domingo, 24 de diciembre de 2023

"Alégrate, Llena de Gracia"

 


(Domingo IV - TA - Ciclo B - 2023 - 2024)

“Y entrando ante ella, el ángel dijo: ‘Alégrate, Llena de gracia’” (Lc 1, 28). En el saludo y posterior diálogo entre el Arcángel y la Virgen, se desarrolla todo el misterio de la Navidad. Incluso antes del saludo, el Evangelio ya revela un misterio y es la condición de Virgen de la que será la Madre de Dios: “fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una virgen desposada con un hombre llamado José, la virgen se llamaba María”.

Luego de ingresar a la casa de la Virgen, el ángel la saluda diciendo: “Alégrate, Llena de gracia, el Señor está contigo”. Y aquí está revelado otro aspecto del misterio: la Virgen es además la “Llena de gracia” -que en griego se dice “kejaritomene”-, esto es, la “concebida sin mancha del pecado original”, la “Llena del Espíritu Santo” y esto es así porque ha sido elegida por Dios Trinidad para ser Madre de Dios conservando su virginidad y esto es motivo de alegría porque este doble prodigio no se ha visto nunca ni se volverá a ver nunca más: “Alégrate, Llena de gracia, Alégrate, Llena del Espíritu Santo, Alégrate, Inmaculada Concepción, porque has sido elegida para ser la Madre de Dios conservando los sellos de tu virginidad”.

La Virgen no duda de las palabras del ángel, lo que sí hace Zacarías, el padre de Juan el Bautista y por eso queda mudo hasta que nace el niño; lo único que la Virgen no sabe es cómo se cumplirán las palabras del ángel, ya que Ella, a pesar de estar comprometida, es virgen. Ante esto, el ángel le explica a la Virgen cómo se desarrollará el plan de Dios: “Concebirás por el Espíritu Santo –“te cubrirá la sombra del Espíritu Santo”-, darás a luz un hijo, será llamado “hijo del Altísimo” -no será llamado “hijo de fulano, porque no será hijo de hombre, sino hijo de Dios, del Altísimo, porque en su concepción no intervendrá varón alguno- y su reino no tendrá fin -a diferencia de los reinados de la tierra, que sí tienen fin, porque la caducidad es inherente a los reinos terrenos; en cambio, al ser el reino de un Dios eterno, será un reino eterno, un reino sin fin”.

El ángel le revela luego una parte fundamental del misterio de la salvación, que hará que la Virgen sea Virgen y al mismo tiempo sea Madre de Dios y es la intervención de la Persona Tercera de la Trinidad, el Espíritu Santo: la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, llevará al Hijo de Dios, al Verbo del Padre, a la Segunda Persona, desde el seno del Padre, desde donde mora desde toda la eternidad, hasta el seno de la Virgen Madre y allí se encarnará, asumirá hipostáticamente, personalmente, un Cuerpo y un Alma, la Humanidad Santísima y perfectísima de Jesús de Nazareth y así el Verbo, Dios Invisible, se hará Hombre Visible, sin dejar de ser Dios, para tener una Humanidad para ofrecer en el Ara Santa de la cruz como sacrificio expiatorio por los pecados de los hombres.

El Hijo de Dios encarnado, llevado por el Espíritu Santo, asumirá un Cuerpo y un Alma que serán creados en el momento de la Encarnación; atravesará todas las etapas del crecimiento intrauterino del ser humano, desde el cigoto -los cromosomas paternos serán creados en el momento de la Encarnación-, pasando por los distintos estadios hasta llegar al niño a de nueve meses, a término, momento en el cual  nacerá no de parto normal, sino de parto milagroso y virginal, como lo describen los santos y los místicos, en la Gruta de Belén, para aparecer ante los hombres en la humildad y sencillez de nuestra carne, como el Niño Dios.

“Alégrate, Llena de gracia, el Señor está contigo”. Las mismas palabras que el ángel le dirige a la Virgen, nos las dirige a nosotros, como integrantes del Cuerpo Místico, la Santa Iglesia, llamándonos a la alegría, pero no a una alegría mundana, profana o terrena, sino a una alegría celestial, divina, sobrenatural, que nace en lo alto, en los cielos, en el seno de la Trinidad, porque desde allí Dios Hijo, por pedido de Dios Padre, es traído por Dios Espíritu Santo a nuestra historia, a nuestro tiempo y espacio, para nacer en el Portal de Belén hace dos mil años para salvarnos, rescatándonos del pecado, del error, de la herejía y del Infierno y para conducirnos al Reino de los Cielos.

 

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