(Domingo XXXIII - TO - Ciclo C - 2025)
“Os
perseguirán y os darán muerte” (cfr. Lc
21, 5-19). Jesús anuncia proféticamente cuáles serán las señales que precederán
a su Segunda Venida; entre ellas, se encuentra la última persecución a la Iglesia Católica, la suprema y
última tribulación, la persecución mediante la cual intentarán dar muerte cruenta
a los seguidores de Cristo, comenzando desde el Papa. Esta persecución de la
cual habla Jesús es la mencionada en el Apocalipsis, la cual es a su vez el
compendio y la culminación de todas las persecuciones sufridas por la Iglesia a lo largo de la
historia: “Estos son los que vienen de la gran tribulación, y han lavado sus
vestidos en la sangre del Cordero”[1].
También esta persecución se encuentra profetizada en el numeral 675 del
Catecismo de la Iglesia Católica: “Antes del
advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que
sacudirá la fe de numerosos creyentes (cfr. Lc 18, 8; Mt 24, 12).
La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cfr. Lc
21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma
de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución
aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La
impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un
seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el
lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cfr. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts
5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22)”.
Esta persecución contra la Iglesia, si bien en la tierra y
en el tiempo aparecen como originados por criterios contrapuestos y antagónicos
entre la Iglesia y las ideologías anticristianas en temas como el matrimonio
monogámico, la ideología de género, el aborto o la eutanasia, en realidad es
una persecución que se origina en los cielos, en la lucha entablada entre el
demonio, el dragón infernal, contra la
Mujer –la
Virgen y la
Iglesia- y el Niño –Jesús y los bautizados-, según se
describe en el Apocalipsis: “Cuando el dragón se vio precipitado a la tierra,
persiguió a la mujer que había dado a luz al varón” [2].
La Mujer con el Niño del Apocalipsis es la Iglesia con los bautizados, mientras
que el Dragón es el Demonio que persigue militar y políticamente a la Iglesia
bajo distintas ideologías anticristianas como el comunismo, el socialismo, el liberalismo,
el sionismo, el islamismo.
“Os perseguirán y darán muerte”: la persecución a la Iglesia, Cuerpo Místico de
Cristo, es entonces la continuación y prolongación de la persecución de
Jesucristo, Cabeza del cuerpo místico que es la Iglesia, por parte del Demonio,
quien lo persigue desde el momento de su Encarnación y esto explica la matanza por
parte de Herodes de los niños nacidos en Palestina menores de dos años: era
porque el Demonio pretendía asesinar al Hijo de Dios encarnado y como no sabía
exactamente quién era, inspiró en Herodes la siniestra idea de la masacre de
los Santos Mártires Inocentes. En la última persecución, así como como
persiguieron y dieron muerte a Jesús en la cruz, así perseguirán y darán muerte
a los cristianos, antes de la Segunda Venida de Cristo. Pero también, de la
misma manera, al igual que la muerte de Jesús no solo significó la destrucción
de la muerte para la raza humana, sino que su muerte en cruz fue la puerta
abierta para que ingresara la vida de Dios en la historia y en la vida de cada
uno de los hombres, así también la persecución y muerte de los miembros de la Iglesia al final del
tiempo, obrará no solo como el fin del tiempo terreno, el fin de la historia
humana medida con la medida del tiempo, sino que actuará como punto de entrada
de la vida divina trinitaria para toda la humanidad, lo cual quiere decir el
ingreso de la eternidad para la humanidad, porque la vida de la Trinidad es la
Vida Eterna en Sí misma. Y así como la Cabeza de la Iglesia, Jesucristo, murió
y resucitó, así también le debe seguir la muerte y resurrección del Cuerpo
Místico de Cristo que es la Iglesia, y es por eso que la persecución, la
tribulación e incluso la muerte, son signos de esperanza para el cristiano,
porque a través de ellos se vislumbra la eternidad en Cristo. Para el
cristiano, la persecución no significa desesperanza, sino por el contrario,
esperanza de una vida nueva en Cristo Jesús, en el Reino de los cielos.
