(Domingo
I - TA - Ciclo A - 20254 - 2026)
En las semanas previas a la Navidad, la
Iglesia ingresa en un nuevo año litúrgico llamado “Adviento”, palabra proveniente
del latín “ad-ventus” y que significa “venir”, “llegar”, “venida”- y se refiere
a la llegada o venida de Nuestro Señor Jesucristo. El nombre de este tiempo
litúrgico no es casual, sino que se corresponde con la gracia especial que Dios
concede en este tiempo litúrgico y esta gracia es la de la preparación
espiritual de cada alma en particular y de la Iglesia en general para el
encuentro con el Señor Jesús que “viene”, que “llega”, de ahí el nombre de
“Adviento”: “Adviento” es tiempo de preparación para el encuentro con Cristo
que viene y ése es el significado tanto de la palabra “Adviento” como del
tiempo litúrgico que lleva este nombre.
Ahora
bien, tratándose de un encuentro con Cristo y un encuentro personal -además del
encuentro de la Iglesia con su Cabeza que es Cristo-, es necesario tener en
cuenta bajo qué aspecto se da este encuentro en el Adviento, para así estar
preparados para salir al encuentro de Cristo que viene. En el tiempo litúrgico
del Adviento, la Iglesia nos pide que nos preparemos para un doble tipo de
encuentro con Cristo: nos pide que nos preparemos espiritualmente para la
Segunda Venida en la gloria, esto es, como si supiéramos que es inminente el
Día del Juicio Final y nos pide que nos preparemos espiritualmente para
esperarlo en su Primera Venida en Belén, es decir, como si todavía no hubiera
venido. Esto es lo que explica el tenor de las lecturas de las semanas previas
a la Navidad: de las cuatro semanas previas a la Navidad, no todas las semanas
del Adviento se dedican a la Navidad: las dos primeras semanas se dedican a
meditar sobre la Venida Final del Señor al fin de los tiempos, es decir, se
dedican a meditar en su Segunda Venida en la gloria[1], mientras que las dos últimas
semanas, estas sí están dedicadas a meditar sobre la Navidad, es decir, están
dedicadas a meditar sobre la Encarnación del Verbo de Dios por obra del
Espíritu Santo en el seno de María Santísima y su Nacimiento virginal en Belén,
Nacimiento virginal por el cual inicia su misterio pascual de redención de toda
la humanidad.
El
Adviento entonces es un tiempo litúrgico para participar de una manera
particular y especial del misterio de Cristo: en este tiempo, el alma se
concentra en meditar cómo habría sido su encuentro personal con Cristo en el
momento de su Primera Venida en Belén y cómo será su encuentro personal con
Cristo en su Segunda Venida en el Día del Juicio Final. Por esta razón la
preparación espiritual del Adviento se realiza bajo un doble aspecto o bajo una
doble mirada espiritual: una primera preparación es para conmemorar la Primera
Venida del Mesías en la humildad del Portal de Belén y para esto el alma puede meditar
cómo estarían deseosos los justos del Antiguo Testamento ante la Llegada del
Mesías, o cómo sería la alegría de los pastores a los cuales el Ángel anuncia
el Nacimiento del Niño Dios en el Portal de Belén; en la segunda preparación
del Adviento, la preparación para la Segunda Venida del Señor Jesús en la
gloria, el alma debe meditar en cómo sería su Juicio Particular si fuera a
tener lugar en estos días; qué es lo que le diría a Jesús, Justo Juez; qué uso
hizo de los talentos que Jesús le dio, por ejemplo. El hecho de que el Adviento
esté dedicado, en su primera etapa, a la preparación de la Segunda Venida del
Señor Jesús en la gloria, es lo que explica que el Evangelio elegido por la
Iglesia para este Primer Domingo de Adviento -Lucas (21,25-28.34-36)- se
refiera a la Segunda Venida del Señor Jesús y no al Nacimiento del Señor:
“Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de
las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los
hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo,
pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre
venir en una nube, con gran poder y gloria”.
Algo
a tener en cuenta, no solo en el Adviento, sino en todo tiempo litúrgico, es
que el tiempo litúrgico no es una mera conmemoración; es decir, no se trata de
una simple recreación de la memoria; no es solo un “recuerdo piadoso” de lo que
sucedió hace dos mil años en el tiempo y en la historia, sino que, por el
misterio de la liturgia eucarística, el tiempo litúrgico implica, tanto para la
Iglesia en su conjunto como Cuerpo Místico, como para cada bautizado en
particular, un evento que supera la capacidad de comprensión humana y este
evento es la “participación” en el misterio de Cristo, que en el caso del
Adviento será, de su Segunda Venida, en las dos primeras semanas, y de su
Nacimiento virginal, en las dos últimas semanas. Este hecho es de fundamental
importancia y es tan importante, que si no tenemos esto en cuenta, en nada nos
diferenciamos de la iglesia protestante o de cualquier secta que conmemore o
festeje la navidad. Es de fundamental importancia saber que “participamos” del
misterio de Cristo y no simplemente “recordamos” o “conmemoramos”, porque la
“participación” está dirigida por el Espíritu Santo, mientras que la
“conmemoración” es una mera función de la memoria. La acción del Espíritu Santo
nos introduce de lleno en el misterio de Cristo, nos hace partícipes de él, de
manera tal que podemos decir que, cuando celebramos la Navidad, participamos de
su Nacimiento, mientras que cuando meditamos en su Segunda Venida, en cierta
medida estamos participando, ya en forma anticipada, del Día del Juicio Final.
