“El Reino de los cielos es como un tesoro escondido (…) es como una perla fina (…) es como una red que se echa al mar” (Mt 13, 44-53).
Jesús utiliza tres imágenes para graficar el Reino de los cielos: como un hombre que encuentra un tesoro escondido en un campo, como una perla fina y como una red que se echa al mar.
En todos los casos, se da la idea de fortuna: un tesoro, una perla, abundantes peces. Cada una de las imágenes hace referencia a la realidad sobrenatural del Reino de Dios, pero solo en la tercera se agrega algo que las otras no tienen, y es la referencia al Juicio Final.
En la primera imagen, se trata de un hombre que, de alguna manera, encuentra un tesoro en un campo; al darse cuenta de su valor, va, vende lo que tiene y, lleno de alegría compra el campo.
Este hombre, antes de descubrir el tesoro, tal vez pasaba todos los días por el campo, pero al no saber que este campo escondía un tesoro, seguía de largo, sin prestarle mayor atención, pero una vez que encuentra el tesoro, se da cuenta de que, a causa del tesoro, el campo posee un valor hasta entonces desconocido para él, y es por eso que toma la decisión de vender todas sus posesiones para adquirir el campo y con él, el tesoro ahí escondido.
La figura de este hombre que encuentra un tesoro escondido en un campo es un símbolo del alma que despierta a la fe y que descubre los inmensos tesoros que hay en su Iglesia, de entre todos, el principal, la Eucaristía y la gracia.
Hasta ese entonces, el alma no sabía de ese tesoro –tal vez asistía a misa, pero distraído, sin prestar atención, y lo hacía de vez en cuando; tal vez consideraba a su Iglesia como una más entre todas-, pero llega un día en el que despierta a la fe, es decir, encuentra el tesoro, y es ahí cuando descubre aquello que estaba oculto a los ojos del cuerpo y a la luz de la razón natural: la gracia de Jesucristo en los sacramentos, la Fuente de Vida eterna en Cristo Eucaristía, el perdón divino en la confesión sacramental, el nacimiento a la vida de hijos de Dios por el bautismo, la consagración a Dios por el matrimonio o el sacerdocio ministerial.
En ese momento, descubre que su Iglesia encierra en sí misma algo así como un enorme tesoro, compuesto de muchas piedras preciosas, de monedas y objetos de oro, pero que no son estas cosas, que son materiales, pasajeras y efímeras, y no donan la vida eterna; en cambio, el verdadero tesoro, son los sacramentos, que dan la gracia –y con estos, la vida eterna- y, de entre todos los sacramentos, destaca la Eucaristía, como lo más valioso de todo ese tesoro enormemente valioso.
La Iglesia es entonces como el campo por el cual el hombre de la parábola pasaba todos los días sin prestarle atención, hasta que descubre que hay un tesoro en él: así sucede con el alma que despierta a la fe, porque se da cuenta que su Iglesia no es una más entre otras, sino que es la Jerusalén del Cordero, la Verdadera y Única Iglesia del Hombre-Dios Jesucristo, la que alimenta a sus hijos con el manjar del cielo que sirve en el banquete celestial, la Carne del Cordero de Dios, el Pan Vivo bajado del cielo y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.
Y así como el hombre de la parábola vende lo que tiene para adquirir el campo, así el alma con fe sobrenatural vende todas sus posesiones, el hombre viejo, para adueñarse del magnífico tesoro que ha encontrado en la Iglesia: Cristo Eucaristía, por quien todo adquiere valor y sentido, porque en la Eucaristía el hombre descubre que no ha sido hecho para esta vida y para los reinos de este mundo, sino para el Reino de los cielos, el Reino en donde la contemplación de las Tres Divinas Personas, por toda la eternidad, provoca un estallido de gozo y de alegría infinita en el alma, que no termina nunca.
El evangelio destaca la alegría del hombre de la parábola, al descubrir el tesoro y al vender lo que tiene para quedarse con él. El alma con fe debería tener no esa alegría, sino una alegría mucho más grande, mucho más profunda, una alegría sobrenatural, desbordante, gozosa, aún en medio de las tribulaciones, porque lo que encuentra en la Iglesia no es un tesoro material en un campo de tierra, sino algo más grande que los cielos sempiternos, Cristo Eucaristía, Dios entre nosotros.
“El Reino de Dios es como una perla fina”. Para entender esta imagen, es necesario recordar el origen y el valor de las perlas. Las perlas se producen en el interior del cuerpo blando de las ostras, como consecuencia de una reacción de enquistamiento de una partícula extraña.
