(Domingo II - TA - Ciclo C - 2025 – 2026)
“Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos, rellenad los valles, aplanad las montañas” (cfr. Mt 3, 1-12; Lc 3, 1-6). Juan el Bautista cita al Profeta Isaías para indicar la llegada de la plenitud de los tiempos mesiánicos, es decir, para indicar que la Llegada del Mesías es inminente. En la profecía de Isaías se toma una figura del mundo material, en la que se dice que se deben “aplanar montañas, rellenar valles y enderezar caminos”, pero se aplica y se traslada al mundo espiritual.
Esta imagen citada por el profeta
Isaías y que es citada por Juan el Bautista –una montaña, un camino tortuoso,
un valle profundo-, indica ante todo dificultad para ver o alcanzar el
horizonte. Por ejemplo, cuando una montaña es muy alta, impide ver el
horizonte; cuando un sendero da muchas vueltas, al dar tantas vueltas, hace
perder de vista el horizonte, ya que algunas veces permite verlo y otras no; cuando
un valle es profundo, tampoco deja ver el horizonte, porque por su forma
cóncava, el caminante debe introducirse dentro de él y sólo cuando ha salido
del valle, puede contemplar el horizonte. La altura, la sinuosidad, la concavidad,
de los elementos geográficos, son todos elementos que impiden ver el horizonte.
Entonces, el Profeta Isaías,
en su profecía, profecía citada a su vez por Juan el Bautista, pide quitar estos
elementos para poder ver el horizonte, siempre desde el punto de vista
espiritual. Si esto es así, tenemos que preguntarnos entonces, ¿qué representan
estas formaciones –montañas, valles, senderos- que dificultan la mirada hacia
el horizonte? ¿qué es lo que hay que ver en el horizonte? ¿qué o quién está en
el horizonte y es tan importante como para tener que remover todos estos
elementos?
Podemos decir que, desde el
punto de vista espiritual, las montañas, los valles y los senderos, representan
al propio yo, que por las pasiones y el pecado, es incapaz de mirar al Mesías
que llega; pero, por otro lado, estas figuras representan también al Mesías,
porque el Mesías es de origen divino y su Venida es tan misteriosa y tan lejos
del alcance de la vista humana, que los accidentes geográficos describen la
inmensidad del misterio sobrenatural que es imposible de ser conocido y
comprendido por la razón humana si no es revelado y explicado por la Santísima
Trinidad: el Mesías es el Hombre-Dios, es el Verbo de Dios Encarnado, que muere
en la cruz para luego resucitar y dejar su Cuerpo y su Sangre en el Pan Vivo
del Altar, la Sagrada Eucaristía.
¿Qué es lo que se debe
contemplar en el horizonte? En el horizonte espiritual del alma y de la
humanidad, una vez removidos los obstáculos espirituales, lo que se debe
contemplar en el horizonte es al Mesías que llega, ya que según algunos
autores, la palabra “Adviento” significa “aparición luminosa de la divinidad”[1] y esto se
corresponde con el Mesías católico, Jesús de Nazareth, por que siendo Dios Hijo
en Persona, es la Luz Increada, según Él lo dice de Él mismo en el Evangelio: “Yo
Soy la Luz del mundo”-.
Aquí encontramos la principal y única razón por la cual las
montañas deben ser aplanadas, los valles rellenados, los caminos enderezados:
para que tanto el alma como la humanidad puedan ver -mediante la ayuda de la
gracia santificante- en el horizonte de la eternidad, la luminosa aparición del
Mesías que llega al alma. Y esta aparición del Mesías es luminosa porque “Dios
es luz” (Mt 24, 36), como dice el evangelista Juan y el Mesías, Cristo,
es Dios Hijo, “Luz de Luz”, como rezamos en el Credo. La aparición del Mesías
es una aparición interior, espiritual, personal, a cada alma en particular y al
Cuerpo Místico de la Iglesia en general y se trata de una aparición luminosa,
porque Él mismo es luz y luz de vida eterna, porque es Luz Increada, Luz Divina
y gloriosa trinitaria, que brota del Acto de Ser divino trinitario. Es para ver
esta aparición del Mesías, que procediendo eternamente del Padre se encarna en
María, es que se deben aplanar las montañas y enderezar los senderos.
La remoción de los obstáculos que impiden ver al Mesías -
las montañas deben ser aplanadas, los valles rellenados, los caminos
enderezados-, es una tarea que debe ser realizada de modo personal por cada
bautizado; es de orden espiritual y se llama “conversión” y es una tarea que es
imposible de realizar sin el auxilio de la gracia santificante y esto porque
mirar al Mesías quiere decir mirar a Dios Hijo encarnado que viene de lo alto,
para dejar de lado las criaturas y se manifiesta exteriormente por la
misericordia y la caridad.
La conversión significa que el alma deja de contemplar a
las creaturas para contemplar interior y espiritualmente al Mesías que llega a
su alma en el esplendor de su divinidad de Dios Hijo; esta conversión se significa
en la tarea de aplanar las montañas, se expresa exteriormente por la penitencia
y las obras de caridad, y debido a que es una tarea imposible de realizar con
las solas fuerzas humanas, es necesaria la actuación de la gracia santificante.
Sólo el Espíritu Santo puede obrar en el alma lo que el Bautista y el Profeta
Isaías anuncian. Sólo el Espíritu Santo, obrando en el interior del espíritu
humano, puede preparar, en el Adviento, al alma, para que reciba al Mesías que
viene, traído por el mismo Espíritu Santo.
Entonces, en la cita del Profeta Isaías por parte de Juan
el Bautista, se encuentra la esencia del tiempo del Adviento, la Espera del
Mesías que Viene, que Llega, como Niño en Belén, como Pan de Vida Eterna en la
Eucaristía y como Justo Juez en el Día del Juicio. Así, el Mesías, Dios Hijo,
procede eternamente del Padre, se encarna en María y nace como Dios Niño en
Belén; el Espíritu prolonga este milagro por medio de
