martes, 11 de noviembre de 2025

“Os perseguirán y os darán muerte”


 

(Domingo XXXIII - TO - Ciclo C - 2025)

         “Os perseguirán y os darán muerte” (cfr. Lc 21, 5-19). Jesús anuncia proféticamente cuáles serán las señales que precederán a su Segunda Venida; entre ellas, se encuentra la última persecución a la Iglesia Católica, la suprema y última tribulación, la persecución mediante la cual intentarán dar muerte cruenta a los seguidores de Cristo, comenzando desde el Papa. Esta persecución de la cual habla Jesús es la mencionada en el Apocalipsis, la cual es a su vez el compendio y la culminación de todas las persecuciones sufridas por la Iglesia a lo largo de la historia: “Estos son los que vienen de la gran tribulación, y han lavado sus vestidos en la sangre del Cordero”[1]. También esta persecución se encuentra profetizada en el numeral 675 del Catecismo de la Iglesia Católica: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cfr. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cfr. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cfr. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22)”.

         Esta persecución contra la Iglesia, si bien en la tierra y en el tiempo aparecen como originados por criterios contrapuestos y antagónicos entre la Iglesia y las ideologías anticristianas en temas como el matrimonio monogámico, la ideología de género, el aborto o la eutanasia, en realidad es una persecución que se origina en los cielos, en la lucha entablada entre el demonio, el dragón infernal, contra la Mujerla Virgen y la Iglesia- y el Niño –Jesús y los bautizados-, según se describe en el Apocalipsis: “Cuando el dragón se vio precipitado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al varón” [2]. La Mujer con el Niño del Apocalipsis es la Iglesia con los bautizados, mientras que el Dragón es el Demonio que persigue militar y políticamente a la Iglesia bajo distintas ideologías anticristianas como el comunismo, el socialismo, el liberalismo, el sionismo, el islamismo.

         “Os perseguirán y darán muerte”: la persecución a la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, es entonces la continuación y prolongación de la persecución de Jesucristo, Cabeza del cuerpo místico que es la Iglesia, por parte del Demonio, quien lo persigue desde el momento de su Encarnación y esto explica la matanza por parte de Herodes de los niños nacidos en Palestina menores de dos años: era porque el Demonio pretendía asesinar al Hijo de Dios encarnado y como no sabía exactamente quién era, inspiró en Herodes la siniestra idea de la masacre de los Santos Mártires Inocentes. En la última persecución, así como como persiguieron y dieron muerte a Jesús en la cruz, así perseguirán y darán muerte a los cristianos, antes de la Segunda Venida de Cristo. Pero también, de la misma manera, al igual que la muerte de Jesús no solo significó la destrucción de la muerte para la raza humana, sino que su muerte en cruz fue la puerta abierta para que ingresara la vida de Dios en la historia y en la vida de cada uno de los hombres, así también la persecución y muerte de los miembros de la Iglesia al final del tiempo, obrará no solo como el fin del tiempo terreno, el fin de la historia humana medida con la medida del tiempo, sino que actuará como punto de entrada de la vida divina trinitaria para toda la humanidad, lo cual quiere decir el ingreso de la eternidad para la humanidad, porque la vida de la Trinidad es la Vida Eterna en Sí misma. Y así como la Cabeza de la Iglesia, Jesucristo, murió y resucitó, así también le debe seguir la muerte y resurrección del Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia, y es por eso que la persecución, la tribulación e incluso la muerte, son signos de esperanza para el cristiano, porque a través de ellos se vislumbra la eternidad en Cristo. Para el cristiano, la persecución no significa desesperanza, sino por el contrario, esperanza de una vida nueva en Cristo Jesús, en el Reino de los cielos.

