracias inimaginables a
las almas que confían en mi misericordia. Que se acerquen a ese mar de
misericordia con gran confianza. Los pecadores obtendrán la justificación y los
justos serán fortalecidos en el bien. Al que haya depositado su confianza en mi
misericordia, en la hora de la muerte le colmaré el alma con mi paz divina”. El
alma debe confiar en la Divina Misericordia, en el sentido de que no debe nunca
creer que su pecado es tan grande que Dios no lo pueda perdonar: es imposible
que Dios no perdone un pecado, porque su Misericordia es infinitamente más
grande que cualquier pecado que pueda cometer el ser humano.
La
confianza a su vez es la puerta que abre al alma para recibir otras gracias de
parte de Dios: “Las gracias de mi misericordia se toman con un solo recipiente
y este es la confianza. Cuanto más confíe un alma, tanto más recibirá. Las
almas que confían sin límites son mi gran consuelo y sobre ellas derramo todos
los tesoros de mis gracias. Me alegro de que pidan mucho porque mi deseo es dar
mucho, muchísimo. El alma que confía en mi misericordia es la más feliz, porque
yo mismo tengo cuidado de ella. Ningún alma que ha invocado mi misericordia ha
quedado decepcionada ni ha sentido confusión. Me complazco particularmente en el
alma que confía en mi bondad”. Quien confía en la Misericordia y confiesa todos
sus pecados, sin dejar ninguno sin confesar, será inundado por el Divino Amor
del Sagrado Corazón de Jesús, Fuente inagotable de Misericordia Divina.
Otro
elemento que caracteriza a esta devoción es la reciprocidad: quien recibe
misericordia de parte de Dios, debe a su vez dar misericordia a su prójimo. Dice
así Jesús: “Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia
mí. Debes mostrar misericordia siempre y en todas partes. No puedes dejar de
hacerlo ni excusarte ni justificarte. Te doy tres formar de ejercer
misericordia: la primera es la acción; la segunda, la palabra; y la tercera, la
oración. En estas tres formas se encierra la plenitud de la misericordia y es
un testimonio indefectible del amor hacia mí. De este modo el alma alaba y
adora mi misericordia”. Quien recibe misericordia de parte de Dios, no puede no
ser misericordioso –con palabras, con obras, con oración- para con su prójimo.
El
obrar la misericordia es tan importante, que si alguien recibe misericordia de
parte de Dios, pero a su vez no es misericordioso para con su prójimo, no
encontrará misericordia en el Día del Juicio Final, según las mismas palabras
de Jesús: “Si el alma no practica la misericordia de alguna manera no
conseguirá mi misericordia en el Día del Juicio. Oh, si las almas supieran
acumular los tesoros eternos, no serían juzgadas, porque la misericordia
anticiparía mi juicio”.
Las
obras de misericordia son catorce, corporales y espirituales y esto quiere
decir que nadie puede excusarse de obrar la misericordia. Por ejemplo, aun si
alguien estuviera postrado en cama, cuadripléjico, este tal puede obrar la
misericordia, orando por los demás y ofreciendo sus sufrimientos por la
conversión y salvación de los pecadores. Dice así Jesús: “Debes saber, hija mía
que mi Corazón es la misericordia misma. De este mar de misericordia las
gracias se derraman sobre todo el mundo. Deseo que tu corazón sea la sede de mi
misericordia. Deseo que esta misericordia se derrame sobre todo el mundo a
través de tu corazón. Cualquiera que se acerque a ti, no puede marcharse sin
confiar en esta misericordia mía que tanto deseo para las almas”[2]. En
otras palabras, quien se acerque a un cristiano, a un devoto de la Divina
Misericordia, ese tal no puede alejarse sin haber recibido una obra de
misericordia, corporal o espiritual, de la misma manera a como nadie que se
acerca a Jesús, se aleja de Él sin haber recibido infinitas gracias de
misericordia. En esta devoción, que Nuestro Señor nos hizo conocer por medio de
Santa Faustina, se nos pide entonces que tengamos plena confianza en la
Misericordia de Dios y que al mismo tiempo seamos siempre misericordiosos con
el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones: “Porque la fe
sin obras, por fuerte que sea, es inútil”[3].
