martes, 31 de mayo de 2022

Solemnidad de Pentecostés

 



(Ciclo C – 2022)

         “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 19-23). Cumpliendo su promesa de que enviaría al Espíritu Paráclito luego de su Muerte y Resurrección, Jesús resucitado y glorioso sopla, en acción conjunta con el Padre, el Espíritu Santo, el Espíritu del Amor del Padre y del Hijo, la Persona Tercera de la Trinidad, sobre los Apóstoles reunidos en oración y esta recepción del Espíritu Santo por parte de la Iglesia es lo que se conoce como “Pentecostés”.

         Ahora bien, una vez enviado por Jesucristo resucitado, ¿qué hará el Espíritu Santo en la Iglesia? Para comprender las acciones del Espíritu Santo en la Iglesia, no debemos olvidar que el Espíritu Santo es una Persona, la Tercera de la Santísima Trinidad y que por lo tanto, en cuanto Persona, tiene Inteligencia, la Inteligencia misma de la Trinidad, tiene Sabiduría, la Sabiduría misma de la Trinidad y tiene Voluntad, la Voluntad misma de la Trinidad. En otras palabras, el Espíritu Santo no es un ente abstracto, sino una Persona, con la cual se puede entablar un diálogo personal, tal como sucede entre personas humanas, pero sin olvidar que el Espíritu Santo es una Persona divina, la Tercera de la Trinidad.

        Al ser enviado por el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo llevará a cabo diversas acciones en el Cuerpo Místico de Jesús, la Iglesia. Estas acciones serán:

         -Obrará en el Sacramento de la Penitencia, derramando sobre las almas la Sangre de Jesús crucificado a través de la absolución del sacerdote ministerial, de acuerdo a las palabras de Jesús: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.

         -Obrará la santificación de las almas, también según las palabras de Jesús: “Tomará de lo mío y se lo dará a ustedes” y lo que tiene Jesucristo, por ser Él el Hijo de Dios y la Santidad Increada, es precisamente la santidad, por lo que el Espíritu Santo, Espíritu Santificador por antonomasia, que es al igual que Cristo la Santidad Increada, concederá la gracia santificante de los bautizados, la cual quitará el pecado y convertirá al alma en “templo del Espíritu Santo” y sagrario de Jesús Eucaristía.

         -Les recordará todo lo que Jesús les ha dicho: para entender esta acción, es necesario tener en cuenta que en numerosas ocasiones el Evangelio destaca la incomprensión, de los discípulos, hacia Jesús: “no comprendían lo que Jesús les decía”, “no entendían” las palabras de Jesús e incluso, hasta lo desconocen personalmente, como cuando Jesús camina sobre las aguas para calmar la tormenta y los discípulos lo confunden con “un fantasma”. En otras palabras, antes de recibir el Espíritu Santo, los discípulos, o no entendían nada acerca del misterio pascual de Jesús y acerca de su Persona divina, o bien no tenían una clara comprensión de las palabras de Jesús, como tampoco de su misterio pascual de muerte y resurrección. Esto se puede ver claramente en ciertos episodios, como la tristeza y desolación de los discípulos de Emaús antes de que Jesús soplara sobre ellos el Espíritu Santo en la fracción del pan, momento en que recién lo reconocen; también está el episodio de tristeza y dolor de María Magdalena el Domingo de Resurrección, cuando piensa que no ha resucitado y que el jardinero se ha llevado el cuerpo muerto de Jesús. El Espíritu Santo tendrá la misión, encargada por el Padre y el Hijo, de recordarles que Jesús había dicho que Él era Dios Hijo encarnado y que en cuanto tal, “al tercer día habría de resucitar”, es decir, el Espíritu Santo les recordará que Jesús había prometido vencer a la muerte resucitando al tercer día y no solo les recordará, sino que les iluminará la mente y el corazón con la luz de la gracia, para que comprendan que las palabras de Jesús no son las palabras de un hombre santo, sino del Hombre-Dios, que es Tres veces Santo.

         -Otra acción que hará es el Espíritu Santo es la de “convencer al mundo de un pecado, de una justicia y de una condena”: es decir, revelará a los hombres que el pecado no solo existe, tanto el pecado original como el habitual, sino que el pecado, que nace del corazón del hombre, le cierra las puertas del Cielo y hace imposible la santidad del hombre: la iluminación del Espíritu Santo hará que el alma tome aversión al pecado y le dará fuerzas sobrenaturales para rechazarlo, al tiempo que le hará desear la santidad de la Santísima Trinidad, concedida por la fe, el Amor y los Sacramentos; el Espíritu Santo hará que la Justicia de Dios resplandezca en el corazón del hombre, porque le hará ver que gracias al Sacrificio del Calvario el pecado ha sido vencido y la gracia santificante se ha derramado sobre las almas en el momento en el que el Corazón de Jesús fue traspasado en la Cruz, provocando sobre el mundo un Nuevo Diluvio, un Diluvio Divino de Sangre y Agua, que otorga a las almas de la vida de la Trinidad; el Espíritu Santo mostrará al mundo una condena, la condena del Ángel caído, condena que se hace efectiva a través del Sacrificio de Cristo en la Cruz, Sacrificio por el cual derrotó y condenó por toda la eternidad al Ángel caído, destinándolo para siempre a la prisión sin salida del Infierno, lugar de castigo para el Ángel caído y para los hombres réprobos que negarán a Cristo como Dios Salvador; el Espíritu Santo hará ver al mundo una condena eterna de la Serpiente Antigua, el Diablo o Satanás, el Ángel caído, que por la muerte en Cruz de Jesús ha sido vencido para siempre y para siempre ha sido condenado en las profundidades de los Infiernos, de donde nunca más habrá de salir.

