sábado, 24 de agosto de 2024

“Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”



(Domingo XXI - TO - Ciclo B - 2024)

“Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?” (Jn 6, 60-69). Luego de la revelación de Jesús a sus discípulos de la necesidad de “comer su Carne y beber su Sangre” para tener “vida eterna” y además de la necesidad ineludible de cargar la cruz de cada día para seguirlo a Él por el Camino de la cruz, muchos de sus discípulos, que evidentemente estaban sólidamente aferrados a la vida terrena, mundana y carnal y que no tenían previsto abandonar este mundo para ingresar en el Reino de los cielos por el Camino de la cruz, se oponen frontalmente al plan divino de redención, que implica ineludiblemente el sacrificio de sí mismo en unión con Jesús en el altar de la cruz, en el Monte Calvario y así lo expresan con sus palabras: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”. Es decir, mientras Jesús hace milagros que implican la curación de enfermedades corporales incurables, o cuando multiplica milagrosamente panes y peces para que la multitud quede más que saciada en su apetito corporal, o cuando hace milagros de resurrección corporal, devolviendo a la vida terrena a seres queridos que habían fallecido recientemente, como al hijo de la viuda de Naím, a la hija del jefe de la sinagoga, provocando alivio ante el dolor de la muerte terrena, todos están contentos con Jesús, todos lo aclaman, todos están satisfechos con Jesús, todos quieren proclamarlo rey. Pero cuando Jesús les dice que deben dejar la vida terrena, que deben dejar de alimentarse solo con alimentos terrenos para comenzar a alimentarse con su Cuerpo y su Sangre para así tener vida eterna; cuando les dice que deben dejar la vida de pecado; cuando les dice que deben dejar su propio “yo” y que para eso deben cargar la cruz de cada día, para seguirlo a Él pro el Camino del Calvario, para así morir al hombre viejo y nacer al hombre nuevo, al hombre regenerado por la gracia, ahí entonces, cuando Jesús no hace los milagros que ellos quieren, cuando Jesús les pide, por su propio bien, que se preparen para la vida eterna por medio de la cruz y que se alimenten no con carne de pescado y con pan sin vida, sino con la Carne del Cordero de Dios y con el Pan Vivo bajado del cielo, la Sagrada Eucaristía, es entonces cuando Jesús y su mensaje de salvación les parece “duro”: “Son duras estas palabras, ¿quién puede escucharlas?”. Ante la perspectiva del sacrificio personal en el ara de la cruz, ineludiblemente necesario, para alcanzar el Reino de los cielos, muchos de los discípulos de Jesús, muchos de los hasta entonces llamados “cristianos”, dejan de seguirlo, porque prefieren la pereza al sacrificio, prefieren la  molicie y la vida fácil, sin complicaciones, olvidando qué es lo que Dios mismo dice acerca de la vida del hombre en las Sagradas Escrituras: “Lucha es la vida del hombre sobre la tierra” (cfr. Job 7, 1ss) y esa lucha es para ganar el Cielo y el Cielo sólo se conquista por medio de la Cruz, muriendo al hombre viejo y naciendo al hombre nuevo, el hombre que vive de la gracia que le concede la Sagrada Eucaristía.

“Son duras estas palabras”. Al contrario de lo que dicen los discípulos, las palabras de Jesús son suaves y llevaderas: “Mi yugo es suave y mi carga liviana”, porque es Él mismo quien lleva la cruz por nosotros, pero son duras las palabras de Jesús para quien vive según la materialidad de la humanidad y no según la vida que otorga el Espíritu Santo: “El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida”. Jesús les hace ver que ellos analizan sus palabras sin el Espíritu Santo, solo con la luz de la razón y es por eso que no pueden trascender la horizontalidad de esta vida terrena: “la carne de nada sirve”. Quien analiza las palabras de Jesús sin la luz del Espíritu Santo permanece en sus razonamientos humanos y no puede trascender su límite humano, quedándose en un análisis meramente racional de las palabras de Jesús.

Una gran parte de los discípulos de Jesús se encuentra en el mismo dilema de los judíos: al igual que los judíos, que no poseen el Espíritu Santo y por eso mismo no pueden comprender que “comer la Carne y beber la Sangre de Jesús” se refiere a la “Carne y la Sangre glorificados” de Jesús”, es decir, a la Eucaristía, a la Carne y a la Sangre de Jesús habiendo ya pasado por su misterio pascual de muerte y resurrección, como no pueden entender eso, no pueden trascender esas palabras y se quedan en la materialidad de esas palabras, se niegan a renunciar a sí mismos, a cargar la cruz de cada día y por eso abandonan a Jesús: “Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo”. Quienes así obran, son los hombres terrenales, carnales, que están tan aferrados a esta vida terrena, a las pasiones y a los bienes materiales, que arrojan fuera de sí a la cruz y abandonan el seguimiento de Cristo; son las semillas que caen en terreno infértil, en terreno pedregoso, son las semillas que no dan fruto, son los corazones en los que la Palabra de Dios no arraiga, porque son corazones fríos y duros como piedras. Lo mismo que sucede con los discípulos de Jesús en el Evangelio, sucede con una inmensa mayoría de bautizados en nuestros días, quienes, ante la exigencia de la Iglesia de vivir los Mandamientos de Dios, de cumplir con los Preceptos de la Iglesia, de frecuentar los Sacramentos, de obrar las Obras de Misericordia, para así preparar el alma para afrontar el Juicio Particular de cara a la vida eterna en el Reino de los cielos, repiten a coro, con los discípulos del Evangelio: “Son duras estas palabras, ¿quién puede escucharlas?” y, al igual que ellos, arrojan fuera de sí la cruz de Jesús y se marchan en dirección contraria al Camino del Calvario, el Único Camino que conduce al Cielo.

Pero no todos abandonan a Cristo Jesús: aquellos que, a pesar de sus miserias y pecados, aquellos que, a pesar de sus debilidades y caídas, poseen el Espíritu Santo, es éste Espíritu Santo Quien les hace comprender que la Cruz es un “yugo suave” porque Jesús la lleva por nosotros y que además es el Único Camino para llegar al Cielo y es por esto que no abandonan a Jesús, sino que lo reconocen como al Dios encarnado cuyas palabras son Palabras pronunciadas por Dios, son Palabras de Dios y por lo tanto, son Palabras de Vida eterna, son Palabras que dan Vida eterna a quien las escucha con fe, con amor y con devoción: “Jesús preguntó entonces a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?”. Simón Pedro le respondió: “Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”. Simón Pedro dice esto porque sí está iluminado por el Espíritu Santo y por eso reconoce, en las palabras de Cristo, a la Divina Sabiduría encarnada, que le revela que el único camino posible al Cielo es alimentar el alma con la Carne y la Sangre glorificados del Hijo de Dios y así alimentados con este Alimento Celestial, cargar la Cruz de cada día, para poder llegar a la Jerusalén celestial. De ahí su respuesta, exacta y precisa: “Sólo Tú tienes palabras de Vida eterna”. Jesús no solo tiene Palabras de Vida eterna, sino que Él Es, en Sí mismo, la Palabra Eternamente pronunciada del Padre, que se encarna en el seno de la Virgen Madre y que prolonga su Encarnación en el seno Virgen de la Madre Iglesia, el Altar Eucarístico, para donársenos como Pan de Vida eterna, para que alimentándonos de este Pan Vivo bajado del cielo, comencemos ya, desde esta vida, a dejar de vivir la vida del tiempo terreno y comencemos a vivir la vida eterna, la vida del Reino de los cielos.



        

 

 


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