domingo, 6 de enero de 2019

Epifanía del Señor



(Ciclo C – 2019)

          Para celebrar el Nacimiento y la Epifanía del Señor, la Iglesia, citando al Profeta Isaías; canta así: “Levántate y resplandece, Jerusalén, pues llega tu luz y la gloria del Señor alborea sobre ti. Mira: la oscuridad cubre la tierra y los pueblos están en tinieblas. Mas sobre ti amanece el Señor y su gloria sobre ti se manifiesta. Caminarán las naciones a tu luz y los reyes al esplendor de tu alborada” (60, 1-22). Es decir, el Profeta se dirige a la Iglesia –Jerusalén- en Epifanía y habla de una “luz” que resplandece sobre ella; al mismo tiempo, habla de “tinieblas” que cubren la tierra y los pueblos. Alguno podría pensar que el Profeta está hablando del amanecer y del día que siguen al Nacimiento del Niño, Nacimiento que fue a medianoche y por lo tanto, las tinieblas que envuelven la tierra y los hombres, serían las tinieblas cósmicas y naturales, las que se abaten sobre la tierra cuando el astro sol se esconde.
Sin embargo, no es así. Es por esto que, para entender qué es lo que dice el Profeta y cuál es la razón de su alegría por la luz, debemos considerar dos cosas previas a la Epifanía: por un lado, la oscuridad en la que vivían los hombres; por otro lado, la luz que brota del Niño de Belén y que es la que ilumina a la Iglesia y la colma de la gloria y la alegría de Dios. Es decir, no se tratan ni de la luz ni de la oscuridad que conocemos, sino de una luz que viene del cielo y de una oscuridad que brota del corazón humano y del Infierno.
El primer elemento que debemos tener en cuenta son las tinieblas a las que hace referencia el Profeta, tinieblas que por efecto de la luz que hoy brilla sobre la Iglesia, son derrotadas y vencidas para siempre, así como se disipan las tinieblas de la noche cuando alborea el día y la estrella de la mañana anuncia la pronta llegada del sol. Las tinieblas que cubren la tierra antes de la Epifanía, esto es, antes de la manifestación de la divinidad del Niño Dios, no son las tinieblas de la noche, que sobrevienen cuando el sol ya no está: son las tinieblas del error, de la ignorancia, del pecado, que se abatieron sobre la humanidad a causa del Pecado Original de Adán y Eva, pero son además las tinieblas vivientes, los demonios, que acechan al hombre por todas partes y no le dan descanso, porque las tinieblas vivientes buscan la eterna perdición del hombre expulsado del Paraíso. Estas tinieblas espirituales –las del error, la ignorancia, el pecado y también las tinieblas vivientes, los demonios-, son vencidos para siempre por el Niño Dios, que desde el Portal de Belén se manifiesta en todo el esplendor de su gloria, iluminando el mundo y las almas, disipando y derrotando para siempre las tinieblas que envuelven y acechan al hombre.
El otro elemento que debemos considerar es la luz que hoy, en Epifanía, deslumbra sobre la Iglesia, puesto que no se trata de la luz del astro sol ni de cualquier luz artificial, sino de una luz que viene de lo alto, del Ser trinitario divino del Niño de Belén. Cuando el Profeta dice: “llega tu luz y la gloria del Señor alborea sobre ti”, se refiere a que sobre la Iglesia resplandece hoy la luz divina, celestial, sobrenatural, que brota del Ser trinitario divino del Niño que yace en el Portal de Belén. El Profeta no dice: “Amanece el sol sobre ti y los rayos del sol te iluminan”; el Profeta dice: “Amanece el Señor y su gloria sobre ti se manifiesta”. Esto quiere decir que el Niño que yace acostado en el Pesebre de Belén es el Sol de justicia y que su luz, en forma de rayos de gracia y gloria, iluminan la Iglesia. El Niño que nace en Belén, hoy deja translucir la luz de su gloria y es esta gloria divina, que brota de Él como de su fuente inagotable -ya que no la recibe de nadie, sino que brota de su mismo Ser divino trinitario, que comparte con el Padre y el Espíritu Santo-, es esta luz la que ilumina toda la Iglesia, no solo disipando las tinieblas, sino haciéndola resplandecer con una luz más intensa que cientos de miles de millones de soles juntos, porque es la luz de la gloria de Dios.
Es esta luz divina, que brota del Niño de Belén, luz que es la gloria de Dios Uno y Trino, la que los Reyes Magos vieron en el Niño y por esa razón se postraron ante Él, ofreciéndole oro, incienso y mirra. Postrémonos también nosotros ante el Niño de Belén, que continúa y prolonga su Encarnación y Nacimiento en la Eucaristía y ofrezcámosle nuestros dones espirituales: el reconocimiento de su Divinidad, que está representado en el oro; el reconocimiento de su Humanidad Santísima, santificada por el contacto con la Divinidad desde la Encarnación, representado en la mirra; la adoración, por la cual nos postramos ante el Niño de Belén, que es el Dios que ilumina nuestras tinieblas con su luz divina, representado en el incienso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario