“Querían
matarlo porque se hacía igual a Dios” (Jn
5, 17-30). Si bien el delito de blasfemia se castigaba duramente, en el caso de
Jesús la acusación es falsa e injusta, puesto que Él es Dios en Persona y con
sus milagros ha demostrado más suficientemente que es quien dice ser: Dios Hijo
encarnado.
Sin embargo, la magnitud de los milagros
realizados por Cristo, no basta para vencer el deseo de asesinar a Jesús, y
esto es lo que refleja el evangelista: “Querían matarlo porque se hacía igual a
Dios”. A pesar de las pruebas de su divinidad, se niegan voluntariamente a ser
iluminados por la luz de Jesús, y se empeñan en acusarlo falsamente de
blasfemia. El motivo es que quienes quieren matar a Jesús no están movidos por
meras pasiones humanas, sino por el odio a Dios que el demonio tiene y del cual
les ha hecho partícipes. El demonio odia a Cristo porque sabe que es Dios Hijo
encarnado, que ha venido a este mundo para “destruir sus obras” (cfr. 1 Jn 3, 7-8)y para encadenarlo para
siempre en el infierno, y por eso busca su destrucción por todos los medios
posibles; en este caso, utilizando como aliados a hombres que han endurecido
sus corazones hacia Dios y hacia el prójimo.
Lo
mismo que sucedió entre Jesús y los judíos, es lo que sucede entre la Iglesia y el mundo: a pesar de que la Iglesia demuestra
su origen divino con muchos portentos y milagros, el mayor de todos, la
Eucaristía, el Milagro de los milagros, el mundo busca destruir a la Iglesia,
porque participa del mismo odio deicida del Ángel caído.
Esta
actitud destructiva del mundo hacia la Iglesia, presente desde sus inicios
mismos, irá aumentando con el paso del tiempo, al punto tal que, cuanto más
cerca del fin se encuentre la humanidad, todo parecerá humanamente perdido para
el Cuerpo Místico de Jesús, y será tal la situación, que los que vivan en esos
tiempos, deberán recordar permanentemente las palabras de Jesús: “Las puertas
del infierno no prevalecerán contra mi Iglesia” (Mt 16, 18).
El cristiano no es ajeno a este enfrentamiento entre Jesús y los fariseos y enbtre la Iglesia y el mundo, porque en
la medida en que el cristiano participe del Amor de Cristo, y cuanto más amor a
Dios y al prójimo tenga en su corazón, tanto más odio de parte del mundo
recibirá.
Cuanto
más ame a Cristo Dios, y cuanto más se configure a su Sagrado Corazón, manso y
humilde, tanto más el alma recibirá el ataque del mundo, ataque que lo
conducirá a la muerte de cruz, pero al mismo tiempo, se volverá más merecedora
de una de las bienaventuranzas más gloriosas del Reino de Dios, la
bienaventuranza que viene por ser odiados a causa del nombre de Jesús: “Bienaventurados
cuando os insulten y os persigan y se dijere toda clase de mal, mintiendo, a
causa del Hijo del hombre” (cfr. Mt
5, 11).
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