(Ciclo A - 2025 – 2026)
La Iglesia se congrega para Navidad alrededor del
Pesebre de Belén y lo hace en un clima de indecible gozo y alegría sobrenatural
por el Nacimiento del Niño de Belén. La alegría de la Iglesia es sobrenatural,
es decir, no se origina ni se explica con la razón humana; es verdad que la
escena del Pesebre, la escena inmediatamente posterior a la Nochebuena, es la
escena que, a primera vista, es similar a cualquier otra familia humana: en el
Pesebre hay una madre primeriza, un niño recién nacido, un hombre que es su
padre, y toda la escena se desarrolla en una gruta, la gruta de Belén, que en
realidad es un refugio de dos animales, un buey y un burro, que con sus cuerpos
dan calor al niño en medio del frío de la noche.
Esto es lo que ven los ojos y la razón humana; sin embargo,
la Iglesia contempla esta escena no con ojos humanos, sino a la luz de la fe; la
Iglesia contempla la escena del Pesebre con los ojos del alma iluminados con la
luz del Espíritu Santo y como dice el libro de los Números, abre sus ojos
espirituales y contempla en el Niño de Belén, con la luz del Espíritu Santo, a
Dios omnipotente: “Habla el hombre al que se le abrieron los ojos. Así habla el
que oye las palabras de Dios, el que ve el rostro del Omnipotente, y le es
quitado el velo de sus ojos…” (24, 3ss).
De esta manera la Iglesia contempla en el Pesebre la santidad,
la belleza, la majestuosidad y la gloria de Dios Hijo encarnado que se
manifiesta en la fragilidad de un niño recién nacido que, como todo niño recién
nacido, tiene necesidad de todo. Por medio de la realidad material, iluminada
por el Espíritu Santo, la Iglesia ve la realidad sobrenatural, invisible a los
ojos del cuerpo, pero visible a los ojos del alma iluminados por la luz de la
fe, ve la realidad del espíritu, la realidad celestial que se le revela a sus
ojos espirituales: la Iglesia ve al Emmanuel, al Dios con nosotros, en el Niño
de Belén; la Iglesia ve al Hijo Eterno del Padre, al Cristo, al Mesías, que se
le aparece como Niño, pero que es al mismo tiempo Dios omnipotente, que se
manifiesta como Niño, pero sin dejar de ser Dios.
Por la acción iluminadora interior del Espíritu de
Dios, en Navidad, la Iglesia no ve simplemente a un niño que acaba de nacer en
un refugio de animales, acompañado de su madre y de un pobre leñador; la
Iglesia ve en este Niño a la Gloria Increada de Dios, encarnada y manifestada
como un Niño de pocas horas de vida; para la Iglesia, este Niño es el Kyrios, el Señor de la gloria, el
Creador del universo, la Luz eterna que procede de la Luz eterna que es el
Padre y es por eso que es para Ella el versículo del profeta Isaías: “La gloria
del Señor brilla sobre ti” (60, 1ss).
Es en esto en lo que consiste precisamente la fiesta de
la Navidad, en contemplar, con la luz de la fe, iluminados por el Espíritu
Santo, el misterio sobrenatural que significa que Dios Eterno nazca como Niño
en el tiempo en el Portal de Belén; la Navidad es contemplar el Nacimiento del
Niño de Belén, no como un niño humano más, sino como Dios-Niño, como Niño Dios,
como Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, como Dios vestido de majestad y
gloria infinitas que, para donarnos su Amor, no duda en venir a nuestro mundo
como Niño recién nacido, para que nadie tenga temor en acercársele y en
abrazarlo, así como nadie tiene temor a un niño de pocas horas de nacido.
En nuestros días, la inmensa mayoría de los cristianos
cometen el pecado de apostasía, que consiste en secularizar y mundanizar la
Navidad, quitándole todo el misterio sobrenatural, viviendo la Nochebuena y
Navidad como si fuera un evento mundano y neopagano, profanando así el
Nacimiento del Niño Dios y provocándose a sí mismos un enorme daño espiritual,
porque al convertir a la Navidad en una fiesta pagana y secular, le quitan su
esencia, su verdadera alegría y su luz divina, transformándola en una fiesta
sombría y siniestras, aun cuando abunden las luces, los banquetes y la música
estridente. La alegría de la Navidad se deriva del encuentro personal con el
Niño Dios nacido en el Portal de Belén, que prolonga y actualiza su Nacimiento
en la Santa Misa, el Nuevo Portal de Belén. Esta es la única alegría posible en
Navidad, la Alegría que nos comunica el Niño Dios.

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