(Domingo
XIII - TO - Ciclo C – 2022)
“Al llegar el tiempo en que debía salir de este mundo, Jesús
se encaminó decididamente a Jerusalén” (Lc
9, 51-62). Jesús sabe que va a morir en la Cruz, sabe que va a sufrir la
Pasión, y porque lo sabe, es que se encamina decididamente a Jerusalén, en
donde será crucificado. Si nosotros nos reconocemos cristianos, entonces
debemos tomar la misma decisión, la decisión de seguir a Jesús que nos guía a
la Jerusalén celestial, por medio del Via
Crucis, por medio del Camino Real de la Cruz. Ahora bien, este seguimiento
de Cristo implica varios elementos de orden espiritual, según podemos ver en el
episodio del Evangelio.
El
seguimiento de Cristo implica ante todo la práctica y el ejercicio de la
caridad cristiana, que es amor sobrenatural y no humano, hacia el prójimo,
incluido el enemigo. Cuando los discípulos de Jesús le preguntan si quiere que
ellos “hagan bajar fuego del cielo” para consumir en el fuego a sus enemigos,
los samaritanos –esto indica que los discípulos tenían, porque Jesús les había participado,
el efectivo poder de hacer bajar fuego del cielo; de otro modo, no se lo
hubieran preguntado-, Jesús los reprende, porque no han comprendido que el
fuego que deben hacer bajar es el Fuego del Amor de Dios, el Espíritu Santo. El
fuego que debe y puede hacer bajar del cielo el cristiano es el Fuego del
Divino Amor, el Espíritu Santo, y lo debe hacer por medio de la oración, del
sacrificio, de la penitencia y no solo para los prójimos a los que ama, sino
ante todo para con su enemigo, porque ése es el mandato de Jesús: “Amen a sus
enemigos” y en este amor sobrenatural al enemigo es que se demuestra que el
alma sigue verdaderamente a Cristo y no a su propia voluntad: “En el amor que
os tengáis los unos a los otros reconocerán que son mis discípulos” (Jn 13, 35).
El
otro elemento espiritual presente en el seguimiento de Jesús es la tribulación
de la cruz. Cuando uno en el camino le dice que “lo seguirá dondequiera que
vaya”, Jesús le advierte que ese seguimiento no es para nada fácil: “Las zorras
tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en
dónde reclinar la cabeza”. Jesús le advierte que si lo quiere seguir debe
cargar la cruz y estar dispuesto a padecer por amor todo lo que implica el
cargar la cruz, porque es precisamente en la cruz en donde “el Hijo del hombre
no tiene dónde reclinar la cabeza”, debido a la suma incomodidad que le provoca
la corona de espinas, además del dolor punzante que experimenta cuando intenta
reclinarse un poco para descansar. El cristiano debe estar dispuesto a vivir no
solo la pobreza de la cruz, que es el desprendimiento ante todo interior de los
bienes materiales, sino a desear ser crucificado con Cristo y ser coronado con
la Corona de espinas de Cristo.
Otro
elemento espiritual en el seguimiento de Cristo es el olvido de los asuntos
mundanos, para dedicar, según el estado de vida de cada uno –laico o
consagrado- la vida entera a Cristo y a su Iglesia, la Iglesia Católica. Esto es
lo que quiere decir Jesús cuando, ante uno que le dice que lo seguirá, pero que
“primero lo deje ir a enterrar a su padre”, Jesús le contesta: “Deja que los
muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios”. Es decir,
deja que los que están muertos espiritualmente a la vida de la gracia se ocupen
de los asuntos mundanos; tú, que has recibido el llamamiento para seguir al
Cordero, deja las cosas del mundo y ocúpate en salvar almas, conduciéndolas a
la Iglesia y sus sacramentos.
Por
último, la vida pasada, vivida en la mundanidad y en el desconocimiento de
Cristo y su gracia, debe quedar en el olvido cuando se sigue a Cristo, porque
quien permanentemente recuerda su vida de pecado, anterior al llamado de
Cristo, “no sirve para el Reino de Dios”. Es esto lo que se desprende del siguiente
diálogo de Jesús: Otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame primero
despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que empuña el arado y mira
hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. Caridad cristiana, que implica el
amor sobrenatural al enemigo; cargar la cruz de cada día, abrazando la pobreza
de la cruz y las tribulaciones que la cruz implica; olvido y abandono del mundo
y de sus falsos atractivos; olvido de la vida pasada de pecado y propósito de
perseverancia en la vida nueva de la gracia, eso es lo que debe hacer todo
cristiano que quiera seguir a Cristo por el Camino Real de la Cruz, camino que
conduce más allá de esta vida terrena, la Vida Eterna en el Reino de los
cielos.
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