miércoles, 3 de diciembre de 2025

“Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos, rellenad los valles, aplanad las montañas”



(Domingo II - TA - Ciclo C - 2025 – 2026)

         “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos, rellenad los valles, aplanad las montañas (cfr. Mt 3, 1-12; Lc 3, 1-6). Juan el Bautista cita al Profeta Isaías para indicar la llegada de la plenitud de los tiempos mesiánicos, es decir, para indicar que la Llegada del Mesías es inminente. En la profecía de Isaías se toma una figura del mundo material, en la que se dice que se deben “aplanar montañas, rellenar valles y enderezar caminos”, pero se aplica y se traslada al mundo espiritual.

         Esta imagen citada por el profeta Isaías y que es citada por Juan el Bautista –una montaña, un camino tortuoso, un valle profundo-, indica ante todo dificultad para ver o alcanzar el horizonte. Por ejemplo, cuando una montaña es muy alta, impide ver el horizonte; cuando un sendero da muchas vueltas, al dar tantas vueltas, hace perder de vista el horizonte, ya que algunas veces permite verlo y otras no; cuando un valle es profundo, tampoco deja ver el horizonte, porque por su forma cóncava, el caminante debe introducirse dentro de él y sólo cuando ha salido del valle, puede contemplar el horizonte. La altura, la sinuosidad, la concavidad, de los elementos geográficos, son todos elementos que impiden ver el horizonte.

         Entonces, el Profeta Isaías, en su profecía, profecía citada a su vez por Juan el Bautista, pide quitar estos elementos para poder ver el horizonte, siempre desde el punto de vista espiritual. Si esto es así, tenemos que preguntarnos entonces, ¿qué representan estas formaciones –montañas, valles, senderos- que dificultan la mirada hacia el horizonte? ¿qué es lo que hay que ver en el horizonte? ¿qué o quién está en el horizonte y es tan importante como para tener que remover todos estos elementos?

         Podemos decir que, desde el punto de vista espiritual, las montañas, los valles y los senderos, representan al propio yo, que por las pasiones y el pecado, es incapaz de mirar al Mesías que llega; pero, por otro lado, estas figuras representan también al Mesías, porque el Mesías es de origen divino y su Venida es tan misteriosa y tan lejos del alcance de la vista humana, que los accidentes geográficos describen la inmensidad del misterio sobrenatural que es imposible de ser conocido y comprendido por la razón humana si no es revelado y explicado por la Santísima Trinidad: el Mesías es el Hombre-Dios, es el Verbo de Dios Encarnado, que muere en la cruz para luego resucitar y dejar su Cuerpo y su Sangre en el Pan Vivo del Altar, la Sagrada Eucaristía.

         ¿Qué es lo que se debe contemplar en el horizonte? En el horizonte espiritual del alma y de la humanidad, una vez removidos los obstáculos espirituales, lo que se debe contemplar en el horizonte es al Mesías que llega, ya que según algunos autores, la palabra “Adviento” significa “aparición luminosa de la divinidad”[1] y esto se corresponde con el Mesías católico, Jesús de Nazareth, por que siendo Dios Hijo en Persona, es la Luz Increada, según Él lo dice de Él mismo en el Evangelio: “Yo Soy la Luz del mundo”-.

Aquí encontramos la principal y única razón por la cual las montañas deben ser aplanadas, los valles rellenados, los caminos enderezados: para que tanto el alma como la humanidad puedan ver -mediante la ayuda de la gracia santificante- en el horizonte de la eternidad, la luminosa aparición del Mesías que llega al alma. Y esta aparición del Mesías es luminosa porque “Dios es luz” (Mt 24, 36), como dice el evangelista Juan y el Mesías, Cristo, es Dios Hijo, “Luz de Luz”, como rezamos en el Credo. La aparición del Mesías es una aparición interior, espiritual, personal, a cada alma en particular y al Cuerpo Místico de la Iglesia en general y se trata de una aparición luminosa, porque Él mismo es luz y luz de vida eterna, porque es Luz Increada, Luz Divina y gloriosa trinitaria, que brota del Acto de Ser divino trinitario. Es para ver esta aparición del Mesías, que procediendo eternamente del Padre se encarna en María, es que se deben aplanar las montañas y enderezar los senderos.

La remoción de los obstáculos que impiden ver al Mesías - las montañas deben ser aplanadas, los valles rellenados, los caminos enderezados-, es una tarea que debe ser realizada de modo personal por cada bautizado; es de orden espiritual y se llama “conversión” y es una tarea que es imposible de realizar sin el auxilio de la gracia santificante y esto porque mirar al Mesías quiere decir mirar a Dios Hijo encarnado que viene de lo alto, para dejar de lado las criaturas y se manifiesta exteriormente por la misericordia y la caridad.

La conversión significa que el alma deja de contemplar a las creaturas para contemplar interior y espiritualmente al Mesías que llega a su alma en el esplendor de su divinidad de Dios Hijo; esta conversión se significa en la tarea de aplanar las montañas, se expresa exteriormente por la penitencia y las obras de caridad, y debido a que es una tarea imposible de realizar con las solas fuerzas humanas, es necesaria la actuación de la gracia santificante. Sólo el Espíritu Santo puede obrar en el alma lo que el Bautista y el Profeta Isaías anuncian. Sólo el Espíritu Santo, obrando en el interior del espíritu humano, puede preparar, en el Adviento, al alma, para que reciba al Mesías que viene, traído por el mismo Espíritu Santo.

Entonces, en la cita del Profeta Isaías por parte de Juan el Bautista, se encuentra la esencia del tiempo del Adviento, la Espera del Mesías que Viene, que Llega, como Niño en Belén, como Pan de Vida Eterna en la Eucaristía y como Justo Juez en el Día del Juicio. Así, el Mesías, Dios Hijo, procede eternamente del Padre, se encarna en María y nace como Dios Niño en Belén; el Espíritu prolonga este milagro por medio de la Iglesia, en el altar, continuando la encarnación y el Nacimiento de Belén en la consagración sacramental. Y al final de los tiempos, este mismo Mesías, vendrá para juzgar a la humanidad y dar inicio a su Reino Eterno. Para este Encuentro con el Mesías es necesaria la conversión, la remoción de los obstáculos -montañas, senderos, valles- que impiden ver al Mesías, ayudados por el Espíritu Santo. Por eso es que, para poder ver al Mesías, que nació en Belén, que prolonga su nacimiento en el altar, sea necesaria la acción del Espíritu de Dios. Para ver al Mesías que viene como Niño, que viene como Hostia, que viene como luz divina al alma, el Espíritu nos allana el camino, nos dispone a la conversión y nos sugiere obrar la caridad y la misericordia. Tanto la cita como la figura citados por el Bautista son un símbolo de lo que debe ser el Adviento: preparar el camino espiritual para la llegada del Mesías dentro nuestro. Las obras de misericordia, corporales y espirituales, y la penitencia, no son solo modificaciones exteriores del obrar, sino expresiones de transformación interior por la gracia, de quien ha sido transformado ya por el Espíritu del Mesías.

 



[1] Cfr. Odo Casel, Presenza del mistero di Cristo, Ediciones Queriniana, Brescia 195, 39.


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