(Domingo XIX - TO - Ciclo B - 2024)
“El pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”
(Jn 6, 41-51). Nuestro Señor
Jesucristo realiza a los judíos la más grandiosa revelación que jamás ser
humano alguno haya podido escuchar; se revela como un “pan que es carne que da
vida al mundo”: “El pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Sin embargo,
la magnitud y la sublimidad de la revelación es tan grande y supera tanto al
pequeño y mezquino espíritu de los judíos -infinitamente más que el océano
supera a un grano de arena- que los judíos, como si no hubieran entendido casi
nada de lo que Jesús les acaba de decir y sin dar crédito a sus palabras, se
escandalizan falsamente y se preguntan: “¿Cómo puede este hombre darnos a comer
su carne?”. La razón del escándalo de los judíos es que, ante la revelación de
Jesús de que dará en Pan que es su Carne, la Carne del Cordero de Dios, en vez
de escuchar con la luz del Espíritu Santo, lo hacen solamente con la sola luz
de la razón natural, la cual, sin la luz del Espíritu Santo, es solo tinieblas
y oscuridad. Debido a que solo usan su razón, sin la luz del Espíritu Santo, no
pueden comprender que Jesús se refiere a su Cuerpo glorioso, como habiendo
pasado ya por su misterio pascual de muerte y resurrección; es decir, cuando
Jesús dice que el Pan que Él dará es su Carne para la vida del mundo, está
diciendo, por un lado, que Él y no el maná que recibieron los israelitas en el
desierto, es el verdadero y único Maná bajado del cielo, la Sagrada Eucaristía,
pero además les está diciendo, literalmente, que es su Cuerpo glorificado por
el Espíritu Santo el Domingo de Resurrección el que es ese Pan que es Carne asada
en el Fuego del Divino Amor y es el que que da la vida eterna, la vida de la
Santísima Trinidad. Los judíos se escandalizan porque piensan lo que Jesús les
propone es comer su carne y beber su carne, pero sin pasar por el misterio
pascual de Muerte y Resurrección, lo cual es un absurdo y no tiene nada que ver
con los planes de la Redención divina.
El escándalo de los judíos en relación a Jesús no se
detiene en su revelación como Pan que es Carne que da Vida Eterna; se extiende
a su origen divino y no humano, por cuanto para los judíos, Jesús no es el Hijo
de Dios, sino el hijo del carpintero, el hijo de José, el hijo de María, el
hijo terrenal y natural de uno de los tantos matrimonios que habitan la
Palestina de aquellos días y eso es lo que murmuran de Jesús después de que Jesús
les dijera que Él es el “Pan bajado del cielo procedente del seno del Padre”: “Los
judíos murmuraban de él, porque había dicho: “Yo soy el Pan bajado del cielo”. Los
judíos se escandalizan de Jesús porque lo ven con ojos puramente humanos y
porque piensan que es nada más que el hijo meramente natural del hijo del
carpintero del pueblo, José, y de su esposa, María, rechazando de plano el
origen divino de Jesús “Y decían: “¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José?
Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: ‘Yo he
bajado del cielo’?”. La causa de la desconfianza de los judíos en las palabras
de Jesús es la racionalización, es decir, racionalizan sus palabras, analizan
las palabras de Jesús, que son Palabra de Dios, con la sola luz de su razón
natural y hacer esto es como pretender iluminar con la luz de una vela, la
oscuridad de la noche, o también, es pretender comparar la luz que proporciona
un fósforo encendido, con la luz del sol, siendo la luz del fósforo la luz de
nuestra razón, mientras que el sol es la luz de la Palabra de Dios. Es imposible
comprender la Palabra de Dios sin la iluminación de la luz del Espíritu Santo y
esto es lo que les sucede a los judíos: al no poseer la luz de Dios,
racionalizan las palabras de Jesús, no entienden lo que les dice y todo lo
interpretan al modo humano y así es que no entienden de qué manera alguien que es
de su pueblo, que creció con ellos, a cuyos padres y familiares conocen, les
diga ahora que viene del cielo y que su carne y su sangre es verdadera comida y
verdadera bebida. No entienden porque todo lo reducen y limitan a los estrechos
límites de la pequeñísima capacidad de la razón humana. La incapacidad de
entender a Jesús por parte de los judíos se debe a que no tienen al Espíritu
Santo y por esta razón toman en sentido material sus palabras, sin apreciar ni
tan siquiera mínimamente el sentido espiritual y sobrenatural. De esta manera,
piensan erróneamente que Jesús les habla de una especie de antropofagia cuando
les dice que para entrar en el Reino deben comer su cuerpo y beber su sangre;
creen también que ha perdido la razón cuando Jesús les revela que Él ha bajado
del cielo, del seno del Padre, cuando todos juran y perjuran que es el hijo de
José el carpintero; no pueden, de ninguna manera, creer que es la Segunda
Persona de la Trinidad que está oculta en la Humanidad Santísima de Jesús de
Nazareth, porque les falta la luz del Espíritu Santo. Jesús intenta sacarlos de
su ceguera espiritual y de su incredulidad diciéndoles precisamente que para
que puedan reconocer todas estas verdades sobrenaturales acerca de Él, deben
ser atraídos por el Espíritu Santo enviado por el Padre, el cual los resucitará
primero espiritualmente a la fe en Jesús y así los llevará luego al Padre: “Nadie
puede venir a Mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en
el último día”.