Ahora
bien, otro elemento importante es que la Fiesta de la Divina Misericordia está
destinada a ser celebrada por toda la humanidad, no solo por la Iglesia
Católica. En lo que constituye una muestra de lo que es el verdadero ecumenismo
–el verdadero ecumenismo es aquel en el que todos los hombres de distintas
razas y religiones conozcan al Hombre-Dios Jesucristo y se bauticen en la
Iglesia Católica-, Jesús le dice a Sor Faustina: “La humanidad no conseguirá la
paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia”[4]. Esto
quiere decir que la paz para los hombres –la paz verdadera, la paz espiritual,
la paz que sobreviene al alma cuando el alma recibe la gracia del perdón de sus
pecados y de la filiación divina- no vendrá de acuerdos meramente humanos, sean
políticos o religiosos; la paz no la dará una vacuna; la paz no la darán los
tratados económicos globales de líderes religiosos y políticos: la paz de Dios
Uno y Trino para los hombres la dará la Divina Misericordia, que es Jesús en la
Eucaristía y en el Sacramento de la Penitencia. Es por esta razón que la Fiesta
de la Divina Misericordia está destinada a todos los hombres de todos los
tiempos, razas, religiones y lugares y tiene como fin principal hacer llegar a
los corazones de cada persona el siguiente mensaje: Dios –el Dios católico, el
Dios que es Uno y Trino-, es Misericordioso y nos ama a todos, sin importar
cuán grandes sean nuestros pecados y quiere derramar la gracia de su Sagrado
Corazón sobre los hombres de todos los tiempos y de todo lugar, sin importar
cuán grande sea el pecador: “Y cuanto más grande es el pecador, tanto más
grande es el derecho que tiene a Mi misericordia”[5]. Pero
para recibir la Misericordia de Dios es necesario reconocer que esa
Misericordia está encarnada y Es Jesús Misericordioso, Presente en la
Eucaristía, que derrama su gracia misericordiosa a través del Sacramento de la
Confesión. Por eso, el mensaje de la Divina Misericordia es profundamente
eucarístico, pero para recibir la Eucaristía se debe recibir el Sacramento de
la Penitencia y para recibir el Sacramento de la Penitencia, se debe estar
bautizado.
Por
último, la Divina Misericordia es una señal de la pronta Segunda Venida de
Nuestro Señor Jesucristo, día en el que no vendrá como Dios misericordioso,
sino como Justo Juez; día en el que hasta los ángeles de Dios temblarán ante la
ira divina: “Tú debes hablar al mundo de su gran misericordia y preparar al
mundo para su Segunda Venida. Él vendrá, no como un Salvador misericordioso,
sino como un Juez justo. Establecido está ya el día de la justicia, el Día de
la Ira Divina. Los ángeles tiemblan ante ese día. Habla a las almas de esa gran misericordia, mientras sea aún el
tiempo para conceder la misericordia”[6]. Ahora,
mientras vivimos en la tierra, es el tiempo de la Misericordia; luego, cuando
pasemos de este mundo al otro, se terminará el tiempo de la Misericordia, para
dar lugar a la Justicia Divina. Por esta razón, acudamos a la Fuente de la
Misericordia, el Sagrado Corazón de Jesús que late en la Eucaristía, antes de
que se acabe el tiempo de la Misericordia Divina y llegue el Día de la Ira Divina.
[1] La denominación
oficial de este día litúrgico será “Segundo Domingo de Pascua o de la Divina
Misericordia”. Ya el Papa lo había anunciado durante la canonización de Sor
Faustina Kowalska, el 30 de abril: “En todo el mundo, el segundo domingo de
Pascua recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia. Una invitación
perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia
divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años
venideros”. Cfr. https://www.aciprensa.com/recursos/fiesta-de-la-divina-misericordia-segundo-domingo-de-pascua-2120
[2] https://www.aciprensa.com/recursos/fiesta-de-la-divina-misericordia-segundo-domingo-de-pascua-2120
[3] Diario, 742
[4] Diario, 300
[5] Diario, 723
[6] La Santísima Virgen, Diario Nº 635.
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