Aunque parezca algo imposible, esta participación en el misterio de Cristo es
una realidad, tanto para la Iglesia en su conjunto, como para cada bautizado en
particular, porque es el Espíritu Santo quien hace que la Iglesia sea partícipe
de este misterio pascual de Cristo.
Otro
elemento a tener en cuenta y que ayuda a vivir en su plenitud el Adviento es
que, si bien en el Adviento se conmemora y participa de la Primera y Segunda
Venida del Señor, la Primera que ocurrió en el pasado y la Segunda que ocurrirá
en el futuro, hay además otra Venida, Intermedia, no menos importante que la
Primera y la Segunda, y es la Venida, la Llegada o el Arribo o la Llegada de
Jesús por medio de la Santa Misa, del Sacramento de la Eucaristía al alma, Llegada
o Venida que ocurre en el aquí y ahora, en el hoy, en el presente, en cada
Santa Misa. Es por esto que podemos decir con toda precisión que el Adviento no
solo es preparación para la Primera y Segunda Venida, sino que es también
tiempo de preparación espiritual para esta Venida o Llegada Intermedia, el
Arribo de Jesús al alma a través del misterio de la Eucaristía que se
desarrolla en el tiempo presente, en nuestro aquí y ahora, en cada Santa Misa. Entonces,
por el tiempo litúrgico del Adviento, rememoramos y participamos del encuentro
en el pasado con Cristo en Belén, vivimos en el presente el encuentro con
Cristo en la Eucaristía y nos preparamos para el encuentro futuro con Cristo en
el Día del Juicio Final.
En
resumen, para el tiempo litúrgico del Adviento, que en latín significa
“llegada” o “venida”, Dios nos concede un tiempo de gracia especial para que
nos preparemos espiritualmente para el encuentro, tanto personal como Iglesia,
como Cuerpo Místico, con Nuestro Señor Jesucristo principalmente en sus dos
Llegadas o Venidas: la Primera Venida, ocurrida en el tiempo pasado en el
Portal de Belén y la Segunda Venida en la gloria, que ocurrirá en el tiempo futuro,
en el Día del Juicio Final. Y a la preparación para estas dos Llegadas, debemos
agregarle una Tercera, que es la que ocurre en el tiempo presente y a la que podríamos
llamar “Llegada Eucarística” o “Llegada Intermedia”, la cual generalmente pasa
desapercibida, pero que sucede realmente en cada Santa Misa, de manera que cada
Santa Misa es un misterioso “Adviento”, una “Llegada” misteriosa de Nuestro
Señor Jesucristo que desde los cielos “llega” o “viene” hasta el pan y el vino del
altar para convertirlos en su Cuerpo y en su Sangre y es para este maravilloso
“Adviento Eucarístico”, para el cual también debemos prepararnos
espiritualmente y con mucha mayor razón, porque si el Primero, el de Belén ya
sucedió hace dos mil años y el Segundo, el del Día del Juicio Final, sucederá
en algún momento, conocido sólo por Dios Padre, éste “Adviento Eucarístico”,
sucede en cada Santa Misa, en un tiempo conocido por nosotros, por lo que no
podemos decir que, o no estábamos presentes, como en Belén, o no sabemos si
estaremos en esta vida mortal, como en el Día del Juicio Final, puesto que en
la Santa Misa, que es donde sucede este “Adviento Eucarístico”, estamos
presentes, en cuerpo y alma y asistimos y somos espectadores y partícipes
privilegiados, por la gracia, del más grande y maravilloso milagro jamás
realizado por la Santísima Trinidad, el “Adviento Eucarístico”.
Finalmente,
sabemos que debemos prepararnos espiritualmente para el Adviento; por lo tanto,
debemos preguntarnos cómo debemos hacerlo, es decir, cómo debemos vivir
espiritualmente el Adviento. La respuesta la encontramos en el Evangelio, en la
parábola del siervo diligente y bueno y el siervo perezoso y malo: el Señor que
llega es Cristo, el siervo que espera o no espera a su Señor somos los
bautizados. En esta parábola debemos observar que el siervo diligente y bueno
espera a su señor con ropa de trabajo -símbolo de las obras de misericordia-,
con su lámpara encendida -símbolo de una fe viva y operante- y en paz con los
demás -símbolo de humildad y de paz en el corazón, lo cual se obtiene con la
gracia santificante, con la oración como el Rosario y con la Santa Misa-; el
siervo perezoso y malo, por el contrario, no espera a su señor -símbolo de que
no ama a Jesucristo-, se emborracha -ama los placeres carnales-, golpea a los
demás -la violencia y la discordia son señales claras de la presencia del
espíritu demoníaco, de Satanás- y su lámpara está apagada -porque no tiene fe,
no cree, ni espera, ni adora, ni ama a Nuestro Señor Jesucristo en la
Eucaristía-.
En
nuestro libre albedrío está el vivir el Adviento como el siervo perezoso y malo
o como el siervo diligente y bueno, quien en lo más profundo de su corazón
espera con ansias y con amor la Llegada de su Señor y en cada latido de su
corazón dice: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20).
[1] https://www.aciprensa.com/noticias/53270/que-es-el-adviento-y-cuando-empieza

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