“Os perseguirán y darán muerte”. Esta profecía del Señor se relaciona
estrechamente con la persecución y derrota de la Iglesia en el tiempo
señalados en el Apocalipsis: “¿Quién como la bestia? (…) Le ha sido dado todo
poder para blasfemar contra Dios (y) hacer la guerra a los santos y vencerlos”[3].
En otras palabras, Jesús dice lo mismo que el Apocalipsis: Jesús dice: “Persecución
y muerte” y el Apocalipsis dice: “Guerra de la bestia contra los santos y
triunfo de la bestia”. Es decir, está revelado que antes de la Segunda Venida de
Cristo la Iglesia
será perseguida y derrotada por la
Bestia, a la cual se le unirán el Dragón y el Anticristo; sin
embargo, lejos de ser el final para la Iglesia, esta derrota es el comienzo del
triunfo de Cristo por toda la eternidad, porque la Iglesia, derrotada con
Cristo en la cruz, triunfa con Cristo en la cruz y en la resurrección,
surgiendo con Él triunfante del sepulcro y de la muerte: “(El Dragón) ha sido
vencido por la sangre del Cordero y por el testimonio de los mártires del
Cordero”, dice el Apocalipsis[4].
De la misma manera, así como quien triunfó para siempre es el Gran Derrotado en
la cruz por la persecución, Jesucristo, así quienes sean perseguidos con la Iglesia y por la Iglesia, triunfarán para
siempre por la sangre del Cordero, y adorarán al Cordero por la eternidad: “Los
vencedores de la Bestia
cantaban el cántico del Cordero”[5].
“Os perseguirán y darán muerte”. Si bien Jesús describe una
persecución y una muerte físicas hacia la Iglesia Católica,
hay sin embargo otras formas de perseguir y de matar a la Iglesia, sin
derramamiento de sangre, como por ejemplo el sancionar leyes contrarias a Dios
y al Magisterio de la Iglesia. También se persigue y se da muerte a la Iglesia
por medio del laicismo de Estado, la negación teórica y práctica de la
existencia de Dios y de sus derechos y mediante la promulgación de leyes que
eliminan la vida humana en su inicio –el aborto- y en su final –la eutanasia-, porque
así se persigue y se da muerte física al ser humano, que está llamado a ser
miembro de la Iglesia
y miembro del Cuerpo Místico de Cristo. También se la persigue a la Iglesia
Católica cuando se la silencia, cuando se la calumnia, cuando se la difama, o
cuando se la amenaza, como sucedió esta semana en Mendoza, en donde tuvieron que
cerrar las instituciones educativas católicas por amenazas de tiroteos con
fusiles AK-47.
Otra forma muy sutil y también muy eficaz de perseguir a la Iglesia es la de
ocultar sus hechos maravillosos, como el milagro eucarístico, la conversión del
pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y muchos otros hechos
maravillosos más.
Porque se trata de un ataque del Dragón contra el Cordero y
su Cuerpo, se puede ver que las instituciones de la Iglesia, laicales o
religiosas, que defienden la vida humana en cualquier estadio, sea el de
embrión unicelular o el de un anciano desechado por la sociedad, sean mucho más
que simples sociedades de laicos de buena voluntad, por más que así lo parezcan
externamente: las instituciones de la Iglesia que defienden la vida humana son el
Cordero en Persona que defiende a las almas del ataque del Dragón infernal.
“Estos son
los que vienen de la gran tribulación, y han lavado sus vestidos en la sangre
del Cordero”. El Evangelista Juan describe, en su visión, a aquellos que sobrevivieron
a la Gran Tribulación, a la Última Persecución, a aquellos que fueron
martirizados y lavaron sus vestiduras con la Sangre Purísima del Cordero y
ahora por la eternidad forman su cortejo triunfal. No sabemos si hemos de vivir
la Gran Tribulación, la última y suprema tribulación y persecución de la Iglesia Católica, o tal vez sí,
eso sólo Dios lo sabe; pero lo que sí sabemos es que sí podemos, en medio de la
tribulación y persecución del mundo, lavar nuestras almas, ya en el tiempo,
antes de entrar en la eternidad, con la sangre del Cordero degollado en la cruz
y recogida en el cáliz del altar, en la espera de la Venida definitiva del
Justo Juez.
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