martes, 13 de septiembre de 2011

No soy digno de que entres en mi casa



“No soy digno de que entres en mi casa” (cfr. Mt 8, 5-11). El centurión da muestras de una humildad y de una fe no superadas por nadie en Israel, según el testimonio del mismo Jesús. Se reconoce indigno de que Jesús, el rabbí milagroso, ingrese en su casa; para él le basta con que Jesús diga una palabra, y su sirviente será curado.

La humildad y la fe del centurión expresan un misterio insondable, porque trascienden el tiempo en el que fueron pronunciadas, y de tal manera, que la Iglesia las hace suya y las aplica a sí misma cuando, como cuerpo místico de Jesús, exclama antes de la comunión, por medio de sus integrantes: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa”.

La frase es pronunciada por la Iglesia como comunidad, y se refiere a su parte humana, antes de que entre Jesús como Hijo de Dios, encarnado y resucitado en la Eucaristía; es pronunciada también a modo personal, por cada uno de los que asisten a la asamblea eucarística, confesando, como el centurión, la propia indignidad, que los hace ser inmerecedores de la visita personal del Verbo de Dios.

La expresión del centurión, pronunciada en el momento histórico de la Presencia personal del Verbo de Dios humanado en Palestina, es repetida a lo largo de los siglos por la Iglesia, en el momento suprahistórico y supratemporal de la Presencia del Verbo de Dios humanado en el altar, por la liturgia eucarística.

“No soy digno de que entres en mi casa”, dice el centurión a Jesús, refiriéndose a su casa material y a la Presencia personal de Jesús; teniendo en cuenta que Jesús en el Apocalipsis dice que “está a las puertas de los corazones, que golpea y que entrará en aquel que abra”[1], es decir, teniendo en cuenta que el mismo Jesús es quien hace la comparación de la casa con el alma humana, la frase del centurión podría quedar: “No soy digno de que entres en mí”, y es en el mismo sentido en el que lo dice la Iglesia y en el que lo repite cada bautizado a Jesús Eucaristía: “No soy digno de que entres en mí”.

“No soy digno de que entres en mi casa, manda a un servidor tuyo y con eso basta”, dice el centurión, y Jesús, en premio a la fe y la humildad del centurión, le dice: “Yo mismo iré a curarlo”.

“No soy digno de que entres en mí”, dice el alma antes de la comunión, en la fe de la Iglesia, y en premio a la fe de la Iglesia, que reconoce en la Eucaristía al Señor resucitado, Jesús entra personalmente en el alma, en la casa de quien comulga.


[1] Cfr. Ap 5, 20.

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