“Si quieres, puedes purificarme. Lo quiero, queda purificado” (Mc 1, 40-45). La lepra, enfermedad
corpórea que provoca graves lesiones, es figura del pecado, enfermedad
espiritual que lesiona al alma en grados diversos, hasta provocarle la muerte. La
analogía y comparación con la lepra es necesaria porque el pecado, al no
provocar lesiones visibles ni daños sensibles, crea la falsa sensación de que el
cometer un pecado –sea venial o mortal- no tiene consecuencia alguna, y por lo
tanto, no tiene importancia alguna. Sin embargo, el pecado tiene gravísimas
consecuencias en todos los niveles, en el alma, en la Creación, en la sociedad
humana, en el Cuerpo Místico de Cristo, y en su Cuerpo físico, y este es el
motivo por el que, quien comete un pecado, sobre todo si es mortal, debe
advertir sus consecuencias, para precaverse y evitar el pecado con todas sus
fuerzas.
Las
consecuencias del pecado en el alma, pueden apreciarse con toda claridad en las
visiones de Santa Brígida. En el Capítulo 13 del Libro de las Revelaciones
celestiales, cuyo título es: “Acerca de cómo un enemigo de Dios tenía tres
demonios dentro de él y acerca de la sentencia que Cristo le aplicó”, dice así
Santa Brígida: “Mi enemigo tiene tres demonios en su interior. El primero
reside en sus genitales, el segundo en su corazón, el tercero en su boca. El
primero es como un barquero, que deja que el agua le llegue a las rodillas, y
el agua, al aumentar gradualmente, termina llenando el barco. Entonces se
produce una inundación y el barco se hunde. Este barco representa a su cuerpo,
que es asaltado por las tentaciones de demonios, y por sus propias
concupiscencias, como si fueran tormentas. La lujuria entró primero hasta la rodilla,
es decir, a través de su deleite en pensamientos impuros. Al no resistir con la
penitencia, ni tapar los agujeros mediante los parches de la abstinencia, el
agua de la lujuria creció día a día por su consentimiento. Entonces, el barco
repleto, o sea, lleno por la concupiscencia del vientre, se inundó y hundió el
barco en lujuria, de forma que no pudo llegar al puerto de la salvación.
El
segundo demonio, que residía en su corazón, es como un gusano dentro de una manzana,
que primero come la piel de la manzana y
después, tras dejar ahí sus excrementos, merodea por el interior de la manzana
hasta que todo el fruto se descompone. Esto es lo que hace el demonio. Primero debilita
la voluntad de la persona y sus buenos deseos, que son como la cáscara, donde
se encuentra toda la fuerza y bondad de la mente y, cuando el corazón se vacía
de estos bienes, pone en su lugar, dentro del corazón, los pensamientos
mundanos y las afecciones hacia los que la persona se haya inclinado más. Así,
impele al cuerpo hacia su propio placer y, por esta razón, el valor y entendimiento
del hombre disminuyen y su vida se vuelve aburrida. Es, de hecho, una manzana
sin piel, o sea, un hombre sin corazón, pues entra en mi Iglesia sin corazón,
porque no tiene caridad.
El
tercer demonio es como un arquero que, mirando por la ventana, dispara a los
incautos. ¿Cómo no va a estar el demonio dentro de un hombre que siempre lo
incluye en su conversación? Aquél que amamos es a quien más mencionamos. Las
duras palabras con las que él hiere a otros son como flechas disparadas por
tantas ventanas como veces mencione al demonio o sus palabras hieran a personas
inocentes y escandalicen a la gente sencilla.
Yo,
que soy la verdad, juro por mi verdad que lo condenaré como a una ramera, a fuego
y azufre; como a un traidor insidioso, a la mutilación de sus miembros; como a
un bufón del Señor, a la vergüenza eterna. Sin embargo, mientras su alma y su
cuerpo permanezcan unidos, mi misericordia está aún abierta para él. Lo que
exijo de él es que atienda con mayor frecuencia los divinos servicios, que no
tenga miedo de ningún reproche ni desee ningún honor y que nunca vuelva a tener
ese siniestro nombre en sus labios”[1].
En
la Creación, el pecado provoca trastornos de todo tipo, que dependen del tipo
de pecado. Por ejemplo, la avaricia y la codicia, llevan a la destrucción de lo
creado, como sucede por ejemplo en la depredación que realiza el hombre en las
selvas, los mares, las montañas.
En
la sociedad, el pecado actúa de modo muy visible, creando estructuras de
pecado, a las que las hace ver como “normales”, como por ejemplo, las clínicas
abortistas, las clínicas eutanásicas, los lugares de recreación en los que se
pervierte la sana y necesaria diversión con música inmoral que exalta la
lascivia y la lujuria, como la cumbia y el rock; otras estructuras de pecado la
constituyen los medios de comunicación masiva como la televisión, el cine e
internet, por medio de los cuales se difunde la inmoralidad, el materialismo,
el hedonismo, el ateísmo y la rebelión a Dios y a sus mandamientos. Otras estructuras
de pecado son: las pandillas juveniles, el alcoholismo, la pornografía, la
drogadicción, la corrupción política, el trabajo esclavo, la prostitución, el
robo institucionalizado, etc. En una sociedad, el pecado se manifiesta
visiblemente en la fealdad de la ciudad, en su escasa higiene, en el desorden,
en el delito imperante, en el caos.
En
el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, el pecado de sus miembros, los
bautizados, se hace sentir, por cuanto debilita las fuerzas de la Iglesia en su
misión de comunicar el Amor de Cristo a los hombres: la falta de caridad de sus
miembros; la frialdad y el desinterés por el prójimo necesitado; la acepción de
personas; la búsqueda de bienes materiales en vez de los bienes eternos; la tibieza;
la falta de oración; el obrar buscando la aprobación y el honor del mundo y no
la gloria de Dios, etc.
En
el Cuerpo físico de Cristo, el pecado obra actualizando su Pasión: los golpes, los
hematomas, las lesiones de todo tipo, los arañazos, las trompadas, las heridas
abiertas y sangrantes, los puñetazos recibidos en el rostro por Cristo, las
patadas dadas a su Cuerpo, las heridas provocadas por su pesada Cruz, las
heridas de su cuero cabelludo, producidas por las gruesas espinas de su corona,
los clavos de hierro que perforaron sus manos y sus pies, la lanzada que abrió
su costado, estando ya Jesús muerto, y la muerte física misma de Jesús, todo es
consecuencia del pecado, cuyo castigo es sufrido por Cristo, para que no
suframos nosotros el castigo merecido por la malicia de nuestro corazón.
“Señor,
si quieres, puedes purificarme. Lo quiero, queda purificado”. Si la lepra es
figura del pecado, la curación es figura del Sacramento de la penitencia o
reconciliación, sacramento por el cual se vierte en el alma la Sangre de Cristo
crucificado, dejándola limpia de todo pecado, y resplandeciente por la gracia
santificante, además de convertirla en morada de las Tres Divinas Personas.
[1] Cfr. http://aparicionesdejesusymaria.files.wordpress.com/2011/06/santa-brc3adgida-el-libro-de-las-revelaciones-celestiales.pdf
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