(Domingo
XIV - TO - Ciclo C – 2022)
“Anunciad que el Reino de Dios está cerca” (Lc 10, 1-12. 17-20). ¿Qué es el Reino de
Dios? Es, ante todo, la presencia de la gracia santificante en el alma que la
recibe por los Sacramentos, la Confesión y la Eucaristía, además de la fe y el
amor; es vivir según los Mandamientos de Cristo; es obrar la misericordia,
corporal y espiritual; es esperar la Vida eterna en el Reino de los cielos y
obrar el sacrificio necesario para ganar dicha vida eterna. Por sus
características eminentemente espirituales, el Reino de Dios no es material, no
tiene ubicación geográfica y por eso, como dice Jesús, no se puede decir “está
aquí” o “está allá”; el Reino de Dios es espiritual y se encuentra en cada alma
que está en estado de gracia santificante, por esto el Reino de Dios no se
origina en el hombre, sino en Dios, que es la Gracia Increada y el Autor de la
gracia creada, cuya presencia en el alma humana trae al alma el Reino de Dios. Y
porque el Reino de Dios se origina en Dios, que es la Santidad Increada, este
Reino celestial no puede estar en un alma en pecado, porque el pecado es lo
opuesto a la santidad de Dios. Ahora bien, el católico debe tener siempre bien
presente que debe anunciar el Reino de Dios y que este Reino de la Santidad y
la Bondad divinas, tiene un oponente en la tierra y es el Reino de las
tinieblas y ambos reinos tienen un mismo objetivo: conquistar el corazón del
hombre. Por eso no da lo mismo pertenecer o no pertenecer a Reino de Dios,
porque aquí no hay posición neutral: o se está con Dios y su Reino, o se está
con el Demonio y su Reino. Puesto que el hombre es libre, el hombre elige a
cuál de los dos reinos quiere pertenecer: si al Reino de Dios, cuyas banderas
son el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción y el Manto rojo y
amarillo del Sagrado Corazón, o al Reino de las tinieblas, cuyas banderas son
los colores invertidos del arco iris y el trapo rojo del comunismo ateo. Las
banderas que el hombre elija, esas banderas recibirá.
“Anunciad que el Reino de Dios está cerca”. Por mandato de
Jesús, el católico debe anunciar el Reino de Dios, pero debe hacerlo, no con
sermones, sino con el testimonio de vida cristiana, perdonando a sus enemigos,
amando a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, llevando la
cruz de cada día, frecuentando los sacramentos, haciendo oración y obrando la
misericordia y esto porque las obras son más elocuentes que las palabras y las
palabras, aun si son palabras de fe, si no van acompañadas de obras, son
palabras vacías, porque pertenecen a una fe muerta. La vida de la fe se
demuestra por las obras de misericordia, corporales y espirituales y por la
práctica efectiva, cotidiana, de la fe católica, práctica que nos conduce a
desear la perfección de la santidad, porque solo por la gracia santificante
estaremos en condiciones de ingresar en el Reino de los cielos. Por último, al
mandato de Jesucristo de anunciar el Reino de Dios, debemos agregar que los
católicos tenemos también el deber de anunciar que está con nosotros, que está
en medio nuestro, el Rey del Reino de Dios, Cristo Jesús en la Eucaristía. Si
el Reino de Dios “está cerca”, el Rey del Reino de los cielos está con
nosotros, tan cerca como cerca puede estar un sagrario; el Rey de los cielos,
Cristo Jesús, Rey de reyes y Señor de señores, está en el sagrario, en la
Sagrada Eucaristía y estará allí todos los días, hasta el fin del mundo, como
Él lo prometió: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
Es esto entonces lo que debemos anunciar los católicos: el Reino de Dios está
cerca; el Rey del Reino de Dios está en la Eucaristía para darnos su Amor y este
Rey que es Jesucristo ha de venir, como Justo Juez, al fin de los tiempos, para
juzgar a vivos y muertos, para dar a los malos, para siempre, el Reino de las
tinieblas y a los buenos el Reino de Dios, también para siempre. El mensaje de Jesús para nosotros entonces es el siguiente: "Anunciad que el Reino de Dios está cerca; anunciad que el Rey de los cielos está en la Eucaristía y que ha de venir a juzgar al mundo, para enviar a los malos al Reino de las tinieblas y para llevar a los buenos al Reino de Dios".
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