         “Os perseguirán y darán muerte”. Esta profecía del Señor se relaciona estrechamente con la persecución y derrota de la Iglesia en el tiempo señalados en el Apocalipsis: “¿Quién como la bestia? (…) Le ha sido dado todo poder para blasfemar contra Dios (y) hacer la guerra a los santos y vencerlos”[3]. En otras palabras, Jesús dice lo mismo que el Apocalipsis: Jesús dice: “Persecución y muerte” y el Apocalipsis dice: “Guerra de la bestia contra los santos y triunfo de la bestia”. Es decir, está revelado que antes de la Segunda Venida de Cristo la Iglesia será perseguida y derrotada por la Bestia, a la cual se le unirán el Dragón y el Anticristo; sin embargo, lejos de ser el final para la Iglesia, esta derrota es el comienzo del triunfo de Cristo por toda la eternidad, porque la Iglesia, derrotada con Cristo en la cruz, triunfa con Cristo en la cruz y en la resurrección, surgiendo con Él triunfante del sepulcro y de la muerte: “(El Dragón) ha sido vencido por la sangre del Cordero y por el testimonio de los mártires del Cordero”, dice el Apocalipsis[4]. De la misma manera, así como quien triunfó para siempre es el Gran Derrotado en la cruz por la persecución, Jesucristo, así quienes sean perseguidos con la Iglesia y por la Iglesia, triunfarán para siempre por la sangre del Cordero, y adorarán al Cordero por la eternidad: “Los vencedores de la Bestia cantaban el cántico del Cordero”[5].

         “Os perseguirán y darán muerte”. Si bien Jesús describe una persecución y una muerte físicas hacia la Iglesia Católica, hay sin embargo otras formas de perseguir y de matar a la Iglesia, sin derramamiento de sangre, como por ejemplo el sancionar leyes contrarias a Dios y al Magisterio de la Iglesia. También se persigue y se da muerte a la Iglesia por medio del laicismo de Estado, la negación teórica y práctica de la existencia de Dios y de sus derechos y mediante la promulgación de leyes que eliminan la vida humana en su inicio –el aborto- y en su final –la eutanasia-, porque así se persigue y se da muerte física al ser humano, que está llamado a ser miembro de la Iglesia y miembro del Cuerpo Místico de Cristo. También se la persigue a la Iglesia Católica cuando se la silencia, cuando se la calumnia, cuando se la difama, o cuando se la amenaza, como sucedió esta semana en Mendoza, en donde tuvieron que cerrar las instituciones educativas católicas por amenazas de tiroteos con fusiles AK-47[6]. Otra forma muy sutil y también muy eficaz de perseguir a la Iglesia es la de ocultar sus hechos maravillosos, como el milagro eucarístico, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y muchos otros hechos maravillosos más.

         Porque se trata de un ataque del Dragón contra el Cordero y su Cuerpo, se puede ver que las instituciones de la Iglesia, laicales o religiosas, que defienden la vida humana en cualquier estadio, sea el de embrión unicelular o el de un anciano desechado por la sociedad, sean mucho más que simples sociedades de laicos de buena voluntad, por más que así lo parezcan externamente: las instituciones de la Iglesia que defienden la vida humana son el Cordero en Persona que defiende a las almas del ataque del Dragón infernal.

“Estos son los que vienen de la gran tribulación, y han lavado sus vestidos en la sangre del Cordero”. El Evangelista Juan describe, en su visión, a aquellos que sobrevivieron a la Gran Tribulación, a la Última Persecución, a aquellos que fueron martirizados y lavaron sus vestiduras con la Sangre Purísima del Cordero y ahora por la eternidad forman su cortejo triunfal. No sabemos si hemos de vivir la Gran Tribulación, la última y suprema tribulación y persecución de la Iglesia Católica, o tal vez sí, eso sólo Dios lo sabe; pero lo que sí sabemos es que sí podemos, en medio de la tribulación y persecución del mundo, lavar nuestras almas, ya en el tiempo, antes de entrar en la eternidad, con la sangre del Cordero degollado en la cruz y recogida en el cáliz del altar, en la espera de la Venida definitiva del Justo Juez.  

 


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