jueves, 22 de septiembre de 2011

Quiero misericordia y no sacrificios



“Quiero misericordia y no sacrificios” (cfr. Mt 9, 9-13). Jesús come con publicanos y pecadores, lo cual escandaliza a los fariseos, ya que ellos, por su condición de “puros”, jamás se rebajarían a hacerlo, porque esto significaría contaminarse con quien es impuro.

Ante la pregunta de los fariseos del porqué de esta actitud, Jesús responde: “Quiero misericordia y no sacrificios”. No porque considere que no deban ofrecerse sacrificios a Dios, ya que Él mismo ofrecerá a Dios el supremo sacrificio de la cruz, sino porque el sacrificio, la ofrenda realizada a Dios, no vale de nada, sino está precedido, acompañado, impregnado por la misericordia, la cual a su vez, nace de un corazón contrito y humillado.

Esta es la práctica religiosa que agrada a Dios: la oración y la piedad que nacen de un corazón consciente de su pecado, es decir, de su tendencia al mal, que se humilla ante Dios, reconociendo su inmensa majestad, y que es compasivo para con el prójimo, en quien reconoce una imagen del mismo Dios.

Los fariseos habían desvirtuado la religión, ya que cumplían a la perfección los preceptos de la ley y las oraciones, pero habían endurecido sus corazones para con el prójimo, despreciándolo y dejándolo de lado, porque consideraban que los demás, que no eran puros como ellos, eran indignos de estar a su lado.

“Misericordia quiero y no sacrificio”. La esencia de la religión de Jesucristo es la misericordia, la compasión, la caridad, para con todo prójimo, comenzando con el más pecador, con el más alejado.

Si no hay misericordia en el corazón, vana es la práctica de la religión.

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