El Reino de los cielos
“Conviértanse
porque el Reino de los cielos está cerca” (Mt
4, 12-17). No es casualidad que el llamado a la conversión, por parte de Jesús,
se vea precedido por la cita del profeta Isaías: “El pueblo que se hallaba en
tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la
muerte, se levantó una luz”.
El
llamado de Jesús a la conversión, se comprende mejor cuando se interpretan, en
la fe de la Iglesia, las palabras del profeta Isaías: cuando Isaías habla de un
“pueblo que se halla en tinieblas”, que “vive en las oscuras regiones de la
muerte”, y sobre el cual “se levanta una gran luz”, está refiriéndose no sólo
al Pueblo Elegido, sino a toda la humanidad, porque toda la humanidad, desde
Adán y Eva en adelante, ha caído a causa del pecado original, pecado que
significa “oscuridad” y “muerte”. El mundo entero, y sobre todo nuestro mundo
actual, se encuentra envuelto en una enorme oscuridad, en una densa tiniebla,
aun cuando se ilumine con la luz del sol y con las luces artificiales creadas
por el hombre. La oscuridad y la tiniebla reinantes, son tan densas, que el
mundo se ha acostumbrado a ellas, tomando todo como “normal”, como “derecho
humano”, e incluso como benéfico y necesario. Así, el mundo justifica todo tipo
de crímenes y aberraciones contra-natura: justifica el aborto, la eutanasia, la
fecundación in vitro, la aparición de
modelos alternativos de familias, la propagación del ocultismo, de la magia y
del satanismo, bajo el disfraz de películas “familiares” de “magos adolescentes
buenos”, la moda indecente, que cuanto más desviste, más éxito tiene, el
consumo de drogas, el consumo desenfrenado de bebidas alcohólicas, la
profanación de los cuerpos, principalmente entre los jóvenes, por la aceptación
masiva del erotismo, la lujuria y la pornografía, el pago de sumas exorbitantes
a futbolistas, artistas, deportistas, mientras una multitud de seres humanos
viven en la indigencia, etc., etc. La lista de “estructuras de pecado” es tan
grande, que sería interminable enumerarlas a todas, y sorprendería ver que la
inmensa mayoría son cosas consideradas “normales”, ante todo y principalmente,
por los cristianos.
El
mundo –y por lo tanto nosotros, que estamos en el mundo, aunque sin ser de él-
vive en sombras de muerte, en las más oscuras y espesas tinieblas que jamás
haya conocido la humanidad, y esto se ve agravado porque quienes debían
convertir sus corazones, es decir, quienes debían dejar las regiones de muerte
para ser iluminados por la Luz eterna, Cristo, le han dado la espalda,
prefiriendo las tinieblas a la luz, tal como lo dice el Evangelista Juan: “La
luz (Cristo) vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron” (cfr. Jn 1ss).
Los hombres, o más bien, los cristianos, la gran mayoría de ellos, prefieren
las tinieblas antes que la Luz eterna, que es Cristo, y por eso no convierten
sus corazones, aumentando así cada vez más la potencia y densidad de las
tinieblas. Es triste comprobar que muchos cristianos, en vez de preferir ser
alumbrados por la luz que emana del Ser eterno de Cristo Eucaristía, elijan
sumergirse en las más completas tinieblas y oscuridades del mundo, y encima
sostengan que así se encuentran mejor y más a gusto.
“Conviértanse
porque el Reino de los cielos está cerca”. El llamado de Cristo a la conversión
es urgente, porque quien no quiera despegar su corazón de las tinieblas, se verá
absorbido y engullido por estas para siempre, sin nunca jamás ser alumbrados
por la luz que es el Cordero.
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