“Cuídense
de la levadura de los fariseos y de la de Herodes” (Mc 8, 14-21). Para comprender la recomendación de Jesús a sus discípulos, hay que tener en cuenta que la levadura es la soberbia: así como la levadura,
mezclada con la harina, hace que esta aumente su tamaño, así la soberbia, al
entrar en el alma, hace que esta aumente su egolatría, hasta el punto de pensar
que está por encima de Dios y de los hombres. Es lo contrario a la humildad y a
lo que Jesús pide en el Evangelio: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de
corazón”. Es también la soberbia el pecado capital del Ángel caído, pecado que
le valió la expulsión para siempre del cielo y de la Presencia de Dios Trino y
el que comete el pecado de soberbia, en cierto sentido participa del pecado de
soberbia cometido por el Demonio en los cielos.
La
soberbia es un pecado capital, porque es el mayor acto de malicia que puede el
alma cometer libremente: por la soberbia, el alma no solo desplaza a Dios de su
corazón, sino que se entroniza a sí misma, dejando de adorar a Dios y
comenzando a adorarse a sí misma. Esta es la peor decisión que pueda una
persona tomar, porque se priva libre y voluntariamente de la fuente de luz y de
vida eterna que es Dios, para sumergirse en un abismo de tinieblas y de muerte
espiritual; de ahí el consejo de Jesús de imitarlo a Él, que es “manso y
humilde de corazón”, porque por la humildad y la mansedumbre el hombre se
reconoce como lo que es, un pecador, y se postra ante la majestad de Dios,
adorándolo como a su Dios, su Creador, su Salvador y su Santificador.
“Cuídense
de la levadura de los fariseos y de la de Herodes”. La mejor forma de cuidarnos
de la levadura de los fariseos y de la Herodes, esto es, la soberbia, es imitar
a Jesucristo, que es “manso y humilde de corazón”. Éste debe ser nuestro plan
de vida cristiano, no para un día o dos, sino para todos los días que nos
queden por vivir en la tierra, hasta el feliz encuentro con Jesucristo, por su
misericordia, en el Reino de los cielos.
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