“Digan
a las gentes: “El Reino de Dios está cerca” (Lc 10, 1-12). ¿De qué manera está el Reino de Dios “cerca”? Podemos
decir que de dos maneras. Una primera, es cuando Jesús está hablando acerca de
su Segunda Venida en la gloria: allí Jesús profetiza acerca de lo que sucederá
antes de que Él vuelva: guerra, rumores de guerra, terremotos, señales en el
cielo. Cuando veamos que suceden estas cosas, dice Jesús, sepamos que “el Reino
de Dios está cerca”. Jesús está hablando del Día del Juicio Final y nos
advierte acerca de los acontecimientos que precederán a su Venida en la gloria,
para que estemos preparados, aun cuando no sabemos si viviremos en esta vida
terrena cuando suceda. Cuando estas cosas sucedan, sabremos que su Reino estará
“cerca”.
Pero la advertencia de Jesús “el Reino de Dios está cerca”,
no es sólo válida para su Segunda Venida, al fin de los tiempos, sino también
para todos y cada uno de nosotros, independientemente o no si habremos de vivir
o no en esta vida mortal cuando suceda: su advertencia de que el Reino de Dios
está cerca, es para todo aquel que, viviendo en esta vida, pase al otro mundo a
través de la muerte. Es decir, el Reino de Dios está cerca, y está tan cerca,
como cerca está el día ya prefijado por Dios, para la muerte de cada uno, con
la consiguiente comparecencia, ante el Rey de los hombres, Cristo Jesús,
Supremo y Eterno Juez. Esta es otra forma de estar también “cerca” el Reino de Dios.
Finalmente, otra manera de estar “cerca” el Reino de Dios, es
por medio de los sacramentos, ya que ellos nos conceden la gracia y por la
gracia participamos anticipadamente, ya desde el tiempo, del Reino de Dios, que
es eterno: el Reino de Dios está entre nosotros y en nosotros, y por lo tanto
está “cerca” de nosotros, por medio de la gracia santificante, otorgada por los
sacramentos y concedida a nuestras almas por medio de la Pasión y Muerte en
Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Por la gracia, el alma comienza a participar
de la vida divina y puesto que la vida divina se desarrolla en el Reino de los
cielos, cuando el alma está en gracia, en cierta manera, vive ya la vida eterna
del Reino de Dios y vive, de modo anticipado, el Reino de Dios, eterno, estando
todavía en la tierra. A esto nos referimos cuando, parafraseando a Nuestro
Señor, decimos que el Reino de Dios está “en nosotros”: como la gracia inhiere
en el alma y es un don interior, es por eso que decimos que “el Reino de Dios
está en nosotros”, cuando estamos en gracia y así podemos decir que el Reino de
Dios está “cerca” de nosotros, en cuanto por los sacramentos, tenemos acceso a
la gracia y por la gracia, al Reino de Dios por participación. Sin embargo, hay
algo más en la doctrina de la gracia, que hace que el alma posea en sí misma
algo infinitamente más grandioso y maravilloso que el Reino de Dios, y es que,
por la gracia, el alma se convierte en morada del Rey de los cielos, Jesucristo.
Por eso, en el tiempo de la Iglesia, el católico en estado de gracia puede
decir algo más grandioso que “el Reino de los cielos está cerca”; el católico
puede decir: cuando comulga en gracia, el católico puede decir: “El Rey de los
cielos está en mí”.
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