Jesús no hace caso del falso escándalo de los judíos y
profundiza aún más su revelación como Pan Vivo bajado del cielo y como
Verdadero y Único Maná celestial, que da la vida de la Trinidad: “Yo soy el pan
de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es
el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el
pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan
que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Él es el Pan de Vida en la
Eucaristía, que da la Vida Eterna, porque da la Vida de la Trinidad, que es
Vida Eterna, vida trinitaria y por eso quien lo consume en gracia, con fe, con
amor, con piedad, con devoción, aunque muera terrenalmente, no morirá en la
segunda muerte, que es la eterna condenación, sino que vivirá eternamente, en
el Reino de los cielos. Jesús continúa todavía más profundizando su
auto-revelación como Verbo Eterno del Padre, como Persona Segunda de la
Trinidad que ha venido al mundo enviado por el Padre para donarse en el Altar
de la Cruz y en la Cruz del Altar como Pan Viviente descendido del seno del
Padre para conceder la Vida Eterna de la Trinidad a todo aquél que crea en Él y
en su Presencia Eucarística y se una a Él, en su Presencia Eucarística, por la
fe y por el amor, por el Sacramento de la Eucaristía, el Santísimo Sacramento del
Altar: “Yo Soy el Pan de Vida (…) Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo. El que
coma de esta Pan vivirá eternamente y el Pan que Yo daré es mi Carne para la
vida del mundo”. De esto se deduce la importancia de la Eucaristía y de cómo no
da lo mismo recibirla o no recibirla: la Eucaristía es Jesús, vivo, glorioso,
resucitado; la Eucaristía es la Persona Segunda de la Trinidad; la Eucaristía
es algo que parece pan sin vida a los ojos del cuerpo, pero a los ojos del alma
iluminados por la luz de la fe es un Pan que está Vivo porque el que está en Él
es el Dios Viviente; la Eucaristía es Jesús, que Es Vida Increada, Vida divina,
trinitaria infinita, eterna, que comunica de su vida divina a quien se une a Él
sacramentalmente, por la comunión eucarística, en estado de gracia, con amor, en
adoración y con fe. La Eucaristía es un Pan que parece pan pero que en realidad
es la Carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo; la Eucaristía
es la Carne santa del Cordero tres veces santo, que con su luz divina ilumina
la Jerusalén celestial e ilumina también las tinieblas del alma que a Él se une
por la Santa Comunión.
“¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne? ¿No
vive acaso entre nosotros; sus padres no son José y María y no creció Él en
nuestro mismo pueblo? ¿Cómo puede decir que viene del cielo?”, dicen incrédulos
los judíos, porque no tienen la luz del Espíritu Santo. Pero no son solo los
judíos los que no tienen la luz del Espíritu Santo. La misma incredulidad y la
misma falta del Espíritu Santo se repiten, lamentablemente, entre los católicos
de hoy, el Nuevo Pueblo de Dios, porque si verdaderamente los católicos
creyeran que, por las palabras de la consagración –“Esto es mi Cuerpo”, “Este
es el Cáliz de mi Sangre”-, el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino
en su Sangre, el mundo entero se habría convertido ya a Cristo, por el
testimonio de cientos de millones de católicos; las iglesias no darían abasto,
la caridad cristiana se viviría por todo el mundo, la paz y la alegría de Dios
reinaría de tal modo que parecería que el Reino de Dios ha bajado del cielo a
la tierra. Pero eso no sucede y todo va cada vez de mal en peor y la razón es
la falta de fe y el enfriamiento de la caridad de los cristianos, todo por
repetir el mismo error de los judíos: no poseer el Espíritu Santo, que es el
que permite comprender las palabras de Jesús. Pero hay una diferencia: a los
judíos no les había sido dado todavía el Espíritu Santo, con lo cual no tenían
culpa, en cambio a los católicos no se les dio una imagen de una paloma pintada
en un cartulina de color; les fue dado, a través del Sacramento de la
Confirmación, a la Persona misma del Espíritu Santo, a la Persona Tercera de la
Santísima Trinidad Sacrosanta; se les dio a la Persona-Amor de la Trinidad, a
la Persona que es el Amor Increado, el Amor Eterno que une en el Amor al Padre
y al Hijo y a pesar de esto la inmensa mayoría lo rechazó, para vivir sin el
Espíritu de Dios, con lo cual, esta inmensa mayoría de integrantes del Nuevo Pueblo
de Dios es culpable, por sí misma, de vivir en las tinieblas en donde no está
Dios. Debemos reflexionar y considerar si no somos nosotros mismos quienes
hemos expulsado al Espíritu Santo de nuestros cuerpos y nuestras almas, porque
en el Día del Juicio Final deberemos rendir cuentas de cómo tratamos al
Espíritu Santo: si dejamos que fuera Él quien iluminara nuestras mentes y
corazones, o si lo expulsamos de nuestras vidas, para vivir según nuestra
propia voluntad y para hacer únicamente lo que se nos diera la gana, viviendo
en las tinieblas del mundo y no según los Mandamientos de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario