“La
luz vino al mundo y los hombres prefirieron
las tinieblas a la luz” (Jn 3,
16-21). Jesús es luz, porque Él es Dios, y como la naturaleza del Ser divino
trinitario es una naturaleza luminosa, Él es luz, pero no una luz creada,
artificial, inerte, sino que es una luz celestial, sobrenatural, Increada,
viva, que comunica de su vida divina a quien ilumina. La luz de Jesús, siendo
la luz de Dios, derrota y vence a las tinieblas, así como la luz del sol
derrota y vence a las tinieblas de la noche; ante su Presencia, los seres
tenebrosos, los habitantes de las tinieblas, los ángeles caídos, huyen y
desaparecen, así como desaparece la oscuridad cuando en una habitación se abren
sus puertas y ventanas para que entre los luminosos rayos del sol.
Es
esta luz, que es Él mismo, la luz de la cual habla Jesús; es la que “vino al
mundo” en la Encarnación para iluminar a los hombres, para rescatarlos de las
tinieblas del pecado, del error, de la ignorancia, de la muerte y del infierno,
pero que fue rechazada porque los hombres “prefirieron las tinieblas” a la luz.
Al decir esto, Jesús profetiza su Pasión, en el momento en el que Él será pospuesto
a un malhechor, Barrabás, porque la Luz Increada que es Él es vida, luz,
bondad, mientras que Barrabás –el malhechor en quien está representada toda la
humanidad- es sinónimo de muerte –está condenado por homicidio-, tinieblas,
malicia. A pesar de que Él es la luz que da vida a los hombres, estos prefieren
a Barrabás, en quien habitan las tinieblas, y es por eso que Jesús dice que “los
hombres prefirieron las tinieblas a la luz”.
Jesús
da la razón del porqué de esta elección de los hombres: porque “sus obras eran
malas” y las obras del hombre son malas a causa del pecado que oscurece su
mente y su corazón, inclinándolo a pensar, desear y obrar el mal. Las
consecuencias de la elección del mal son funestas porque implican al mismo
tiempo pedir para sí mismo, libre y voluntariamente, la maldición divina, tal
como la hace la multitud enfurecida: “Crucifícalo (…) Que su Sangre caiga sobre
nosotros” (Mt 27, 25). El que vive en
las tinieblas, elige el mal y obra el mal, y encuentra connaturalidad en las
tinieblas y en el mal.
Jesús
ha venido, precisamente, para derrotar a las tinieblas que entenebrecen el
corazón del hombre, tanto a las tinieblas del pecado como a las tinieblas del
infierno, pero para que la luz de Cristo y su gracia ilumine el corazón, es necesario que
el hombre libremente acepte a Cristo como su Salvador, como Luz, Verdad y Vida
de Dios, y que conforme su vida y obrar a sus mandamientos y enseñanzas: “el
que obra conforme a la Verdad se acerca a la Luz”.
“La
luz vino al mundo y los hombres prefirieron
las tinieblas a la luz”. En cada Santa Misa Jesús nos ilumina desde la
Eucaristía; está en nosotros dejarnos iluminar por su luz para así obrar el
bien, o permanecer en las tinieblas, obrando el mal.
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