(Domingo XXVII - TO - Ciclo B -
2024)
“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mc 10, 2-16). Los fariseos pretenden poner
a prueba a Jesús en relación al matrimonio, preguntándole acerca de si es
lícito o no el divorcio, debido a que Moisés les había otorgado permiso para
divorciarse. En realidad, a los fariseos no les interesa demasiado el tema: lo
que pretenden es acumular falsas pruebas con las cuales luego acusar a Jesús,
porque si Jesús dice algo contrario a Moisés, entonces ellos lo acusarán de ser
contrario a la ley mosaica. Y en la respuesta que da, Jesús efectivamente contraría
a Moisés, ya que anula el permiso de divorcio que Moisés les había concedido.
Para poder entender la situación en su totalidad, hay
que tener en cuenta que Jesús, siendo Dios, fue quien creó al hombre, al ser
humano, como “varón y mujer”, por lo que, al cancelar el permiso de divorcio
que había concedido Moisés, lo que está haciendo es restaurar el orden
primordial que Él en cuanto Dios había establecido: que el varón se uniera a la
mujer para formar “una sola carne” y que de esta unión surgieran los hijos,
como fruto del amor natural de los esposos, matrimonio que a su vez, al ser elevado
al rango de sacramento, prefiguraría la unión misteriosa y sobrenatural entre
Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, unión nupcial mística y sobrenatural, de la
cual habrían de nacer miles de millones de hijos adoptivos Dios, a lo largo de
la historia humana.
En otras palabras, el matrimonio monogámico no es un “invento
cultural”, sino una “creación divina”, una “institución divina”, que ha sido
creada así, con el varón y la mujer, ex profeso, para que de la unión de ambos
resultara, como fruto del amor esponsal y como coronación y materialización de
ese amor esponsal, el hijo, además de ser, la unión entre el varón y la mujer,
una representación del misterio de la unión esponsal mística entre Cristo
Esposo y la Iglesia Esposa.
Lo que debemos entender es que Jesús no es un profeta
más, sino que es el Dios que creó al varón y a la mujer para que se unieran en
matrimonio natural e indisoluble y ahora viene, encarnado, no solo para
prohibir el divorcio, restituyendo su idea original, sino para hacer algo
todavía más grandioso con el matrimonio y es el convertir al matrimonio, por
medio de la gracia sacramental, a una representación de una unión esponsal,
mística, sobrenatural, pre-existente, de carácter espiritual y celestial, la unión
esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa.
Esto es lo que da al matrimonio sacramental sus
características principales: unidad, indisolubilidad, fidelidad, fidelidad, porque
así como es el amor entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, así debe ser el
amor entre los esposos cristianos; es decir, las características del matrimonio
sacramental se derivan de ser partícipe, el matrimonio sacramental, de la unión
esponsal sobrenatural entre Cristo y la Iglesia. Por medio de la Encarnación,
el Verbo de Dios le concede al matrimonio natural del varón y la mujer una
dignidad que antes no tenía y es la de ser una imagen y una participación
mística y sobrenatural a la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia
Esposa, la unión mística y sobrenatural entre el Cordero y la Iglesia Esposa a
la cual San Pablo llama “gran misterio” (cfr. Ef 5, 2. 21-33). Por medio del sacramento del matrimonio los
esposos católicos se unen al matrimonio místico entre Cristo y la Iglesia y así
se convierten en una prolongación, en el tiempo y en el espacio, ante la
historia y los hombres, del matrimonio místico, sobrenatural, entre Cristo y la
Iglesia: el esposo participará de la esponsalidad de Cristo Esposo y la mujer
de la esponsalidad de la Iglesia Esposa. De esta manera Jesús eleva al
matrimonio entre el varón y la mujer a una dignidad superior a la de los
ángeles y es lo que permite comprender la razón sobrenatural de las
características del matrimonio cristiano: indisolubilidad, fidelidad, fecundidad
esponsal, porque esas son las características del amor esponsal de Cristo
Esposo hacia la Iglesia Esposa y también de la Iglesia Esposa hacia Cristo Esposo.
“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Jesús,
que es Dios en Persona, es quien ha unido al varón con la mujer en la unión
esponsal “desde el principio”, es decir, “desde la Creación” y es por eso que
anula el permiso transitorio de divorcio de Moisés; pero ahora va más allá de
las características naturales del matrimonio -indisolubilidad, la fidelidad y
la fecundidad-, porque al convertir al matrimonio en sacramento, cada
matrimonio católico se convierte en un misterio que hace referencia a un
misterio insondable, la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa,
siendo los esposos una prolongación, hacia la sociedad y la historia, de la
unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Ésa es la razón de la altísima
dignidad e importancia del sacramento del matrimonio, dignidad e importancia
que no son ni comprendidos ni valorados por la sociedad actual, materialista y
hedonista. Pero no es el mundo sin Dios el que debe comprender, valorar y vivir
esta sublime realidad del matrimonio católico, sino los mismos esposos
católicos y el modo de hacerlo es viviendo en la santidad esponsal, único modo
de responder a la grandeza y majestad con la que Cristo ha dotado al matrimonio
sacramental católico.
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