El comunismo, como ideología materialista “intrínsecamente perversa”, se caracteriza, desde el punto de vista religioso, por la negación radical y absoluta de Dios, lo cual lo lleva a construir una cosmovisión del hombre y del universo inmanentista, es decir, negadora de la trascendencia. Aplicado al hombre, el comunismo lo considera como constituido solo por materia, de quien emana, como una excrecencia, el alma, pero es fundamentalmente materia. Aplicado a Dios, el comunismo niega radicalmente su existencia, y trata de explicar el devenir del cosmos y de la historia por medio de la dialéctica materialista y de la lucha de clases.
Esto es lo que lleva, al comunismo, a suprimir la religión en los países en donde gobierna, pues en su visión totalitaria materialista, no tiene lugar la vida del espíritu, que emana de Dios como Creador. Es así como el comunismo convirtió los templos en fábricas y en establos: al no haber Dios, y al necesitar el hombre el trabajo para hacer avanzar la historia y para triunfar en la lucha de clases, no tiene sentido que “pierda el tiempo” en actividades “mitológicas”, es decir, la misa y la oración, y se dedique al trabajo proletario, verdadero motor de la historia, y para ayudar a conseguir este objetivo, es que le da una ocupación “útil” a los templos, convirtiéndolos en fábricas, graneros, establos. De esta manera, el comunismo profana los templos de Dios, destinándolos a un fin materialista y utilitarista, totalmente ajenos a su fin primario y único.
Sin embargo, la profanación que de la religión y del nombre de Dios hace el comunismo, en los países en donde llega al gobierno, es casi igual a la nada, cuando se considera la profanación que de los cuerpos humanos, templos del Espíritu Santo, promueve el liberalismo materialista.
Según San Pablo, “el cuerpo es templo del Espíritu” (cfr. 1 Cor 6, 19), y en la sociedad liberal y progresista de nuestros países así llamados “occidentales”, el cuerpo es degradado de mil maneras distintas, por medio del hedonismo y de la promoción de la sensualidad como estilo de vida.
Si el comunismo convirtió los templos de Dios hechos de material, y los profanó convirtiéndolos en establos, en fábricas, o en graneros, el liberalismo hedonista, convirtió los templos de Dios, los cuerpos de los hombres, en establos inmundos, en donde la inmundicia no viene por las necesidades fisiológicas de mulos y caballos, sino por las pasiones desenfrenadas, la lascivia y la lujuria; si el comunismo convirtió los templos materiales en graneros, el liberalismo consumista convirtió a los cuerpos humanos, templos de Dios, llamados al ayuno, a la abstinencia de carne ciertos días, en recuerdo de
La profanación que de los cuerpos humanos hace el liberalismo, es infinitamente más grave que la profanación de los templos materiales que hace el comunismo, porque al profanar el cuerpo, templo del Espíritu Santo, se profana a
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