(Domingo
XV - TO - Ciclo C – 2016)
“Se portó como prójimo el buen samaritano” (Lc 10, 25-37). Para graficar el Nuevo
Mandamiento de la caridad, promulgado por Él, Dios en Persona, Jesús relata la
parábola del buen samaritano, en la cual se relata en qué consiste,
verdaderamente, el Primer Mandamiento, el mandamiento que concentra en sí toda
la Ley de Dios: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti
mismo”. Para comprender la parábola -que explica el sentido nuevo y
sobrenatural del Nuevo Mandamiento de Jesús-, hay que considerar que cada
elemento de la parábola representa una realidad espiritual y sobrenatural: el hombre
asaltado y herido, que queda tendido en el camino a causa de los golpes
recibidos, es la humanidad herida por el pecado, atormentada por el Demonio y
acechada por la muerte; los asaltantes que lastiman al hombre, son los
demonios, los ángeles caídos, cuyo único objetivo es perder al hombre
eternamente, descargando en él su furia deicida, al ser el hombre la creatura
predilecta de Dios y la naturaleza a la que deben adorar en Cristo Jesús, Dios
Hijo encarnado; la posada a la cual es llevado el hombre herido para ser curado
es la Iglesia, que brinda la medicina del alma necesaria para curar las heridas
que deja el pecado, esto es, la gracia santificante que se dona a través de los
sacramentos; el buen samaritano, que se detiene a auxiliar a su prójimo,
representa a Jesús, el Buen Samaritano, que cura a la humanidad con su Sangre y su gracia; el sacerdote y
el levita que pasan de largo representan a los religiosos y laicos que, faltos
de caridad y de amor sobrenatural al prójimo, no tienen compasión ni
misericordia con su prójimo y es así que, en la negación de auxilio, está
representada la religión vacía de amor verdadero y sobrenatural, porque tanto el
sacerdote como el levita, por el hecho de ser hombres religiosos, estaban
obligados por el Primer Mandamiento a prestarle socorro y asistencia, quedando
así en evidencia la falsedad del corazón de aquel que, aun perteneciendo a la
verdadera iglesia de Dios, tiene sin embargo un corazón frío y duro para con su
prójimo; el Buen Samaritano, por el contrario, que representa a Jesucristo que
sana nuestras heridas, además de a Jesucristo, representa todo aquel que obra
religiosamente, aun sin pertenecer a la verdadera Iglesia -la Iglesia Una,
Santa, Católica y Apostólica-, porque obrar con amor al prójimo por amor a Dios y con temor de
Dios es la esencia de la religión.
La
parábola muestra también cómo es vacía la religión –representada en el
sacerdote y el levita que pasan de largo ante el samaritano herido- cuando no
hay caridad, porque la esencia de la religión es el Amor en la Verdad a Dios y
al prójimo: “Quien dice que ama a Dios y no ama a su prójimo, ese tal es un
mentiroso” (1 Jn 4, 20). El hombre
debe amar a Dios, pero Dios tiene su imagen viviente en la tierra y es el
prójimo, por lo tanto, si alguien no ama a
su prójimo, no ama en realidad a Dios, aun cuando rece y reciba los
sacramentos y cumpla exteriormente con los preceptos de la religión. El Apóstol
Santiago nos dice en qué consiste la verdadera religión: “La verdadera religión
consiste en socorrer al prójimo por amor a Dios, manteniéndose apartados del
espíritu del mundo: “La religión pura y sin mancha delante de nuestro Dios y
Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y
guardarse sin mancha del mundo” (1, 27).El amor a Dios debe pasar por el amor
al prójimo, en el sentido de que debe ser demostrado en el amor al prójimo,
porque el prójimo es la imagen viviente de Dios Encarnado, Jesucristo, y en
quien Jesucristo inhabita misteriosamente: “Lo que hagáis a uno de estos
pequeños, a Mí me lo hacéis”. Otro elemento a considerar es que el amor al
prójimo se extiende incluso a aquel prójimo que, por algún motivo
circunstancial, es nuestro enemigo, porque así lo manda Jesús: “Amen a sus
enemigos” (Mt 5, 44) y así nos lo
demuestra en la cruz, dando su vida por nosotros, que éramos enemigos de Dios
por el pecado. El amor cristiano al prójimo, demostrado en la parábola del buen
samaritano, no es un amor meramente humano, sino sobrenatural, porque se debe
amar al prójimo como Cristo nos ha amado: “Ámense los unos a los otros como Yo
los he amado”, y Jesús nos ha amado hasta el extremo de dar su vida en la cruz
por Amor a todos y cada uno de nosotros.
“Se
portó como prójimo el buen samaritano”. De Dios hemos recibido este
mandamiento: “Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo” (cfr. 1Jn 4, 21; Mt 22, 40). Si no amamos a nuestro prójimo, a imitación de Cristo,
el Buen Samaritano, y si no lo amamos con su mismo Amor, el Amor de Dios, el
Espíritu Santo, toda nuestra religión es vana. Si amamos a Dios y demostramos
ese amor siendo misericordiosos con nuestros hermanos, estamos ya en
condiciones de entrar en el Reino de los cielos.
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