(Domingo
XXXI - TO - Ciclo B - 2024)
“El primer mandamiento: es
amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu
mente, con todo tu ser; el segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12, 28b-34). Le preguntan a Jesús
cuál es el primer mandamiento entre todos y la respuesta de Jesús es: “amar a
Dios y al prójimo”. Sin embargo, en relación al prójimo, Jesús le agrega un
nuevo aspecto, que no se encontraba en la Ley de Moisés y este nuevo aspecto
determina que el mandamiento de Jesús sea totalmente nuevo en relación al de
Moisés. Jesús dice así, en relación al prójimo: “Os doy un mandamiento nuevo:
que os améis unos a otros, como Yo os he amado”. La novedad que introduce en
relación al prójimo es la de amar al prójimo “como Él nos ha amado”, una
condición que no se encontraba en la Ley de Moisés. Y con esta condición,
también se modifica, implícitamente, el Primer Mandamiento, el de amar a Dios
por sobre todas las cosas, aun cuando no lo diga implícitamente, porque en el
amar al prójimo como Él nos ha amado, se encuentra el amar a Dios como Él lo ha
amado.
De esta manera, los
Mandamientos se dividen en antes de Jesús y en después de Jesús, porque aunque
la formulación sea idéntica, Jesús introduce una condición que de ninguna
manera se encontraba en la Ley de Moisés y es la que hace que los Mandamientos
adquieran un sentido substancialmente distintos a los que eran antes de Jesús. En
otras palabras, no es lo mismo “amar a Dios y al prójimo” según el Antiguo
Testamento, es decir, antes de Jesús, que “amar a Dios y al prójimo” según el
Nuevo Testamento, es decir, después de Jesús. Por esta razón, el cristianismo
constituye una novedad radical en lo que respecta a los Mandamientos, entre el
Antiguo y el Nuevo Testamento.
En el Antiguo Testamento se
mandaba amar a Dios “con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente,
con todo tu ser”, es decir, se manda amar con las fuerzas de la naturaleza
humana, mientras que se consideraba como “prójimo” solo a aquel que compartía
la misma raza y religión. En el Antiguo Testamento se hace hincapié en que es
el hombre quien debe esforzarse en amar a Dios con las solas fuerzas de su amor
humano, y lo mismo debe hacer con su prójimo, cuyo concepto de “prójimo” es muy
limitado.
En el Nuevo Testamento, las
cosas cambian radicalmente, tanto en relación a Dios como en relación al
prójimo. El cambio lo introduce Jesús cuando dice que el cristiano debe amar al
prójimo -y se entiende que a Dios, porque no se puede amar al prójimo si no se
ama a Dios-, “como Él nos ha amado”; es esta nueva cualidad, esta nueva
condición, “como Él nos ha amado”, la que cambia radical y substancialmente el
Primer Mandamiento de la Ley de Dios y hace que el Mandamiento cristiano sea
substancialmente distinto al Mandamiento de hebreo. Para entender la razón de
la importancia de esta cualidad, es decir, para entender cómo nos amó Cristo,
porque así es como debemos amar a Dios y al prójimo, todo lo que debemos hacer
es arrodillarnos ante el Crucifijo y contemplar a Cristo crucificado, porque
Cristo nos amó hasta la muerte de Cruz.
Allí nos damos cuenta de que
el Amor con el que nos amó Nuestro Señor Jesucristo no es un amor humano sino
Divino, Sobrenatural, Celestial, porque es el Amor de Dios, el Espíritu Santo,
el que lo lleva hasta la cima del Monte Calvario, para dar su vida por
nosotros, para entregar su Cuerpo y derramar hasta la última gota de su Sangre
por nuestra salvación y para aplacar la Ira de Dios Padre. Es en la Cruz en
donde Cristo nos ama hasta el extremo de dar su Vida divina de Hombre-Dios,
para lavar nuestros pecados con su Sangre, para aplacar la Ira de la Justicia
Divina y para abrirnos las Puertas del Reino de los cielos. Entonces, si
queremos saber cómo es que nos amó Cristo, solo debemos contemplarlo en la Cruz,
para así poder amar a nuestro prójimo y a Dios “como Él nos amó”, hasta el
extremo de la Cruz: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Y Cristo
nos ha amado hasta dar la vida en la Cruz por todos y cada uno de nosotros y si
nosotros no amamos a nuestros prójimos -incluidos nuestros enemigos personales-
hasta el extremo de la Cruz, entonces no podemos llamarnos verdaderos
cristianos.
Por último, Cristo nos ama también
desde la Eucaristía, porque si nos ama desde la Cruz, continúa amándonos desde
la Eucaristía, donde se encuentra en Persona, con su Sagrado Corazón
Eucarístico, vivo, glorioso, resplandeciente de la luz y de la gloria divina,
esparciendo los rayos de Amor de su Sagrado Corazón, esperando por nuestra
visita para colmarnos del Amor de su Sagrado Corazón.
“Ámense los unos a los otros
como Yo los he amado”. Si queremos vivir el Mandamiento más perfecto de la Ley
de Dios, que manda amar a Dios Trino por sobre todas las cosasy al prójimo como
a uno mismo y si queremos vivir este Mandamiento “como Cristo nos ha amado”, puesto
que carecemos en absoluto del Divino Amor necesario para vivirlo, debemos acudir
a la Fuente Increada del Amor de Dios, que nos permitirá cumplir este
mandamiento, el Sagrado Corazón de Jesús, que se encuentra en la Cruz y que late
de Amor en la Sagrada Eucaristía.
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