jueves, 7 de diciembre de 2023

“Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”

 


(Domingo II - TA – Ciclo B - 2022 - 2023)

                  “Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos” (Mc 1, 1-8). En el Evangelio se cita al Profeta Isaías quien anuncia la Venida del Señor, Venida para la cual los hombres deben “allanar sus senderos”. Podemos preguntarnos de qué se trata, puesto que es obvio que esta tarea, la de “allanar senderos”, es de orden esencialmente espiritual.

         Podríamos decir que, espiritualmente hablando, nuestras almas han quedado impedidas, a causa del pecado original y luego a causa de la concupiscencia, de recibir al Señor Jesús que viene a nuestro encuentro, para nuestra salvación. De esta manera, nuestras almas, en vez de ser senderos amplios, llanos, espaciosos, por los cuales se puede transitar con facilidad y por eso mismo esperar al Señor Jesús que viene; en vez de ser un sendero recto por el cual pueda el Señor con facilidad venir a mí para salvarme, mi alma, o mi sendero, es un camino sinuoso, que dobla indistintamente a derecha o izquierda, dejándose llevar por novedades doctrinales falsas, erróneas, heterodoxas, heréticas; es también un camino o sendero que por tramos asciende y por tramos desciende, significando el ascenso los pecados como el orgullo, la soberbia, la vanagloria, que nos lleva querer prescindir de Dios; significando a su vez el camino o sendero en descenso la pereza corporal y la pereza espiritual o acedia, raíz de toda clase de pecado. Estas son las razones entonces por las que el Profeta Isaías nos advierte de la imperiosa necesidad de “allanar los senderos”, a fin de que el Señor Jesús, que viene a juzgar a la humanidad, nos encuentre fácilmente y no escondidos detrás de nuestros pecados, vicios y miserias.

         Este “allanamiento de los senderos”, este “allanamiento del alma”, es una tarea imposible de llevar por el alma misma, de modo que necesitamos de la gracia santificante y como la Virgen es la Mediadora de todas las gracias, son las gracias que Ella nos concede, de parte de su Hijo Jesús, las que nos permitirán realizar la tarea de prepararnos para el Día del Juicio Final, en donde seremos interrogados, juzgados y sentenciados por todas nuestras obras, buenas y malas, pequeñas y grandes, sin que nada escape en absoluto a la Divina Justicia.

         La tarea espiritual de “allanar los senderos”, de preparar el alma para el encuentro con el Señor en el Día del Juicio Final, es realizada, ante todo, por lo que dijimos, por la Virgen Santísima, quien obra en nuestras almas, así como lo hace una madre que ama hasta el extremo a sus hijos, aunque también es cierto que, de nuestra parte, debemos aportar el querer ser ayudados por la Virgen y el dejar que la Virgen nos ayude.

         Así, mientras rezamos el Santo Rosario, por ejemplo, que es cuando la Virgen obra en silencio en nuestros corazones, modelándolos como Divina Alfarera para configurarlos según los Sagrados Corazones de Jesús y María, Nuestra Madre del cielo, por la gracia de su Hijo, convierte nuestros corazones de piedra en corazones de carne, abiertos a la acción iluminante y divinizante de la gracia, liberándonos del egoísmo, que hace girar todo a nuestro alrededor, cuando somos nosotros los que debemos girar alrededor de Jesús Eucaristía, así como los planetas giran alrededor del sol; la Virgen también nos libra de la enfermedad espiritual de la aridez, fruto y consecuencia en gran medida de nuestra frialdad, tibieza, descuido, hacia la Presencia Sacramental de su Hijo Jesús en la Eucaristía.

         La Virgen nos forma en el alma, proyectando en lo más profundo de nuestro ser al Verdadero Cristo, el Hombre-Dios y haciendo surgir en nosotros el deseo de imitarlo en sus infinitas virtudes, como la pureza, la caridad, la humildad, la mansedumbre, el amor a Dios y al prójimo hasta la muerte de cruz[1].

         También nos forma la Virgen en el cuerpo, recordándonos que fue convertido en templo del Espíritu Santo en el Bautismo sacramental y concediéndonos el deseo de conservarlo puro, inmaculado, sin mancha de pecado, para que el corazón sea altar y sagrario de Jesús Eucaristía.

         Nos enseñan los santos como San Luis María Grignon de Montfort que, así como el Salvador vino por Primera Vez, en la humildad del Pesebre, por medio de María, así también vendrá por Segunda Vez, en el esplendor de su gloria, por medio de María Santísima, en el sentido de que será Ella quien, en lo secreto, preparará a los corazones de sus hijos, por la gracia, para el Encuentro con Jesús.

         Por esta razón, antes de decir, “¡Ven, Señor Jesús!”, debemos dirigirle a la Virgen esta oración: “¡Ven, María Santísima, ven a nuestros corazones y obra en ellos para convertirlos en sagrarios vivientes de tu Hijo, Jesús Eucaristía, que viene a nuestro encuentro!”.

 



[1] Cfr. Stefano Gobbi, A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen María, Centro Diocesano Medios de Comunicación Social, Editorial Nuestra Señora de Fátima, Avellaneda, Argentina 842-843.

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