          -El Espíritu Santo concederá a la Iglesia un don de Fortaleza sobrenatural, la misma Fortaleza de Dios Trinidad, la cual les permitirá superar el miedo a los judíos y sus amenazas, por las cuales estaban encerrados y temerosos de salir, según las Escrituras: “Los discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos”.

          -El Espíritu Santo enviado por el Padre y el Hijo obrará sobre las mentes de los miembros de la Iglesia, iluminándolos con la luz divina trinitaria y encenderá sus corazones con el Fuego del Divino Amor, con el fin de que la Iglesia Naciente esté en condiciones de contemplar el misterio sobrenatural salvífico de Jesús, misterio llevado a cabo no por un hombre santo, sino por Dios Tres veces Santo, el misterio de la Encarnación del Verbo Eterno del Padre, Verbo encarnado en la humanidad de Jesús de Nazareth por obra del Espíritu Santo. Sólo por la luz del Espíritu Santo los hijos de Dios, los hijos de la Iglesia Católica, serán capaces de creer que Jesús de Nazareth no es un hombre más entre tantos, sino la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Además de esto, la luz del Espíritu Santo les hará ver a los católicos que Jesús prolonga su Encarnación en la Eucaristía y les concederá el Amor de Dios, para que se enamoren de la Presencia real, verdadera y substancial de Jesús en la Eucaristía.

          -El Espíritu Santo concederá a los miembros de la Iglesia Militante algo más grande que los Cielos, infinitamente más grande que los Cielos y es el conducirlos al seno del Eterno Padre, por medio de la Comunión Sacramental con el Cuerpo glorioso y resucitado de Jesús en la Eucaristía, según las palabras de Jesús: “Nadie va al Padre si no es por Mí” y ese “ir al Padre” se da no solo para quien muere en estado de gracia, sino para quien recibe al Hijo en la Eucaristía en estado de gracia.

          -El Espíritu Santo no solo concederá el don de la Fortaleza a su Iglesia, sino también el don de la Alegría, pero no la alegría mundana y terrena, propia de la condición humana, sino que es una participación a la Alegría del Ser divino trinitario, la Alegría misma de Dios, puesto que “Dios es Alegría infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes y esto se puede contemplar en el Evangelio, en donde abundan las referencias a la alegría que experimentan los discípulos al ver a Jesús vivo, resucitado y glorioso.

          -Por último, el Espíritu Santo “los guiará a la Verdad plena” (Jn 16, 12-15) y esto se comprende según otra frase de Jesús, pronunciada antes de su Pasión:Muchas cosas me quedan por decirles, pero ustedes no las pueden comprender por ahora”. Ellos no estaban en grado de comprender la totalidad del misterio salvífico de Jesús, la inmensidad infinita del Amor que lo llevó a Jesús a sufrir la Pasión en Cruz por la salvación de los hombres; “no podían entender” la Resurrección de Jesús; no podían -y la mayoría de los católicos hoy tampoco pueden entender ni creer- que en la Última Cena dejaba su Presencia real, verdadera y substancial en la Eucaristía, para quedarse con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”. Sólo cuando Jesús, junto al Padre, envíe al Espíritu Santo desde el Cielo, los discípulos que sean iluminados por el Espíritu Santo estarán en grado de comprender el misterio sobrenatural salvífico de Jesús y el misterio absoluto de su Presencia real en el Santísimo Sacramento del Altar.

“El Espíritu Santo los guiará hasta la verdad plena”. De igual manera que los discípulos, también nosotros necesitamos la luz del Espíritu Santo para que nos guíe “a la Verdad plena”, que no consiste en ninguna nueva revelación, sino en la contemplación de los misterios de la fe católica, los cuales no pueden ser comprendidos ni contemplados de ninguna manera sin el auxilio de la luz del Espíritu Santo. Al igual que los discípulos, también nosotros “no podemos entender” que debemos cargar la Cruz de cada día, que debemos morir en el Calvario a nuestro propio yo, para que sea Cristo quien viva en nosotros; no podemos entender que no comulgamos un trocito de pan bendecido, sino que comulgamos a una Persona, la Segunda de la Trinidad, que prolonga su Encarnación en cada Eucaristía. Y como estos, no podemos entender la totalidad de los misterios de los que se comprende nuestra religión católica y como no los podemos entender, los racionalizamos, los rebajamos al nivel terreno en el que puede razonar nuestra inteligencia y así le quitamos la esencia de los misterios de la salvación de Jesús, desplegados en su Iglesia, principalmente en los Sacramentos.  

Al igual que los discípulos, también nosotros somos “duros y tardos de entendimiento” (cfr. Lc 24, 25) y es por eso que necesitamos al Espíritu Santo y a su divina luz para que, enviado por el Padre y el Hijo para Pentecostés, “nos guíe hasta la Verdad plena”.

 

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