domingo, 4 de junio de 2023

“No hay mandamiento mayor que éstos”

 


“No hay mandamiento mayor que éstos” (Mc 12, 28b-34). La pregunta acerca de cuál es el mandamiento más importante no lleva en sí una carga de hostilidad, sino de sincera preocupación, debido a la cantidad de preceptos que imponían los rabinos. Los rabinos enumeraban seiscientos trece preceptos de la ley, de los cuales doscientos cuarenta y ocho eran mandamientos positivos y trescientos sesenta y cinco eran prohibiciones. Estos preceptos estaban clasificados además en “leves” y “graves” y abarcaban tanto leyes religiosas y rituales, como aspectos de la ley natural.

El mandamiento de amar a Dios era muy conocido entre los judíos, porque formaba parte de la profesión de fe monoteísta que todo fiel israelita debía recitar dos veces al día. Sin embargo, este mandamiento de amar a Dios quedaba oscurecido u oculto por el hecho de que era seguido inmediatamente por pasajes de la Escritura que trataban de la prosperidad y del lavado de los hábitos litúrgicos.

El segundo mandamiento, el de amar al prójimo como a uno mismo, es inseparable del primero, que manda amar a Dios; entonces, este doble precepto de caridad es el más grande de los mandamientos: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”, porque resume todos los deberes del hombre para con Dios y para con los demás hombres. Los profetas habían enseñado que el espíritu interior de la religión y el cumplimiento de la ley moral eran superiores a los ritos externos del sacrificio; sin embargo, a esta doctrina no se le daba la importancia debida en las escuelas rabínicas, con lo cual se ponía el acento en actos exteriores y no en lo interior. El escriba que pregunta a Jesús muestra inteligencia al deducir de las palabras de Cristo la superioridad de la ley de la caridad sobre el ceremonial de culto.

Puede sucedernos a nosotros, y de hecho nos sucede con frecuencia, que en la práctica de la religión pongamos el acento en actos exteriores y olvidemos que lo más importante es el interior, en el alma, en donde debe reinar el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, que nos concede el Amor necesario para cumplir con el mandamiento más importante y que concentra toda la Ley Divina: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”.

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