“El
Hijo del hombre será crucificado, pero al tercer día resucitará” (Mt 20, 17-28). Jesús profetiza su
Pasión, Muerte y Resurrección, su Misterio Pascual, su muerte en cruz, por
medio de la cual habría de dar la vida eterna a los hombres.
El
Misterio Pascual de Jesús es el evento más grandioso y absolutamente
maravilloso que jamás los hombres podrían contemplar: un Dios de infinita
majestad y poder que, por Amor incomprensible a los hombres, deja los cielos
eternos, se encarna en el seno de una Madre Virgen, asume una naturaleza humana
y permite que sobre su naturaleza humana asumida se descargue todo el peso de
la Justicia divina, al asumir sobre sí la maldad de toda la humanidad; muere en
cruz, destruyendo con su muerte la
muerte de los hombres y resucita al tercer día comunicando de su vida divina a
su Cuerpo muerto y a través de él, a toda la humanidad.
El
evento pascual de Jesús, su muerte en cruz y su resurrección, debería
constituir para los hombres de todos los tiempos el fundamento de su alegría en
la tristezas del mundo, su fortaleza en las tribulaciones, su descanso en el
arduo vivir diario, su razón de vivir, de existir y de ser. Tanto más, cuanto
que el Hombre-Dios renueva su Misterio Pascual en el Santo Sacrificio del altar,
la Santa Misa, obrando el Milagro de los milagros, la Eucaristía, por medio de
la cual deja sobre el altar eucarístico su Corazón palpitante, lleno de la
vida, el Amor, la luz, la paz y la alegría de Dios, para extra-colmar de Amor
divino al alma que lo recibe con y con amor en la comunión.
Sin
embargo, tanto el misterio pascual de Jesús, como su renovación sacramental en
la Santa Misa, pasan desapercibidos no sólo para los paganos, sino ante todo para
los católicos, convertidos en su inmensa mayoría en neo-paganos, una especie de
paganismo mil veces más tenebroso que el paganismo pre-cristiano, porque se
trata del paganismo de quien ha conocido a Cristo –al menos, en la catequesis
de Primera Comunión y de Confirmación- y lo ha rechazado, prefiriendo las
tinieblas del error, de la herejía, del cisma y de la apostasía, a la
refulgente y esplendorosa luz de la Verdad que brilla en la Iglesia.
“El
Hijo del hombre será entregado a los paganos, quienes lo crucificarán y lo
matarán”. Así como los paganos dieron muerte a Jesús, así los neo-paganos, los
católicos que han apostatado postrándose ante los ídolos del mundo -el
materialismo, el hedonismo, la política, la diversión desenfrenada, el fútbol,
la música indecente, la brujería, el ocultismo-, dan muerte a Cristo nuevamente,
todos los días, con su apostasía, crucificando su Cuerpo físico en la cruz y
despreciando y pisoteando su Cuerpo resucitado en la Eucaristía.
“El
Hijo del hombre será crucificado, morirá en cruz, pero al tercer día resucitará,
y donará su Cuerpo resucitado en la Eucaristía, a todo aquel que lo reciba con
fe y con amor en la comunión”. Si estas palabras fueran creídas y fueran
vividas con fe sobrenatural por los católicos, el mundo sería un Paraíso
terrenal, un anticipo del Paraíso celestial.
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