(Ciclo
C – 2022)
“Recibid
el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados;
a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 19-23). Cumpliendo
su promesa de que enviaría al Espíritu Paráclito luego de su Muerte y
Resurrección, Jesús resucitado y glorioso sopla, en acción conjunta con el
Padre, el Espíritu Santo, el Espíritu del Amor del Padre y del Hijo, la Persona
Tercera de la Trinidad, sobre los Apóstoles reunidos en oración y esta
recepción del Espíritu Santo por parte de la Iglesia es lo que se conoce como
“Pentecostés”.
Ahora
bien, una vez enviado por Jesucristo resucitado, ¿qué hará el Espíritu Santo en
la Iglesia? Para comprender las acciones del Espíritu Santo en la Iglesia, no
debemos olvidar que el Espíritu Santo es una Persona, la Tercera de la
Santísima Trinidad y que por lo tanto, en cuanto Persona, tiene Inteligencia, la
Inteligencia misma de la Trinidad, tiene Sabiduría, la Sabiduría misma de la
Trinidad y tiene Voluntad, la Voluntad misma de la Trinidad. En otras palabras,
el Espíritu Santo no es un ente abstracto, sino una Persona, con la cual se
puede entablar un diálogo personal, tal como sucede entre personas humanas,
pero sin olvidar que el Espíritu Santo es una Persona divina, la Tercera de la
Trinidad.
Al
ser enviado por el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo llevará a cabo diversas
acciones en el Cuerpo Místico de Jesús, la Iglesia. Estas acciones serán:
-Obrará
en el Sacramento de la Penitencia, derramando sobre las almas la Sangre de
Jesús crucificado a través de la absolución del sacerdote ministerial, de
acuerdo a las palabras de Jesús: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos”.
-Obrará
la santificación de las almas, también según las palabras de Jesús: “Tomará de
lo mío y se lo dará a ustedes” y lo que tiene Jesucristo, por ser Él el Hijo de
Dios y la Santidad Increada, es precisamente la santidad, por lo que el
Espíritu Santo, Espíritu Santificador por antonomasia, que es al igual que
Cristo la Santidad Increada, concederá la gracia santificante de los bautizados,
la cual quitará el pecado y convertirá al alma en “templo del Espíritu Santo” y
sagrario de Jesús Eucaristía.
-Les
recordará todo lo que Jesús les ha dicho: para entender esta acción, es
necesario tener en cuenta que en numerosas ocasiones el Evangelio destaca la
incomprensión, de los discípulos, hacia Jesús: “no comprendían lo que Jesús les
decía”, “no entendían” las palabras de Jesús e incluso, hasta lo desconocen
personalmente, como cuando Jesús camina sobre las aguas para calmar la tormenta
y los discípulos lo confunden con “un fantasma”. En otras palabras, antes de
recibir el Espíritu Santo, los discípulos, o no entendían nada acerca del misterio
pascual de Jesús y acerca de su Persona divina, o bien no tenían una clara
comprensión de las palabras de Jesús, como tampoco de su misterio pascual de
muerte y resurrección. Esto se puede ver claramente en ciertos episodios, como
la tristeza y desolación de los discípulos de Emaús antes de que Jesús soplara
sobre ellos el Espíritu Santo en la fracción del pan, momento en que recién lo
reconocen; también está el episodio de tristeza y dolor de María Magdalena el
Domingo de Resurrección, cuando piensa que no ha resucitado y que el jardinero
se ha llevado el cuerpo muerto de Jesús. El Espíritu Santo tendrá la misión,
encargada por el Padre y el Hijo, de recordarles que Jesús había dicho que Él
era Dios Hijo encarnado y que en cuanto tal, “al tercer día habría de resucitar”,
es decir, el Espíritu Santo les recordará que Jesús había prometido vencer a la
muerte resucitando al tercer día y no solo les recordará, sino que les
iluminará la mente y el corazón con la luz de la gracia, para que comprendan
que las palabras de Jesús no son las palabras de un hombre santo, sino del
Hombre-Dios, que es Tres veces Santo.
-Otra
acción que hará es el Espíritu Santo es la de “convencer al mundo de un pecado,
de una justicia y de una condena”: es decir, revelará a los hombres que el pecado
no solo existe, tanto el pecado original como el habitual, sino que el pecado, que
nace del corazón del hombre, le cierra las puertas del Cielo y hace imposible
la santidad del hombre: la iluminación del Espíritu Santo hará que el alma tome
aversión al pecado y le dará fuerzas sobrenaturales para rechazarlo, al tiempo
que le hará desear la santidad de la Santísima Trinidad, concedida por la fe,
el Amor y los Sacramentos; el Espíritu Santo hará que la Justicia de Dios resplandezca
en el corazón del hombre, porque le hará ver que gracias al Sacrificio del Calvario
el pecado ha sido vencido y la gracia santificante se ha derramado sobre las almas
en el momento en el que el Corazón de Jesús fue traspasado en la Cruz, provocando
sobre el mundo un Nuevo Diluvio, un Diluvio Divino de Sangre y Agua, que otorga
a las almas de la vida de la Trinidad; el Espíritu Santo mostrará al mundo una
condena, la condena del Ángel caído, condena que se hace efectiva a través del
Sacrificio de Cristo en la Cruz, Sacrificio por el cual derrotó y condenó por
toda la eternidad al Ángel caído, destinándolo para siempre a la prisión sin
salida del Infierno, lugar de castigo para el Ángel caído y para los hombres
réprobos que negarán a Cristo como Dios Salvador; el Espíritu Santo hará ver al
mundo una condena eterna de la Serpiente Antigua, el Diablo o Satanás, el Ángel
caído, que por la muerte en Cruz de Jesús ha sido vencido para siempre y para
siempre ha sido condenado en las profundidades de los Infiernos, de donde nunca
más habrá de salir.
