(Domingo XXVIII - TO - Ciclo B - 2024)
“Es más
fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en
el Reino de los cielos” (Mc 10,
17-27). Un hombre rico, con muchos bienes materiales, pero que al mismo tiempo
posee una intensa vida espiritual y que cree en la vida eterna, le pregunta a
Jesús, de forma genuina y con genuino interés, sobre qué cosas hay que hacer
para “ganar la vida eterna”. El hombre rico sabe que hay una vida después de
esta vida terrena y que esa vida es eterna; sabe que esa vida hay que “ganarla”
y como reconoce en Jesús a Dios encarnado, le pregunta qué es lo que debe hacer
para poder llegar al Reino de la vida eterna. Jesús le responde diciendo que
hay que cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios y puesto que el hombre le responde
que él cumple con los Mandamientos de Dios, Jesús agrega algo inesperado para
el hombre: le dice que, para poder entrar en la vida eterna, debe “vender todo
lo que tiene y dárselo a los pobres”. Esto último toca la fibra última del ser
del hombre porque se da cuenta de dos cosas: una, de que él está muy apegado a
sus riquezas materiales; la otra, que, si él quiere entrar en la vida eterna,
tiene que desprenderse de esas riquezas materiales, dándolas a los pobres y eso
lo “entristece mucho” y “se retira”, dice el Evangelio. Esto demuestra que el
hombre rico era una buena persona, puesto que conocía la Ley de Dios y la cumplía,
pero al mismo tiempo tenía apego a los bienes materiales y de tal manera que,
aun cuando efectivamente deseaba la vida eterna, se presentaba en él un dilema
tal que le hacía casi imposible despegarse de esos bienes, desde el momento en
el que Jesús le dice que debe “venderlos a todos y darlos a los pobres” para
poder entrar en el Reino de los cielos.
Jesús, por otra
parte, para completar su enseñanza, trae una imagen conocida por sus
interlocutores, la de un camello que no puede entrar por el ojo de una aguja,
siendo “el ojo de una aguja” la puerta estrecha y angosta ubicada en la muralla
de Jerusalén por la que pasaban las ovejas y corderos destinados a ser
sacrificados en el templo[1].
El ejemplo dado por Jesús es perfecto: el camello no puede pasar por el ojo de
la aguja porque es un animal alto y además va cargado con muchas mercaderías;
viéndolo de esta manera, es imposible que pueda pasar. Con relación al camello,
hay una forma en la que puede pasar y es quitándole toda la mercadería y además
haciendo que doble sus patas, de esa manera disminuye su tamaño y el camello
puede atravesar la estrecha puerta de las ovejas.
Esta imagen
utilizada por Jesús se entiende mejor cuando hacemos una transposición y la aplicamos
a las realidades espirituales: la ciudad de Jerusalén terrena es imagen de la
Jerusalén celestial; la Puerta de la ovejas, o el ojo de la aguja, estrecha, es
Jesús, quien se llama a Sí mismo “Puerta” –“Yo Soy la Puerta” (Jn 10, 9)-,
por lo tanto, Él es la Puerta por la que debemos ingresar el Reino de Dios; el
camello, el animal alto, imagen de la soberbia y cargado de riquezas, imagen
del apego a los bienes terrenales, somos nosotros, que estamos apegados ya sea
a nosotros mismos, ya sea a los bienes materiales o también a los bienes
espirituales, como a la inteligencia, a las virtudes, o a cualquier bien espiritual;
el camello despojado de sus bienes y con las patas dobladas y que se encuentra ya
en condiciones de atravesar el ojo de la aguja, la Puerta de las ovejas, es el
alma que, arrodillada, se humilla ante Cristo crucificado, Puerta de las ovejas
y, despojado de su soberbia y desapegado de los bienes materiales y
espirituales, está en condiciones de ingresar en el Reino de los cielos, por medio
de la acción de la gracia santificante, que ha purificado su corazón y lo ha
vuelto humilde y le ha hecho ver cuál es el verdadero Bien, el Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús, en donde está contenida la Vida eterna y no los espejismos
de los bienes terrenos de esta vida temporal.
“Es más fácil
para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el
Reino de los cielos”. Puesto que en ese rico estamos representados nosotros -no
es necesario que seamos ricos materialmente hablando, basta con estemos
apegados a nuestro propio “yo” para que seamos “ricos” en un mal sentido de la
mala palabra y eso basta para que no seamos capaces de entrar en el Reino de
los cielos-, debemos pedir la gracia de que Dios obre lo que es imposible para
nosotros, para poder entrar en el Reino de los cielos. Y ya vimos cómo es
posible: así como el camello se despoja de sus riquezas y dobla sus patas para
pasar por la puerta de las ovejas, así nosotros, con la ayuda de la gracia,
debemos despojarnos del apego a las riquezas y doblar nuestras rodillas ante
Cristo crucificado, ante Cristo Eucaristía, Puerta de las ovejas, para poder
ingresar al Reino de Dios.
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