“Toda
la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de
su territorio” (cfr. Mt 8, 28-34). En
el episodio de los endemoniados gadarenos, Jesús realiza un exorcismo en el
cual los demonios, una vez expulsados de los seres humanos a los cuales
atormentaban, van a poseer los cuerpos de unos cerdos, que terminan por
precipitarse en un acantilado, muriendo todos ahogados. Sin embargo, lo que
llama la atención en el episodio, es la reacción de los pobladores de la ciudad
al enterarse del hecho: en vez de agradecerle la liberación, le piden a Jesús
que se vaya del lugar.
Es
decir, Jesús acaba de liberar a dos de sus conciudadanos del poder de los
demonios y los pobladores, en vez de agradecérselo, le piden que se vaya de su
ciudad. Es una reacción del todo incomprensible, a no ser que los pobladores,
en su mayoría, pertenezcan ellos mismos también a las tinieblas y sean
servidores del demonio y, por lo tanto, la presencia de Jesús les sea
insoportable. Pareciera que los gadarenos prefieren la compañía de los
demonios, a la compañía y Presencia de Jesús y esa es la razón por la cual le
piden que se vaya.[1]
La
reacción de estos lugareños se parece a la de muchos bautizados de hoy: Jesús
solo los ha beneficiado de múltiples formas, concediéndoles la gracia del
bautismo, de la Eucaristía, de la Confirmación, del Sacramento de la Penitencia
y, sin embargo, estos bautizados, convertidos en neo-paganos, le piden que se
retire de sus vidas, de sus existencias, porque su Presencia les resulta
insoportable; muchos cristianos le piden a Jesús que salga de sus vidas, porque
prefieren las tinieblas a la luz, y lo manifiestan de muchas maneras, una de
las más extremas, es la de apostatar no solo formalmente, sino “materialmente”,
borrando incluso sus nombres de los libros de bautismos parroquiales, sin darse
cuenta que, haciendo así, borran sus nombres del Libro de la Vida que está en
el cielo. Al igual que los gadarenos del Evangelio, muchos cristianos, en el
siglo XXI, convertidos en neo-paganos, parecen preferir la compañía del demonio
a la de Jesús en la Eucaristía.
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