Debido a su lustre, a su simetría, y a la capacidad de reflejar la luz de un modo intenso y brillante, son consideradas como piedras preciosas y cuanto más raras en su color, más perfectas en su forma, y cuanto más grandes son, tanto más despiertan la codicia del hombre. Las perlas han sido apreciadas por todos los pueblos desde la antigüedad debido a su rareza, belleza y extraordinario valor[1].
El valor de una perla aumenta más al considerar que su producción demanda tiempo, además de ser necesaria la presencia de organismos vivos como las ostras, que necesitan de un ecosistema adecuado. La perla se hace más valiosa todavía cuando se considera la inmensidad del mar y la escasez comparativa de las ostras donde se producen las perlas.
Con esta imagen, Jesús quiere graficar al Reino de los cielos: así como una perla es una “piedra preciosa” que se diferencia de otras piedras comunes por su color, forma, transparencia y brillo, todo lo cual le concede un valor extraordinario, de la misma manera, así el Reino de los cielos, comparado con los reinos de la tierra, posee un extraordinario valor, porque en él hay algo que no se encuentra en los reinos de la tierra, y es la vida eterna.
La perla fina es además una representación de la Eucaristía, el tesoro más valioso de la Iglesia Católica.
“El Reino de los cielos es como una red que se echa al mar” (cfr. Mt 13, 47-53). Jesús compara al Reino de los cielos con una red que se echa al mar y que recoge toda clase de peces. La imagen que utiliza para graficar al Reino de los cielos está compuesta por una barca de pescadores, los pescadores, el mar, la red, los peces.
La imagen es simbólica, porque cada elemento de la imagen representa y figura un elemento de la realidad: el mar, es el mundo y la historia humana; los peces, son los hombres, llamados por Dios a su Reino; los pescadores, son los ángeles, quienes al fin de los tiempos intervendrán, separando a los que habrán de salvarse de aquellos que habrán de condenarse; la barca de los pescadores, que surca el mar, es la Iglesia Católica, que surca el mar de los tiempos.
Cada elemento de la imagen de la barca que pesca en el mar representa un elemento de la realidad: el mar, la historia y el mundo; los peces, los hombres; los pescadores, los ángeles; la barca, la Iglesia.
Cada elemento de la pesca representa algo, pero falta el elemento principal de todos, sin el cual la pesca es imposible: la red. En la imagen de la barca que pesca en el mar, ¿qué representa la red, sin la cual la pesca es imposible? ¿Qué representa la red, sin la cual la barca nada puede hacer en alta mar? ¿Qué representa la red, sin la cual los pescadores nada pueden pescar? ¿Qué representa la red, que da sentido a toda la imagen?
La red representa y simboliza a Jesucristo y su gracia: es Jesús, Dios Hijo, quien por la Encarnación, entra en el mundo y en la historia humana, y con su gracia atrae a los hombres hacia el Padre, así como la red atrae a los peces.
La red es entonces Cristo y su gracia, los peces en el mar, somos nosotros.
La imagen de la barca que pesca peces con su red, es un símbolo de la realidad de Cristo que atrae a los hombres a Dios Padre por medio de la gracia. Pero hay una diferencia entre la imagen y la realidad: en la imagen, los peces no pueden elegir si son atrapados por la red, o no: la red se echa al mar, y el pez no puede elegir si se queda en la red o no, porque ya está en ella; nosotros, en cambio, sí podemos decidir si permanecemos en la red que es Cristo –es decir, si vivimos en gracia-, o si nos salimos de ella.
Por último, en esta imagen de la red, Jesús agrega algo que no se encuentra en las otras imágenes del Reino, y es la referencia al Juicio Final: así como los pescadores se sientan a separar los peces malos de los buenos, así los ángeles de Dios, al fin del tiempo, en el Último Día de la historia humana, separarán a los hombres malos de los buenos. San Miguel Arcángel pesará las almas de cada uno, y las que se encuentren privadas de obras buenas, serán conducidas al infierno, mientras que los que hayan hecho obras buenas, válidas para el Reino –es decir, obrado la misericordia, perdonado a sus enemigos, vivido en gracia y en paz con todos-, serán conducidos ante la Presencia del Rey de cielos y tierra, Jesucristo, y entrarán a formar parte de su Reino para siempre.
[1] Cfr. http://es.wikipedia.org/wiki/Perla.
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