jueves, 23 de febrero de 2023

“Jesús fue llevado por el Espíritu Santo al desierto, para ser tentado por el Diablo”

 


(Domingo I - TC - Ciclo A - 2023)

         “Jesús fue llevado por el Espíritu Santo al desierto, para ser tentado por el Diablo” (Mt 4, 1-11). El Espíritu Santo lleva a Jesús al desierto para que Jesús se prepare, por medio de la oración, el ayuno y la penitencia, para los cruentos días de su Pasión y Muerte en cruz, pero también lo lleva para que sea tentado por el espíritu maligno por excelencia, el Ángel caído, Satanás, según lo dice explícitamente el Evangelio: “Fue llevado al desierto para ser tentado por el Diablo”. Y el Diablo, uno de cuyos nombres es el de “Tentador”, al ver a Jesús, prontamente se acerca a Él, para tratar de hacerlo caer por medio de las tentaciones que él, con su inteligencia angélica maligna, ha ideado. Hay que decir que era absolutamente imposible, de toda imposibilidad, que Jesús cayera en ninguna de las tentaciones, pero si Jesús se deja tentar, es para que nosotros tomemos ejemplo de cómo actuar frente a las tentaciones. A partir de Jesús, nadie puede decir: “la tentación es más fuerte que mis fuerzas”, porque Jesús nos demuestra que la fuerza para no caer en la tentación no viene de nuestras fuerzas, sino de Dios.

         La primera tentación es la de la gula y la satisfacción del apetito sensible en general, pero es también la tentación del materialismo y de la visión relativista de la vida, que hace ver a esta vida como si fuera la única y que hace olvidar que tenemos un alma que alimentar, además del cuerpo: “Que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús le responde citando las Escrituras, en donde implícitamente se recuerda que el hombre tiene un alma para alimentar y que ese alimento es la Palabra de Dios, que en nuestro caso, como católicos, no es solo la Sagrada Escritura, porque esa es la Palabra de Dios escrita, sino también la Eucaristía, porque la Eucaristía es la Palabra de Dios encarnada, que nos alimenta con un alimento super-substancial, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

         La segunda tentación es la de la presunción, tentación que nos hace creer que porque somos bautizados, porque nos confesamos cada tanto y comulgamos, ya estamos salvados y no hace falta nada más, llevándonos así a descuidar las obras de misericordia y en definitiva haciéndonos perder el horizonte de una posible condenación eterna si no perseveramos en la fe y en las buenas obras, pensando que con lo poco que hacemos ya es suficiente para ganar el Reino de los cielos: “Tírate abajo, porque los ángeles cuidarán de ti”. Tambipen es la presunción de quien posterga la conversión, abusando de la Divina Misericordia: "No importa si peco, al fin de cuentas, Dios me va a perdonar igual porque es misericordioso", olvidando que Dios es también Justicia Divina e infinita. Entonces, la segunda tentación consiste en no obrar la misericordia, necesaria para entrar en el Reino de los cielos y en posponer la conversión, abusando temerariamente de la Misericordia Divina. Jesús le responde también citando las Escrituras: “No tentarás al Señor, tu Dios” y así nos recuerda que tentamos a Dios cuando nos volvemos indolentes para con nuestra salvación eterna y la de nuestros hermanos, pensando que Dios hará por nosotros lo que nosotros por arrogancia y excesiva confianza no hacemos. Es en la Eucaristía en donde encontramos la Sabiduría Divina para obrar según la voluntad de Dios y el Amor necesario para ser misericordiosos y así salvar nuestras almas, sin ningún tipo de presunción.

         La tercera tentación es la de la vanagloria, el poder, la fama, el dinero y el éxito, a cambio de la adoración a él, el Ángel caído: “Te daré todas estas ciudades si, postrándote, me adoras”. Jesús le responde también citando las Escrituras: “Al Señor, tu Dios, adorarás y solo a Él rendirás culto”. De esta manera, Jesús nos recuerda que al Único al que debemos adorar, al Único frente al cual se deben doblar nuestras rodillas, es a Él, Nuestro Señor Jesucristo, Dios Hijo encarnado por obra del Espíritu Santo, en cumplimiento del misterio salvífico ordenado por Dios Padre. Sólo ante Jesús Eucaristía debemos doblar las rodillas y solo en Jesús Eucaristía está toda nuestra riqueza, todo nuestro deseo, todo nuestro amor, toda nuestra adoración. Frente a Jesús Eucaristía, el Dios del sagrario, toda la riqueza del mundo es solo un poco de tierra que se desvanece con un soplo de viento; sin la Eucaristía, de nada nos vale poseer todo el mundo, ya que el mundo es igual a nada sin Jesús Eucaristía y por el contrario, si tenemos a Jesús Eucaristía, aunque no poseamos nada materialmente, aunque estén incluso por quitarnos la vida, si poseemos a Jesús Eucaristía, lo poseemos todo, porque la Eucaristía es Dios encarnado y Dios es todo lo que necesitamos, en esta vida y en la vida eterna.

“Jesús fue llevado al desierto para ser tentado por el Diablo”. La Iglesia coloca el Evangelio de las tentaciones de Jesús al inicio de la Cuaresma no por casualidad, sino porque la Iglesia, como Cuerpo Místico de Jesús, participa de la oración y del ayuno de Jesús y también participa de las tentaciones del Demonio; por esto mismo, debemos tener presente que la fuente de todas las virtudes necesarias para superar los Cuarenta días de ayuno se encuentran en el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía, Pan que debe ser recibido con el alma en gracia, luego de acudir al Sacramento de la Penitencia.

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