-El Espíritu Santo concederá a la Iglesia un don de
Fortaleza sobrenatural, la misma Fortaleza de Dios Trinidad, la cual les
permitirá superar el miedo a los judíos y sus amenazas, por las cuales estaban
encerrados y temerosos de salir, según las Escrituras: “Los discípulos estaban
con las puertas cerradas por miedo a los judíos”.
-El Espíritu Santo enviado por el Padre y el Hijo obrará
sobre las mentes de los miembros de la Iglesia, iluminándolos con la luz divina
trinitaria y encenderá sus corazones con el Fuego del Divino Amor, con el fin
de que la Iglesia Naciente esté en condiciones de contemplar el misterio sobrenatural
salvífico de Jesús, misterio llevado a cabo no por un hombre santo, sino por
Dios Tres veces Santo, el misterio de la Encarnación del Verbo Eterno del
Padre, Verbo encarnado en la humanidad de Jesús de Nazareth por obra del
Espíritu Santo. Sólo por la luz del Espíritu Santo los hijos de Dios, los hijos
de la Iglesia Católica, serán capaces de creer que Jesús de Nazareth no es un
hombre más entre tantos, sino la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la
humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Además de esto, la luz del Espíritu
Santo les hará ver a los católicos que Jesús prolonga su Encarnación en la Eucaristía
y les concederá el Amor de Dios, para que se enamoren de la Presencia real,
verdadera y substancial de Jesús en la Eucaristía.
-El Espíritu Santo concederá a los miembros de la Iglesia
Militante algo más grande que los Cielos, infinitamente más grande que los
Cielos y es el conducirlos al seno del Eterno Padre, por medio de la Comunión Sacramental
con el Cuerpo glorioso y resucitado de Jesús en la Eucaristía, según las
palabras de Jesús: “Nadie va al Padre si no es por Mí” y ese “ir al Padre” se
da no solo para quien muere en estado de gracia, sino para quien recibe al Hijo
en la Eucaristía en estado de gracia.
-El Espíritu Santo no solo concederá el don de la Fortaleza
a su Iglesia, sino también el don de la Alegría, pero no la alegría mundana y
terrena, propia de la condición humana, sino que es una participación a la
Alegría del Ser divino trinitario, la Alegría misma de Dios, puesto que “Dios
es Alegría infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes y esto se puede
contemplar en el Evangelio, en donde abundan las referencias a la alegría que
experimentan los discípulos al ver a Jesús vivo, resucitado y glorioso.
-Por último, el Espíritu Santo “los guiará a la Verdad
plena” (Jn 16, 12-15) y esto se comprende según otra frase de Jesús,
pronunciada antes de su Pasión: “Muchas cosas me quedan por decirles,
pero ustedes no las pueden comprender por ahora”. Ellos no estaban en grado de
comprender la totalidad del misterio salvífico de Jesús, la inmensidad infinita
del Amor que lo llevó a Jesús a sufrir la Pasión en Cruz por la salvación de
los hombres; “no podían entender” la Resurrección de Jesús; no podían -y la mayoría
de los católicos hoy tampoco pueden entender ni creer- que en la Última Cena
dejaba su Presencia real, verdadera y substancial en la Eucaristía, para quedarse
con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”. Sólo cuando Jesús, junto
al Padre, envíe al Espíritu Santo desde el Cielo, los discípulos que sean
iluminados por el Espíritu Santo estarán en grado de comprender el misterio
sobrenatural salvífico de Jesús y el misterio absoluto de su Presencia real en
el Santísimo Sacramento del Altar.
“El
Espíritu Santo los guiará hasta la verdad plena”. De igual manera que los discípulos,
también nosotros necesitamos la luz del Espíritu Santo para que nos guíe “a la
Verdad plena”, que no consiste en ninguna nueva revelación, sino en la
contemplación de los misterios de la fe católica, los cuales no pueden ser
comprendidos ni contemplados de ninguna manera sin el auxilio de la luz del Espíritu
Santo. Al igual que los discípulos, también nosotros “no podemos entender” que debemos
cargar la Cruz de cada día, que debemos morir en el Calvario a nuestro propio
yo, para que sea Cristo quien viva en nosotros; no podemos entender que no
comulgamos un trocito de pan bendecido, sino que comulgamos a una Persona, la
Segunda de la Trinidad, que prolonga su Encarnación en cada Eucaristía. Y como
estos, no podemos entender la totalidad de los misterios de los que se
comprende nuestra religión católica y como no los podemos entender, los
racionalizamos, los rebajamos al nivel terreno en el que puede razonar nuestra
inteligencia y así le quitamos la esencia de los misterios de la salvación de
Jesús, desplegados en su Iglesia, principalmente en los Sacramentos.
Al
igual que los discípulos, también nosotros somos “duros y tardos de entendimiento”
(cfr. Lc 24, 25) y es por eso que necesitamos al Espíritu Santo y a su
divina luz para que, enviado por el Padre y el Hijo para Pentecostés, “nos guíe
hasta la Verdad plena”.
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