viernes, 8 de julio de 2016

“Se portó como prójimo el buen samaritano”


(Domingo XV - TO - Ciclo C – 2016)

         “Se portó como prójimo el buen samaritano” (Lc 10, 25-37). Para graficar el Nuevo Mandamiento de la caridad, promulgado por Él, Dios en Persona, Jesús relata la parábola del buen samaritano, en la cual se relata en qué consiste, verdaderamente, el Primer Mandamiento, el mandamiento que concentra en sí toda la Ley de Dios: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Para comprender la parábola -que explica el sentido nuevo y sobrenatural del Nuevo Mandamiento de Jesús-, hay que considerar que cada elemento de la parábola representa una realidad espiritual y sobrenatural: el hombre asaltado y herido, que queda tendido en el camino a causa de los golpes recibidos, es la humanidad herida por el pecado, atormentada por el Demonio y acechada por la muerte; los asaltantes que lastiman al hombre, son los demonios, los ángeles caídos, cuyo único objetivo es perder al hombre eternamente, descargando en él su furia deicida, al ser el hombre la creatura predilecta de Dios y la naturaleza a la que deben adorar en Cristo Jesús, Dios Hijo encarnado; la posada a la cual es llevado el hombre herido para ser curado es la Iglesia, que brinda la medicina del alma necesaria para curar las heridas que deja el pecado, esto es, la gracia santificante que se dona a través de los sacramentos; el buen samaritano, que se detiene a auxiliar a su prójimo, representa a Jesús, el Buen Samaritano, que cura a la humanidad con su Sangre y su gracia; el sacerdote y el levita que pasan de largo representan a los religiosos y laicos que, faltos de caridad y de amor sobrenatural al prójimo, no tienen compasión ni misericordia con su prójimo y es así que, en la negación de auxilio, está representada la religión vacía de amor verdadero y sobrenatural, porque tanto el sacerdote como el levita, por el hecho de ser hombres religiosos, estaban obligados por el Primer Mandamiento a prestarle socorro y asistencia, quedando así en evidencia la falsedad del corazón de aquel que, aun perteneciendo a la verdadera iglesia de Dios, tiene sin embargo un corazón frío y duro para con su prójimo; el Buen Samaritano, por el contrario, que representa a Jesucristo que sana nuestras heridas, además de a Jesucristo, representa todo aquel que obra religiosamente, aun sin pertenecer a la verdadera Iglesia -la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica-, porque obrar con amor al prójimo por amor a Dios y con temor de Dios es la esencia de la religión.

La parábola muestra también cómo es vacía la religión –representada en el sacerdote y el levita que pasan de largo ante el samaritano herido- cuando no hay caridad, porque la esencia de la religión es el Amor en la Verdad a Dios y al prójimo: “Quien dice que ama a Dios y no ama a su prójimo, ese tal es un mentiroso” (1 Jn 4, 20). El hombre debe amar a Dios, pero Dios tiene su imagen viviente en la tierra y es el prójimo, por lo tanto, si alguien no ama a  su prójimo, no ama en realidad a Dios, aun cuando rece y reciba los sacramentos y cumpla exteriormente con los preceptos de la religión. El Apóstol Santiago nos dice en qué consiste la verdadera religión: “La verdadera religión consiste en socorrer al prójimo por amor a Dios, manteniéndose apartados del espíritu del mundo: “La religión pura y sin mancha delante de nuestro Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo” (1, 27).El amor a Dios debe pasar por el amor al prójimo, en el sentido de que debe ser demostrado en el amor al prójimo, porque el prójimo es la imagen viviente de Dios Encarnado, Jesucristo, y en quien Jesucristo inhabita misteriosamente: “Lo que hagáis a uno de estos pequeños, a Mí me lo hacéis”. Otro elemento a considerar es que el amor al prójimo se extiende incluso a aquel prójimo que, por algún motivo circunstancial, es nuestro enemigo, porque así lo manda Jesús: “Amen a sus enemigos” (Mt 5, 44) y así nos lo demuestra en la cruz, dando su vida por nosotros, que éramos enemigos de Dios por el pecado. El amor cristiano al prójimo, demostrado en la parábola del buen samaritano, no es un amor meramente humano, sino sobrenatural, porque se debe amar al prójimo como Cristo nos ha amado: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”, y Jesús nos ha amado hasta el extremo de dar su vida en la cruz por Amor a todos y cada uno de nosotros.
“Se portó como prójimo el buen samaritano”. De Dios hemos recibido este mandamiento: “Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo” (cfr. 1Jn 4, 21; Mt 22, 40). Si no amamos a nuestro prójimo, a imitación de Cristo, el Buen Samaritano, y si no lo amamos con su mismo Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, toda nuestra religión es vana. Si amamos a Dios y demostramos ese amor siendo misericordiosos con nuestros hermanos, estamos ya en condiciones de entrar en el Reino de los cielos.


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