(Domingo VI - TP - Ciclo C – 2022)
“La paz os dejo, mi paz os doy, no como la da el mundo” (Jn 14, 23-29). Jesús nos deja su paz, que es la paz de Dios, no es la paz del mundo. Jesús hace esta aclaración porque la paz de Dios y la paz del mundo son muy distintas: la paz de Dios es de orden espiritual, interior, sobrenatural; es la paz que sobreviene al alma cuando el alma recibe el perdón de los pecados por la confesión sacramental, porque la confesión quita del alma aquello que la enemistaba con Dios y le quitaba la paz, que es el pecado.
La paz del mundo es una mera ausencia de violencia, es una paz falsa, superficial, frágil, basada solo en la ley del más fuerte. Es la paz que utilizan las grandes potencias o imperios, como sucede con los países que poseen armamento nuclear. Esa paz no es la paz de Dios, no es la paz de Cristo, que es Dios. Pero tampoco es la paz de Dios la falsa paz que dicen que dan las falsas religiones, como el budismo, el hinduismo, el islamismo, el protestantismo: ninguna de estas religiones pueden dar la paz de Dios, porque ninguna de estas religiones proviene del Dios Verdadero, Dios Uno y Trino y por eso no es la paz que da Jesús. Muchos dicen que cualquier religión puede dar paz, pero eso es falso, porque solo la Iglesia Católica, a través de los sacramentos, la fe y la oración, puede conceder real y verdaderamente la única paz que pacifica al alma, la paz de Jesús, la paz de Dios. Y con la paz, la gracia de Cristo concede el alivio del sufrimiento humano, porque el sufrimiento está ocasionado por el pecado ya que es a partir del pecado original de Adán y Eva que entra en la humanidad el sufrimiento, el dolor, la enfermedad y la muerte. Es falso afirmar, como lo hace el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, que “las verdades del Buda explican el origen y las causas del sufrimiento” , como así también es falso afirmar que el “camino budista para el cese del sufrimiento” . Esto es absolutamente falso, porque sólo Cristo Dios quita, con el poder de su Sangre derramada en la Cruz, aquello que es fuente de enemistad con Dios Trino y de sufrimiento para el hombre, que es el pecado.
“La paz os dejo, mi paz os doy, no como la da el mundo”. No es casualidad que la Santa Iglesia haya colocado la frase de Jesús en la Santa Misa, antes de la Comunión sacramental: por la Comunión, Cristo nos comunica su mismo Sagrado Corazón, que contiene en Sí mismo la paz de Dios, porque el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús es el Corazón de Dios, de donde brota la paz de Dios. La Comunión Eucarística comunica la paz de Dios incluso todavía de un modo más substancial y orgánico que en el Evangelio, porque en el Evangelio Jesús promete dejar su paz, pero en la Eucaristía nos da su paz realmente, al darnos de comulgar su Corazón glorioso y transfigurado, envuelto en el Amor de Dios, del cual brota la paz de Dios. Las palabras de Jesús dichas en el Evangelio se hacen realidad en cada Comunión Eucarística: Jesús nos comunica su paz, la paz de su Sagrado Corazón, en cada Eucaristía. Es esa paz de Dios Trinidad, la que recibimos en cada Comunión, la que debemos comunicar a nuestros hermanos, luego de recibirla de parte de Jesús Eucaristía. El cristiano debe ser fuente de paz para sus hermanos, pero no porque él sea pacífico, sino porque Cristo nos dona su paz, a través del Sacramento de la Confesión y a través del Sacramento de la Eucaristía. “La paz os dejo, mi paz os doy”: sólo Jesús, el Hombre-Dios, nos concede la verdadera paz, la paz espiritual, por medio de la fe, del Amor a Dios y de la gracia santificante que se nos concede por medio de los Sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía.
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