(Ciclo
C – 2022)
Con la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo,
solemnidad conocida también como “Corpus Christi”, la Iglesia Católica proclama
al mundo que Ella, como Esposa Mística del Cordero, es la poseedora del más
grandioso don que la Santísima Trinidad pueda hacer jamás al ser humano, el
Cuerpo y la Sangre del Hombre-Dios Jesucristo. No hay misterio sobrenatural más
grandioso, más asombroso, más maravilloso y magnífico, que el misterio de la
transubstanciación, es decir, la conversión, por el poder del Espíritu Santo
que es infundido sobre el pan y el vino del altar por las palabras de la
consagración –“Esto es mi Cuerpo, Éste es el Cáliz de mi Sangre”-, en el Cuerpo
y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. La transubstanciación, la conversión
de la materia del pan en el Cuerpo de Cristo y la del vino en la Sangre de
Cristo, es el Milagro de los milagros, que acontece, por la Misericordia
Divina, toda vez que se celebra la renovación incruenta y sacramental del Santo
Sacrificio del Calvario, la Santa Misa. La conversión del pan y del vino en el
Cuerpo y la Sangre de Cristo, con la consecuente Presencia Personal del Hijo de
Dios en las especies eucarísticas, es un milagro que reduce a la nada las
maravillas de la Creación del universo visible e invisible, porque por la
transubstanciación, se hace Presente, en el Altar Eucarístico, algo
infinitamente más grandioso que los mismos cielos y es el Rey del Cielo en
Persona, Cristo Jesús.
En el origen de esta solemnidad, se encuentra uno de los
milagros eucarísticos más asombrosos jamás registrados en la historia de la
Iglesia Católica, milagro por el cual la Trinidad confirma, de modo visible, la
Verdad Absoluta e Invisible que se lleva a cabo en cada Santa Misa, la
conversión de la materia del pan en el Cuerpo de Cristo y la del vino en la
Sangre de Cristo.
El milagro que originó la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y
Sangre de Cristo ocurrió a mediados del siglo XIII, en el año 1245, cuando un
sacerdote, Pedro de Praga, que era un sacerdote piadoso y devoto pero que tenía
de vez en cuando dudas de fe acerca de la verdad que enseña la Iglesia
Católica, esto es, que el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino en
su Sangre, decidió hacer una peregrinación a la tumba de San Pedro en el
Vaticano, para pedirle la gracia a San Pedro de que le aumentara la fe en la
Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía[1].
Luego de regresar de la peregrinación, se dirigió a Bolsena para celebrar la
Santa Misa en la cripta de Santa Cristina. En el momento de la consagración, es
decir, cuando el sacerdote extiende las manos sobre las ofrendas del pan y del
vino y pronuncia las palabras “Esto es mi Cuerpo, Éste es el Cáliz de mi Sangre”,
y luego de elevar la Hostia ya consagrada, fue en ese momento en que la Hostia
se convirtió en músculo cardíaco vivo, sangrante, siendo tan abundante la
sangre que caía de la Hostia, que llenó el cáliz y manchó el corporal. También
sucedió que las partes de la Hostia que estaban en contacto con los dedos del
sacerdote, permanecieron con apariencia de pan, mientras que el resto de la
Hostia se convirtió en lo que luego se comprobó, años después, que era músculo
cardíaco. El sacerdote, conmocionado por el milagro, atinó a cubrir el músculo
cardíaco con el corporal, para llevarlo a la sacristía, junto al cáliz que
contenía la sangre y en ese momento, cayeron algunas gotas de sangre del
milagro, que penetraron en el mármol, permaneciendo hasta el día de hoy como
reliquias sagradas del asombroso milagro.
La
noticia del asombroso milagro llegó a oídos del Papa Urbano IV, quien se
encontraba en el vecino pueblo de Orvieto y pidió que le trajeran el
corporal. La venerada reliquia fue llevada en procesión y se dice que el
Pontífice, al ver el milagro, se arrodilló frente al corporal y luego se lo
mostró a la población. Más adelante, el Santo Padre publicó la bula “Transiturus”, con la que ordenó que se
celebrara la Solemnidad del “Corpus Christi” en toda la Iglesia el jueves
después del domingo de la Santísima Trinidad, además de encomendarle a Santo
Tomás de Aquino la preparación de un oficio litúrgico para la fiesta y la
composición de himnos, que se entonan hasta el día de hoy como el “Tantum Ergo”.
Como
dijimos, la Santísima Trinidad hizo este milagro, por el cual se pudo ver y
comprobar visiblemente que la Hostia consagrada es el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, para que nosotros, al asistir a la Santa Misa, fortalezcamos nuestra fe
en la transubstanciación, en la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la
Sangre de Cristo. Ahora bien, no es necesario que en cada Santa Misa se repita
el milagro de Bolsena-Orvieto, porque basta con nuestra fe católica en la
Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la
Eucaristía, aun cuando no lo veamos visiblemente.
Por
último, un detalle que, aunque parece obvio, es necesario recordarlo y tenerlo
presente: cuando decimos que la Eucaristía es el “Cuerpo y Sangre” de Cristo,
no nos estamos refiriendo a un “Cuerpo y Sangre” por separados, sin relación
entre sí: es obvio que el Cuerpo y la Sangre de Cristo no están separados ni
aislados entre sí, sino que están integrados en el Alma y en la Divinidad de la
Persona Segunda de la Trinidad, Cristo Jesús, de modo que podemos decir que,
cuando comulgamos, comulgamos a la Segunda Persona de la Trinidad, que está
Presente, verdadera, real y substancialmente en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, es decir, en la Eucaristía. Es por esto que comulgar, recibir
sacramentalmente la Comunión, no es ingerir un trocito de pan bendecido, sino
abrir las puertas del corazón, en estado de gracia, para entronizar y adorar en
nuestros corazones al Hombre-Dios Jesucristo, con su Cuerpo y Sangre glorioso y
resucitado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario