miércoles, 22 de febrero de 2023

Jueves después de Cenizas

 



         “El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue su cruz de cada día y me siga” (Lc 9, 22-25). Jesús nos revela las condiciones para ser un buen cristiano, para ser un seguidor suyo: primero, el seguir a Cristo no es una obligación, sino una libre elección, tal como Él mismo lo dice: “El que quiera seguirme”; el ser de Cristo, el pertenecer a Cristo, no es una imposición, sino una libre elección basada en el amor a Cristo: “el que quiera”; si esto es así, entonces, la negativa también es cierta: “el que no quiera, no me siga”. Cristo Dios respeta a tal grado nuestra libertad, que no nos obliga a seguirlo, nos revela en cambio que lo seguirá quien quiera seguirlo, quien lo ame de verdad, no el que esté obligado a seguirlo. De hecho, hay muchos en la actualidad que, lamentablemente para sus almas, no lo quieren a Cristo y no lo siguen, no cumplen sus mandamientos, no lo aman, lo dejan abandonado en el sagrario y muchos no solo no lo quieren a Cristo, sino que lo odian y movidos por el odio a Cristo llegan al extremo de formar asociaciones para exigir que sus nombres sean borrados de las actas de los bautismos.

         La otra condición para seguir a Cristo, además del amor, que es lo primero, es poner por obra lo que implica el seguimiento de Cristo y es el “tomar la cruz de cada día” y esto porque si Nuestro Salvador, Jesucristo, tomó la cruz y fue con ella por el Camino del Calvario, mostrándonos así el camino al cielo, no podemos nosotros, que nos consideramos sus seguidores, pretender ingresar al cielo por ninguna otra forma que no sea la Santa Cruz de Jesús. La cruz de cada uno es personal y puede tener distintas ocasiones de manifestarse, pero algo es seguro: Cristo no nos da ninguna cruz que no seamos capaces de llevar y si nos da una cruz, nos da la fortaleza suficiente para llevar una cruz mil veces más pesada que la que llevamos.

         La otra condición que pone Cristo para ser sus discípulos, es el seguirlo, pero seguirlo por donde va Él, no por donde se nos ocurra a nosotros y Cristo va por un camino muy específico, va por el Via Crucis, por el Camino de la Cruz, camino que finaliza en el Calvario, el único camino que nos conduce a la felicidad eterna en el Reino de los cielos. No nos va a llevar al cielo nada que no sea la Santa Cruz de Jesús: ni los mandalas, ni el ojo turco, ni la mano de Fátima, ni los atrapasueños, ni mucho menos las devociones malignas como la Difunta Correa, el Gauchito Gil, San La Muerte, Buda, ni el ocultismo, ni las prácticas paganas o neo-paganas: solo la Santa Cruz de Jesús, en donde morimos al hombre viejo, el hombre atrapado por el pecado y por las pasiones, para nacer al hombre nuevo, al hombre que nace a la vida divina trinitaria por la gracia, solo esta Santa Cruz, nos llevará al cielo. En este tiempo de Cuaresma, hagamos el propósito de morir al hombre viejo, tomando la cruz de cada día, siguiendo a Jesús por el Via Crucis, por el Camino de la Cruz, el único camino que nos conduce al cielo.

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